domingo, 25 de abril de 2010

El placer de las pequeñas cosas. Sábado y Domingo de BTT con Miguel "Chispas"



Vuelvo ahora de Canto Cochino con una alegría. La del amor, la de la vida, la de la muerte... tralara. No, bueno, no, perdonad, es que últimamente Miguel Hernández se me viene todo el rato a la cabeza; será que la primera vez que me regalaron un libro y una rosa en un Sant Jordi, fue un libro de Miguel. De eso hace ahora, a ver a ver, dieciocho años, nada, no, no he dicho nada. Hoy, a pesar de mis pequeñas reticencias, me fui con Miguel a Canto Cochino, había propuesto una ruta de casi sesenta kilómetros con dos mil metros de desnivel. Después de la pájara de ayer (ayer me llevó a hacer ochenta y cinco, sin tanto desnivel, pero a un "todo trapo" inicial), consecuencia sabe dios si del exceso de verduras, de la cata de whiskys de Sant Jordi, con Ernesto García, de la falta de sueño, o simplemente (esta es más lógica), de la falta de bici, tenía yo mis dudas para hoy. Ayer resolví mis temblores ya en Madrid comprando lomo de Buey, vitamina C, y comiendo a mansalva pasta, calabacines, aguacates y ensalada. Y hoy volví a la Pedriza después de otro pilón de años, tantos, que ni me acordaba casi de cómo era. Salimos a las 7:30. A las 9 Gebreselassie corría en madrid, una carrera de 10 kilómetros en la que arrasó. Un ratito después, el reguero de los héroes de la Maratón desfilaba por el Paseo de Coches. De todo aquello, nada vimos. A pesar de los diez primeros kilómetros de subida nada más empezar, me encontré bien. El camino iba pegado al Manzanares, y el sol del día llamaba a descansar junto a él. Baja el Manzanares glorioso / Lleva los carrillos llenos lleva / la jocosa y la traviesa línea / entre las piedras y sobre y entre / y más allá / del cauce como si de un estrecho / y aburrido trajecito de niño / se tratara. Y entre pinares subo mi orgullo (el orgullo de subir con Miguel es siempre / sea Otoño, Primavera, Verano o Pedriza / un orgullo). Hasta la Buitrera, desde donde se ve el embalse de Santillana (no me daré hoy aquí a las cuartetas de Arte Mayor ni a las serranas ) y media sierra. Y, desde allí, empinada cuesta hacia arriba / que va dibujando en el cuerpo / el gesto del límite. Qué maravilla ese Collado de los Pastores, desde donde tengo la sensación de entender más la Sierra (es sólo una sensación); aquí Valdemartín, allí La Bola, más allá debe estar Peñalara, esa es la Maliciosa, por allí baja el Manzanares, desde el Ventisquero de la Condesa hasta Manzanares. Las vistas de la bajada de nuevo hasta Canto Cochino me recuerdan que estoy en un Paraíso, ahora soy yo al que la mirada le hace bajar jocoseando entre las piedras / como un tren al que no le interesan sus raíles / más que para mantener los pies secos. Después Miguel me regala una trocha de esas por las que merece hacer BTT. Como también lo merece por la tortilla y la cervecita con limón que nos bebemos. El placer de las pequeñas cosas, de las breves cosas. Porque antes de que nos queramos dar cuenta ya estamos subiendo de nuevo hacia la Buitrera. Repetir de nuevo 10 kilómetros para torturarnos a nosotros mismos en una subida posterior de cinco y medio hasta la Nava. O sea, que, sea como fuere, tras la tortilla teníamos que volver a subir, esta vez, casi dieciseis kilómetros, mil de desnivel, sin descanso. Aunque los primeros tres o cuatro kilómetros fueron de envenenamiento láctico, poco a poco me fui encontrando bien. Y aunque en las rampas duras perdía contacto con Miguel, volvía al traqueteo de su rueda unos metros más allá. Lo hice de una forma obvia: con el control del pensamiento. De eso sobre todo quisiera hablar. "No somos nuestros pensamientos aunque nuestros pensamientos nos puedan dominar. Somos más que nuestros propios pensamientos". Eso se lo oí a David Butler en Hamburgo, y aún perdura. Para subir quince kilómetros en una bici, con mil metros de desnivel, y hacerlo con Miguel (que cada uno establezca su línea, esta es relativa) hace falta barajar los pensamientos hasta encontrar el orden de las figuras. Sólo el pensamiento correcto (y no digo con esto que este sea único) te llevará arriba. O, de otro modo, te llevará arriba de una forma en que la coquetería para unos o la belleza del mundo, para otros, no se quiebre. No te dejes llevar por la pereza, no te dejes llevar por la idea del casancio, no te dejes llevar por la idea, falaz, de que en el fondo, para tu cuerpo es mejor ir distraído, ir más despacio. Mantén la distancia en la que tus enzimas puedan trabajar bien, anímalas, y, entonces, recupera el espacio. Fue bonito cómo los dos manejamos el espacio propio. Porque ya camino de la Nava, más allá de la Buitrera, donde las fuerzas se ajustan mucho (donde las rampas te desgajan / al tiempo que la montaña/ va descamando las veredas / de donde todavía surgen los últimos hielos (tesoros de otro tiempo) / trazos moteados sobre el rojo / hasta dejar al viento descarnada / nuestra Nava ) mi propia debilidad me sorprendió. Y fui viendo cómo poco a poco Miguel desaparecía en el horizonte. Un kilómetro para ordenar el pensamiento, y en un postrer esfuerzo volver al hilo. Justo en el momento en el que a Miguel le sorprendía a sí mismo una súbita flojedad que le hizo ir viéndome perderme en el horizonte, hasta que pudo ordenar su pensamiento para, con un postrer esfuerzo, volver al hilo. A pesar de la mala prensa del deporte entre las esferas místico meditativas y entre las intelectuales (quizá fue Sócrates - Platón el primero en generar la moda) veo en aquellos movimientos internos del pensamiento, con el contrapunto de lo que la mirada ve, todo belleza, más verdad y más ciencia que en los sistemas excluyentes de las disciplinas. Bajar viendo fue disfrutar del premio de lo merecido. Algo que le falta a este mundo; lo merecido. Un placer. El placer de la pequeñas cosas.