viernes, 25 de octubre de 2013

TOMANDO BERLÍN

La fotografía es una criatura misteriosa que uno lleva en la sangre, y que nada tiene que ver con disparadores o sensores lumínicos. Aparece sólo cuando las condiciones son misteriosamente favorables, o cuando uno se ha desprendido de determinados pensamientos que le permiten ver; es como si para poder tomar fotografías uno pudiera comulgar lo que piensa (o cómo lo piensa) y lo que ve. Esta vez, al llegar a Berlin, tenía tres horas antes de coger el tren a Osanbrück. Pensaba leer en la estación, pero algo ocre (el otoño) me sacó fuera. Estaba cerca de la Reichstag y de Bradenburg Tor, así que salí, abandonando mi maleta de vez en vez, para hacer caso a los designios de la Olympus XZ 1, un tesorito como cualquier otro. Al llegar a la Reichstag tuve la sensación de que por aquí pasaban, como tocando el aire, muchas de las decisiones que comprometían el destino de mis gentes cercanas. Quizá por eso empecé a pensar de otro modo, a pensar que el color de la naturaleza, el color del otoño, debería partir del hombre y volver a él. Pero el verdadero fruto del mundo, el mundo mismo, como siempre lo fue, está siendo arrebatado. Tanto en espacio, como en tiempo, como en fruto. El espacio, la vivienda, el tiempo, representado por una idea de libertad en la que juegan muchos componentes, y el fruto, representado por el propio pan, están siendo arrebatados en cantidades supremas a cada mayores cantidades de seres humano. Vi el gran árbol y me impresionó, rodeado por las paredes de la Reichstag. Pero entonces, sentí que la multitud se convertía en tronco, o el tronco en multitud, y vi brotar las hojas desde los propios seres que deambulaban ajenos a todo, bajo las hojas. Sentí que algo pasaba, y lo esperé. Entonces vino este chico, y se erigió en tronco. Cuando lo vi, supe que la metáfora valía la pena.


Árbol humano. Berlin, oct 2013.


Seguí caminando hacia ella, aun cuando la puerta de Bradenburgo me ha resultado siempre un lugar vacío. La vi en escorzo, desde el paso de cebra, como un copete a los ciudadanos. Tuve la sensación de que aquella puerta vivía, por primera vez. Y el paso de cebra me ayudó. Una pareja se paró de frente, al otro lado. Él me miró. De repente sentí que representaban la imagen nueva del matrimonio Arnolfini, el cuadro de Van Eyck. Y disparé. En el cuadro, ella baja la cabeza. En la imagen ella no mira a la cámara. En el cuadro, está la solemnidad sagrada, el registro, el pintor como notario, en el decir de Gombrich. En la imagen, los caminantes son los elevados, los príncipes, los sublimes. Una espera frente a un paso de peatones como el momento de la consagración matrimonial. En la imagen de Van Eyck, el poder se representa por la permanencia. En la imagen, por un juego de jerarquías. Mientras todos miran hacia la puerta de Bradenburgo, yo me intereso por lo que late, por la vida presente. Antes los hombres de hoy que los símbolos de cualquier otro tiempo. Una pareja común, a través de la asociación con el cuadro, se eleva a la categoría inmortal. Como Velázquez, el cuadro se amplía, más allá de la imagen está el espacio hacia el que el personaje mira. Ahí estoy yo, o más bien mi mirada, quitando las malas hierbas de la inercia que nos lleva a Bradenburg Tör. De algún modo, no necesito fotografiarme junto a ella. Es el personaje el que me mantiene vivo, en actitud acechante, buscando el "momento decisivo". En él, se busca una constatación de un momento finito, efímero, y no solemne, convertido en todo esto. Bradenburgo, la historia, desmerece. Vale más el momento vital de una pareja, que la memoria de las piedras. Después me crucé con ellos. Había convertido su espera en algo grande, y así parecieron decírmelo...




