miércoles, 31 de agosto de 2011

TERRADILLOS DE LOS TEMPLARIOS-EL BURGO RANERO

Segundo día de entrevistas, necesitamos gente que hable francés, necesitamos rellenar la torre de Babel, los rostros, los andares. Tenemos que mejorar las preguntas, tenemos que aprender a abrir las puertas a la gente, tenemos que ser antropólogos. Las historias que nos van llegando se amplian. Un francés vuelve a casa, haciendo el camino al revés, después de cinco meses caminando con su perro. Parece más que relajado. Una pareja de franceses, mayores, caminan para agradecer el hecho de estar vivos después de un infarto y tres by pass. Udo, que viene desde Dresde sin mapas, considera que todo lo que ha hecho en la vida fueron deberes, para alcanzar su punto máximo en Santiago. Tiene 68 años, se le ve feliz, subido en su montaña rusa. No habla otra cosa que un alemán del Este. Hay un chaval de Murcia que finge saberlo todo. Insoportable, me tengo que controlar la risa. Hay un par de italianos encantadores. Un hombre nos explica en qué consiste una fanega. Un pastor jubilado no da crédito a los peregrinos que hacen el Camino en invierno sin nada a cambio. Una pareja se sienta en medio del Camino a ver pasar caminantes, pero eso de caminar hasta Santiago no va con ellos. El paisaje es rancio. No hace honor a Palencia. Ha perdido el color de la mies y el de la tierra. Ni amarillos, ni tierras, ni rojos, ni azules. El cielo amenaza ya, y respeta. Parece imposible que el mañana pueda contener la lluvia. Atravesamos el punto central del Camino, en Sahagún, buscando no otra cosa que tarjetas, espacios para nuestras entrevistas. Pienso constantemente en Werner Herzog y en sus documentales. Camino con facilidad. No noto ni cansancio, ni dolor, ni nada. En el albergue hablo con mucha gente, una antropóloga americana que vive en Japón, más alemanes, más italianos. Pero no saco la cámara. Quizá mañana. Me cocino por primera vez algo. Y me sabe a gloria. Cuentan las ranas en la Laguna de la manzana que Santiago está a trescientos cincuenta kilómetros. Como el bosque que se acerca a McBeth, como un final que se avecina.

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