  Hacía frío por primera vez (o yo lo tenía, resfriado como estaba). Los gorriones estaban hambrientos, también en Alemania. Me senté a comer una pera y un bocadillo, como un nómada, debajo de unos ventanales. No eran unos ventanales cualquiera. Por encima de ellos, una cámara vigilaba, como un ojo, el transcurrir de los hombres. Era el ojo alemán, mirando en la única dirección de Bradenburg Tor. En las ventanas, el reflejo de la bandera era llamativo. Hacía aire, así que se elevaba al viento. ¿Hacía donde mira Alemania?, me pregunté. Vi que era, en todo caso, en dirección contraria. Y tomé la foto.


Luego volví, lentamente, a la estación. Muy cerca de estos lares, la Bauhaus profesionalizó el Arte. Permitió que elementos abstractos formaran parte de un discurso intelectual, que podría llegar a ser humano, e, incluso, como se encargaron de demostrar los constructivistas, participar de la vida "real".
Pintamos líneas en el suelo como objetos pragmáticos y adoramos imágenes como íconos modernos de un pensamiento de igual modo iconoclasta que el pensamiento que desplaza. Nuestra adoración debe cambiar, nuestras líneas confundirse. En la prolongación, diluir, en la prolongación ampliar. Bajo el objetivo al ras y tiro la foto. Sin duda mi mirada no se detiene, sino que enseguida abandona la cúpula de Alexander Platz, y, ansiosa de cielo, sueña otros raíles por donde seguir deslizándose...





DRESDEN




 La primera emoción fuerte que tuve fue antes de llegar a Dresde. Había cogido el tren en Leipzig y atravesaba esa llanura en la misma dirección que la patrulla 5 de bombarderos de la RAF en la noche del 13 de febrero de 1945. Miré al cielo por la ventana y tuve la sensación de que ambos volábamos bajo el mismo cielo. A ras de tierra una inmensa planicie me conmovió. Tuve la sensación de que la tierra estaba indefensa. Al mismo tiempo que viajaba, leía el libro de Taylor: “Dresde”, un libro fascinante sobre los pormenores y alrededores de aquel bombardeo. Eso me provocó lo que provoca siempre la literatura (aunque esta lectura fuera histórica, fundamentadamente histórica): la confusión de tiempos y realidades. Llegué a Dresde un poco antes de las dos, me bajé en Neustadt Bahnhof y enseguida giré hacia Antonstrasse; entonces vi de verdad la estación de Neustadt; la piedra negra. Y volví a conmoverme; hace mucho tiempo ya que pienso que las ciudades sólo albergan historias, que las piedras en sí no son nada. Los últimos judíos que abandonaron Dresde, después de trabajar en Hellerberg, como consecuencia de la discusión perdida por parte de los pragmáticos del Reich, que ya en 1944 se daban cuenta de que Alemania necesitaba mano de obra, aunque fuera judía, en favor de los obcecados por la limpieza étnica, que seguían prefiriendo continuar la aniquilación, se fueron por Neustadt Bahnhof. De allí pasarían a Auschwitz-Birkenau (donde en 1995 perdí el habla), donde ni siquiera quedaron registrados. Fueron gaseados nada más llegar.  De algún modo me conmueve esta pequeña historia, escondida en la memoria de las paredes de la estación. Tomada de lejos, llama la atención la fila de árboles que está colocada delante, cuyo color es ya verdaderamente bello; otoñal.  A un lado, un grupo de hombres, probablemente de “sintecho”, se sientan ingenuamente en un día a día del presente. Uno, ajeno a la cámara, rebusca en una papelera. Enseguida me alejo, con la sensación de haber llegado a Dresde. En un edificio gris leo “Wettbüro”. Una carta pequeña dice que hay plato del día. Aunque no hay nada que me llame, entro. Y encuentro un espacio fascinante, lleno de encanto. Radios de todas las épocas, tuberías en las paredes, decoración kitsch de los setenta. Eso es también Dresde; comulgar una historia con otra historia; la época de Augusto el grande, en el inmenso XVIII, con el bombardeo del 45, con la Dresde del Este al otro lado del muro. Voy a mi habitación de Alauenstrasse y no puedo evitar salir enseguida hacia Frauenkirche. Corro por la orilla del Elba y reconozco enseguida la cúpula de la Iglesia de Bähr. Allá voy. Es el símbolo del múltiple Dresde. Uno de los lugares a los que siempre quise ir. Y veo su piedra, mal copiada de aquella granulada piedra de arenisca del XVIII, e imagino el órgano de Silbermann, las pisadas de Bach para probarlo, las bombas de la noche de Febrero del 45, destruyendo la cúpula y su interior, y sé que tengo que entrar. Al día siguiente, tras una mañana disfrutando de un cielo abierto en el interior del coqueto Zwingler de Pöpelmann, de recorrer sin emoción la terraza Brühl y la Kunstakädemie, entramos en la Frauenkirche. La supuesta emoción buscada no aparece. La tercera suite orquestal de Bach no me mueve, hasta su repetición en el bis. Lástima. Una ocasión perdida.  La iglesia es monumental. Bajamos a la parte baja, por debajo del altar; allí, una pequeña capilla nos enseña cómo quedaron los bajos tras el fuego inglés. Esto es Dresde. Al día siguiente, entre toses, corremos la media maratón de la ciudad; dos veces atravesamos el Elba y aparecemos en la plaza donde aún están el Schloss, la Opera, y la entrada del Zwingler. Por el pavé incómodo donde una vez sólo hubo huecos, enfilo la recta seguro de hacer marca personal. El cielo apenas amenaza lluvia.



 ( Die erste echte Emotion hatte ich vor ich in Dresden kamm. Ich hatte in Leipzig eingestiegen, und der Zug gleidete durch die Ebene in die gleiche Richtung, die die RAF 5nte Streife der Bombern an dem Nacht der 13. Februar 1945 namm. Durch den Fenster konnte ich ein Blick des Himmels haben. Ich hatte das Gefühl, dass wir unter den gleichen Himmel flogen. Durch den Fenster eine ewige Ebene bewegte mich. Ich dachte: “Die Erde ist wehrlos”. Gleichzeitig, las ich das Buch “Dresden”; ein wunderbares Buch über alles, was mit der Destruktion Dresden in der Nacht der 13. Februar 1945 zu tun hatte. Das war die Ursache meiner Konfussion; und zwar das Literatur mischt verschiedene Zeiten und Wahreiten in dieselbe Tasse. Ich kam in Dresden ein bisschen vor zwei Uhr. Ich stieg in Neustadt Bahnhof aus, und ich namm gerade Antonstrasse. Dann konnte ich wirklich Neustadt Bahnhof anschauen; die schwarze Steine… Und es bewegte mich wieder. Es ist schon lange her, dass ich denke, dass Steine sind selbst sinnlos. Alles was eine Stadt hat, sind die Erzählungen, die überall leben.  Die letzte Juden, die Dresden verlassen hatten, nach einer kurze Zeit in Hellerberg (dass “fast” kein Konzentrationlager war), hatten es durch den Neustadt Bahnhof gemacht. Damals gab es in Deutschland, innerhalb den Reich, eine kräftige Diskussion, nämlich “müssen  alle Juden in Deutschland ermördet werden oder könnten sie als Arbeitskraft für Deutschland nützlich sein?”. Die “letzte Juden aus Dresden” kammen in Auschwitz-Birkenau an, wo sie nicht registriert worden. Kaum waren sie in der Lager angekommen, waren sie vergast worden. Irgendwie bewegt mich diese kleine Geschichte, die in der Gedächtnis der Wänden des Bahnhöfes versteckt ist. Von fern betrachtet, und mit der Kamera als Bild aufgenommen, fällt es die Reihe des roten Bäumes auf, die vor dem Bahnhof stehen. Ihre Farben sind schön, herbstlich. Seitlich des Bildes, eine Gruppe Männern, die wahrscheinlich “Obdachlos” sind, sitzen einfach so, in der Heute, gegenwärtsbezogen. Eins, der meine Kamera nicht gesehen hat, sucht etwas in dem Mülleimer. Ich gehe weiter weg, mit dem Gefühl, dass ich in Dresde angekommen bin. Auf eine grau Gebäude, lese ich “Wettbüro”. In der Karte steht “Tagesgericht”. Nichts besonders ruft mich an, aber ich betrete. Und was ich da finde, finde ich es faszienerend. “Das ist ja raizend”, denke ich. Radios aller Zeiten überall, Rohrleitungen zu sehen, eine kitsche Dekoration aus der siebtzige Jahren. Das ist auch Dresden; nämlich viele vershiedene Zeiten zusammen in der Luft: Augustus der Grosse, der ewige 18. Jahrhundert, der Luftangriff des 13. Februar, und der Osten. Ich gehe in mein Zimmer in Alauenstrasse und ich kann mich nicht zurückhalten; auf jeden fall muss ich jetzt richtung Frauenkirche gehen. Ich laufe an der Elbe und ich erkenne es einfach die Kupel der Kirche von Bähr. Dahin gehe ich. Das ist für mich das Dresdensymbol, wo ich immer hin gehen wollte. Ich sehe die bekannte Stein, daraus es gebaut war, und ich kann mich Bach vorstellen, beim spielen am Silbermänn Organ in den 40er Jahren des 18. Jahrhundert. Ich kann mich auch vorstellen die Bomben der Nacht der 13. Februar, die die Kupel zunichtgemacht hatten. Und ich weiss, dass ich rein kommen muss. Am näschten Morgen, nach eine Weile unter blauen Himmel in dem berühmten Zwingler von Pöpelmann, und nach eine Weile auf der brühlische Terrasse, betraten wir die Frauenkirche. Die vorgestellte Emotion war nicht da. Die dritte Orchestralsuite von Bach erregt mich nicht, bis ich es wieder als “Bis” zuhöre. Schade. Eine verpasste Chance. Die Kirche ist, trotzdem, grossärtig. Wir gehen runter, unter dem Altar. Eine kleine Kapelle zeigt uns, wie sie nach der Bombierung der Englischen war; alles zerstört. Da ist Dresden. Am nächsten Tag, mit Erkältung, laufen wir den Dresden Halbmarathon. Zwei Mal laufen wir durch die Elbe, bis zum Markt, wo der Schloss, der Zwingler, und die Oper immer noch stehenbleiben. Auf der unangenehmen “Pavé”, wo damals nur Löcher waren, betreten wir die Stadt, richtung Ziel. Am Ziel schaue ich das Himmel. Es ist nicht mehr blau, aber da finde ich nur eine Gefahr; der Regen.)





martes, 1 de octubre de 2013

PORTO




Wir waren in Porto am 13. September um den Halbmarathon zu laufen. Zum ersten Mal hatten wir genug Zeit vor dem Lauf, damit wir ganz in Ruhe die Stadt besuchen und auf die Strassen spaziergehen. Ab und zu gab es ein Denkmal, nämlich eine Kirche, der Dom, die Börse, ein Palast… Ich habe mich selbst überrascht, dass ich keine Lust rein zu kommen hatte. Warum? habe ich mich gefragt. Auf diese Frage hat die deutsche Sprache selbst das Anfang einer Antwort: sag “Denkmal”, oder lieber “denk Mal!” Das habe ich gemacht. Ich habe darüber nachgedacht. Eine Kirche spricht uns darüber, wieviel Macht die katholische Kirche überall hatte. Bin ich katholisch? Nein. Mag ich die Ideen der Kirche? Nein. Bin ich gläubig? Nein. Hat die Kirche zu dieser Zeit, und in der heutige Welt etwas Positives gemacht? Nicht viel. Was suche ich denn wenn ich in eine Kirche rein komme? Kann Kunst so abgeschnitten von ihrer eigene Umgebung sein? Es soll nicht. Und die Börse? Glaube ich an Spekulation? Warum sollte ich denn rein kommen? Und ein Palast? Was sagt uns ein Palast? Es sagt uns, dass es eine Familie gab, die sehr reich war, die viele Mitarbeitern hatte, die viel Macht in einer Gessellschaft ohne grundlegendige Rechts hatten. In Porto sind wir nur die Stadt durch gegangen, in kleinen Restaurants gegessen, und einen Halmarathon gelaufen. Mehr als genug.

viernes, 30 de agosto de 2013

EL CANAL DE CASTILLA CORRIENDO: UNA BÚSQUEDA DE LA ESCALA DEL MOVIMIENTO.


  



  Empezamos en Alar del Rey este intento de recorrer la vera del Canal, corriendo, como quien acompaña a un ser vivo, con una idea clara: no sólo viajamos a relacionarnos con el dibujo que otro tiempo deja en el Espacio (casi del mismo modo que cuando visitamos cualquier motivo histórico), sino que viajamos a relacionarnos con el dibujo que otro “tempo” deja en el Espacio. Cuando pensamos en la Idea inicial del Canal, mediado el siglo XVIII, nos resulta extraño imaginar ese modo de transporte; construir un canal para transportar mercancía (sobre todo cereal) desde la costa Cantábrica hasta casi la capital, en barcazas tiradas por mulas desde la parva, con esas cuerdas llamadas sirga que van conviertiendo a estos caminos en "caminos de sirga”, teniendo que superar esclusas y esclusas, es un “tempo” de otro “tiempo”. La experiencia, lejos de ser evaluativos y rígidos, consiste en tratar de convivir de alguna manera con ese “tempo”, alejados de la ayuda de los motores, y en relación directa con la velocidad de los materiales vivos; del agua, de la tierra, del viento, y de la capacidad mecánica y metabólica de los tejidos vivos, como el hueso, el músculo, y el tendón; del cuerpo, al fin. De algún modo, pretendemos experimentar con el sentimiento de las mulas, pero no sólo con la banalidad de una idea así, sino, sobre todo, con la escala del mundo en relación al cuerpo humano. Y cuando decimos cuerpo, decimos no sólo la dimensión de este, sino sus capacidades y límites. El proyecto es experimental, aunque lo grabaremos en vídeo para establecer reflexiones pretendidamente alejadas de un carácter evaluativo. No vamos a defender aquel ritmo, sino que vamos a tratar de experimentar sus límites en relación al espacio. Detrás de todo esto subyace la idea de “nido”, de casa, y, de algún modo, está relacionado con dos de mis proyectos fotográficos: “Paraíso perdido”, y “Habitar”. En el primero, se establece una reflexión icónica sobre la relación del nido y el entorno natural, el segundo analiza más los modos de construcción del nido. Esta idea, la de que el espacio natural es en cierta forma nuestra casa común, requiere premisas. La primera es la premisa del tamaño, de las escala. Lejos de los vaivenes de una naturaleza no siempre amiga (esta idea de naturaleza como espacio idílico está descartada de antemano), está la noción de tamaño. Y es esta la base del proyecto. El núcleo en torno al que gira todo. En un mundo tecnológico dominado por motores y virtualidades, que no criticamos, sino más al contrario, del que partimos y en el que vivimos, el precio del desplazamiento natural ha dejado de ser una cuestión. El desplazamiento, con la ayuda de los motores, ha sido prácticamente omitido como problema. Abolido. ¿Pero es este un pensamiento natural o una inercia de una sociedad que nos aleja de nuestro propio cuerpo?
 Para nuestro proyecto incurriremos en una contradicción, que ya adelantamos. Al final de cada etapa, seremos recogidos en coche, para ser llevados al campamento base: Amayuelas de abajo, un pueblo ecológico refundado en el año 98 (fecha discutible) que queda exactamente a medio camino entre Alar del Rey y Medina de Rioseco. Nuestro equipo lo forman Cirilo y Marisa, al volante, Getse, en la bici, como acuífero, apoyo, transporte en ruta, y cámara en vivo. Y yo, que me limitaré a la sencilla y primitiva operación de correr.
  En la pequeña alforja de la bici llevaremos textos de Kundera, de Herzog, de Le Breton, y reflexiones propias escritas o volátiles. Nunca he corrido más de 31 kilómetros seguidos (y lo hice sólo dos veces, en la Kosta Trail y en la Zumaia Flysch Trail), y aunque he preparado esta carrera con entrenamientos largos, y con altos desniveles (que no tendremos en el Canal) seis días semanales, carezco por completo de dos experiencias: una, la del ritmo necesario para completar tantos kilómetros tantos días seguidos, la otra, la experiencia de una recuperación día a día de tal cantidad de volumen. Desde mi última subida a Grosín, en Jaca, mi pie se queja lamentablemente. Eso me preocupa, pero aviva uno de los puntos del proyecto: el precio de la distancia y su relación con el dolor. Con estas premisas y estas incertidumbre nos plantamos en Alar del Rey, con tiempo fresco, y empezamos a correr sin otro objetivo que ir avanzando…    





día 1. El ritmo

 Los primeros compases de la carrera son irregulares; es típico de la ignorancia, o mejor, de las trampas de la imaginación. Porque la imaginación nos habla de las cosas tal como nos gustaría recordarlas; de un deseo abstracto, literario, y emocional. Pero, “in situ”, está la mañana; el fresco, la pereza, la falta de paciencia, y deseos más banales. ¿En qué se convertirán con el tiempo dos ideas que teníamos de entrada; parar cada 10 km a leer textos, y correr a 6 minutos el kilómetro? En pasto para los gusanos. Correr a 6 minutos el kilómetro se me hace inmensamente difícil, vacilo con imprudencia sobre los cinco, y a veces no puedo contenerme a correr por debajo. Incluso esto es demasiado fácil. ¿Pero cómo será el día después? En Herrera nos perdemos, a pesar de haber sido avisados por Demetrio en Amayuelas, y damos una vuelta de mil demonios antes de volver a la vía del tren y al cruce de vuelta al Canal. La tranquilidad inicial se convierte en inquietud. Hemos perdido el ritmo, el rítmico devenir del avance. Y eso se convierte casi en prisa. Creo que hay un equilibrio necesario entre la tranquilidad y el avance. Busco, tras la vía, el agua, y me desvío hacia la acequia, corriendo a su vera, por un camino estrecho, a un ritmo que me devuelve la fuerza. Leemos a deshora, en uno de los puentes que cruza de derecha a izquierda, algunos fragmentos de Herzog, y unas líneas de Kundera. Nos excedemos en el plan con facilidad, y, en el puente de Carraquemada, justo después del alojamiento, llevamos ya 35km. Y entonces, por prudencia, decidimos parar. El pie ha molestado durante kilómetros, cediendo en los últimos diez, y resintiéndose especialmente después de las “paradas textuales”. A la llegada, estoy fresco pero prudente. El misterio del porvenir es lo que me aleja del convencimiento de la facilidad del logro. En todo caso, ha sido un día raro, falto de ritmo, en el que todo iba pareciendo retrasado. Y a pesar de acabar muy cerca de la hora de comer, no ha hecho calor, ni un viento excesivo (sólo al final, haciendo reverencias a las espigas más altas). Un día perfecto para correr, en el que el agua corrió a su ritmo, ajeno al nuestro, y en el que, tras un ligero descanso y la comida, siento una rigidez en las piernas que vaticina el precio de la distancia y los límites de la resistencia. Dice Herzog: “Meine Schritte gehen fest. Und jetzt zittert die Erde. Wenn Ich gehe, geht ein Bison. Wenn ich raste, reht ein Berg” (mis pasos avanzan firmes. Ahora tiembla la tierra, Cuando camino, avanza un bisonte, cuando descanso, descansa una montaña”.  






día 2. Meditación.

  Es extraño arrancar desde el puente, “in media res”. Pero es que la travesía no va de puntos de inicio o puntos finales, sino de “navegar a pie”. Tenemos un pequeño altercado y nos perdemos de nuevo. Eso nos retrasa, no del mundo, no del plan, sino de un sentido del tiempo. Por inseguridad en mis fuerzas, empiezo a necesitar rutinas: es la forma de aferrarme a una tarea difícil: adquirir puntos de anclaje. Uno, el principal, es el ritmo. Encuentro con facilidad y una cierta certeza un ritmo que ronda el 5:30, que no provoca cansancio y que mira al futuro, a través de la reserva de fuerzas. El otro, clave, es disminuir la observación exterior, el entretenimiento (aunque teóricamente debiera servir), por una búsqueda de una resonancia interior. Necesito algo repetitivo, de una sencillez inaudita, que me provoque una sensación parecida al “Minimal”; un estado de meditación, al menos transitoria. Siento una distorsión en todo lo que me aleja de esa meditación, una especie de estado de contrariedad. Incluso leer, decir, me resulta contrario, exceptuando los momentos en los que el pensamiento repetitivo está a punto de estallar. En ese ritmo necesario para acometer grandes distancias en movimientos mucho más simples; en ese ritmo necesario para “el infinito hecho de miniaturas”, es donde radica uno de los primeros y verdaderos encuentros que hago en este recorrido. Existe una cadencia en las cosas naturales; en la llegada del día y del crepúsculo, en el lento y verde deshielo, en la llegada del verano, en el desaparecer de la niebla de la mañana, en la escarcha, en la lluvia, en la nieve. Existe esa misma cadencia en el interior. Los ritmos circadianos, los ritmos de varios días, el ahogo de las estaciones, el cansancio de un curso… Si quieres hacerlos coincidir, debes encontrar ritmos que permitan una resonancia equilibrada. En lo físico, resulta evidente. En la búsqueda metafórica de los ritmos que sobrepasan lo estrictamente rítmico, la transferencia dificulta el camino. En Frómista, los cuatro saltos de agua de la esclusa me hacen pensar en el leve desnivel del suelo, casi como si pudiera sentirlo.  



día 3. El Cansancio y el dolor.

 Desde el primer momento veo que será mi peor día, el pie está rígido y dolorido, las piernas apenas pueden salir de las redes que las apresan. Los diez primeros kilómetros se salvan, pero en la pausa del Puente de Amayuelas, sé que no puedo parar, que no puedo dejar a la red ceñirse. En la impresionante esclusa de Calahorra, en la que se siente más abandono que ninguna otra cosa, me falta de todo; azúcar, barritas, sales, pero la suerte está echada; hay que seguir sólo con agua. Dispongo un ritmo más suave que no puede ser, en todo caso, pastoso. Y aguanto el dolor, soñando en las engañosas distancias de la meseta. Si me paro lo mínimo, no puedo volver a empezar sin renquear. Siempre hacia delante. Es un sino vital, no volver, seguir el camino, la línea, el destino. No hay nada en las palabras externas que pueda ayudar, sólo la fe interior y una extremada paciencia. Vista desde el exterior, esa paciencia es ínfima. Desde el interior, es infinita. Si la mirada mira lo pequeño, si fragmenta la realidad, el espacio es manejable. Las estrategias aparecen casi de manera natural, en relación con el espacio verdadero.  En "contacto" con el espacio verdadero. La resistencia se debilita no por cuestiones metabólicas, sino por algo mucho más material; el agarrotamiento del músculo, y el dolor. He descubierto lo que significa hacer tres veces seguidas más de treinta kilómetros. Pero en ese día a día debe estar la realidad humana. Pienso en los corredores de Ultra Trail y me falla el entendimiento, y de repente, me viene Parménides. Yo siempre tuve de favorito a Heráclito, pero ¿no existe algo que permanece siempre, una memoria del lugar y del tiempo, en cada espacio? ¿No existe la debilidad de las mulas como un aura de mi dificultad para llegar al Serrón, como un Aura para lanzar al aire, como un grito, ya en el puente viejo de Villaumbrales, que “el reposo es, en sí mismo, la verdadera recompensa del guerrero”? 



día 4. El viento.

 Hay una definición de novela que me es especialmente afín, ese "demorarse amorosamente". No por carácter, sino por deseo. A Marx, cuando leía a Balzac, le gustaba decir: "Cuando Balzac se mete en una habitación, yo me voy por el pasillo". Así somos con el espacio, como Marx. Nos gusta ir rápido y por el camino más corto. La última vez que fui a Gredos tardé casi tres horas, saliendo desde Cadalso de los vidrios. Fue un sueño. Cuando lo cuento, piensan que estoy loco, pero es una de las rutas más bellas que he hecho en coche. El Canal, como organismo vivo, comete esta imprudencia. El codo empieza en Becerril de Campos, a apenas quince kilómetros de nuestro destino en línea recta, que a nosotros nos costará 35. Pero lo barato a veces es caro, y decidimos seguir a la vera del canal, acompañarlo, dejarnos empujar por el viento, hoy fiero como ningún otro día, exponernos al tramo más expuesto y más seco, en donde un conjunto de diez árboles, mecidos por el viento fuerte, me recuerdan una de las imágenes de Cartier Bresson, y me emociona. Como si esa imagen real, detenida al lado de un pueblo casi ausente; Sahagún el Real, escondiera un misterio. Igual que ayer, cuando el viento del Serrón abría y cerraba ventanas de golpe, como un fantasma, asustándonos. El poder del viento y del agua, aglutinados, son poderes mucho más fuertes que los efímeros poderes humanos, y parecen querer mostrarnos las posibilidades de cualquier movimiento en función de su magnitud. Unos pasos te llevan adonde alcanza la vista; muchos miles de pasos te llevan mucho más allá de donde alcanza la vista. En la zozobra de una cierta calima, la torre de san Pedro, de Fuentes de Nava, la Estrella de campos, como el centro de un compás por el que nos movemos, rodeando, demorándonos amorosamente. Convivo mejor con mis males después del masaje reconstituyente de ayer, hecho del mismo material que el veneno que mata las piernas; de movimiento. Pero no sólo por eso. Está es una zona conocida. Mi parte del Canal. De pequeños nos bañábamos (a disgusto, eso sí), al lado del Puente viejo de Fuentes. Estas parvas las he recorrido muchas veces en bici, tanto desde Fuentes hasta paredes, como de Fuentes hasta Abarca. Y cuando el recorrido es conocido, los pasos caminan el doble. Saben por donde pisan, saben hacia dónde van, conocen el destino. ¿Es entonces el cansancio una interpretación? Sin duda, la neurología moderna nos lo enseña. Pero ¿es el espacio que nos queda una interpretación? Al menos la emoción, el sentido de longitud, es como el tiempo; una entidad percibida, independiente de la objetividad de los metros. Con ea emoción, leemos en el Puente nuevo de Fuentes, ese saco de hierros. Y charlando como si tal cosa, vamos acercándonos a la linda silueta de la Iglesia de Abarca (en cada pueblo, por pequeño y abandonado, su Iglesia; una marca del interesado poder de Dios). En esa esclusa terminamos. Luego nos vamos a Fuentes a celebrar los ochenta años de Félix, que está más que juvenil, y a comernos un cordero en Amayuelas. Es una de las recompensas merecidas del guerrero.



día 5. El Agua. 

 Desde Abarca en adelante no hay más que pueblo abandonado, Capillas. Después, veinte largos kilómetros, de nuevo marcados por la rigidez y el dolor, que, esta vez,a diez kilómetros de Medina, encuentra nuevas víctimas; justo debajo del escafoides derecho el dolor es incapacitante, y tengo que parar a vendarme, para salvar los últimos kilómetros. la vereda tiene una bella sombra. Y en la umbría, al levantarme, apenas me puedo mover. la repetición de un único movimiento te prepara para la supervivencia, pero te convierte en un Pinocchio. De nuevo hay que entrar en estado de meditación, imaginar historias inventadas para justificar la carrera, proyectar anclajes en el tiempo y en el espacio, volver a meditar. La cabeza sólo se libera en el último momento, cuando la suerte está echada y el espacio controlado, cuando uno sabe que está en Medina de Rioseco y que ha venido desde Alar del Rey. Cuando correo, cuento mi tiempo en años. Es lo que queda en el silencio de los textos escritos. Lo que no está, lo inefable, es lo verdadero. En estas aproximaciones he tenido que imaginar desde la memoria o entretenerme en imágenes, como recurso para mi incapacidad de contar lo que late detrás de cada pequeño paso hacia delante, que es donde está el sentido final de una cierta inmensidad hecha de ellos; no sólo espacial, sino metafórica, humana. Cuando el cuerpo se libera de lo corporal, corre de forma libre, como si no existiera el cansancio. Así pasan los dos últimos kilómetros, volando.
En Medina hacemos las maletas y nos vamos a Urueña, a conocer a una de las personas que con mayor claridad entienden el sentido del Arte. Alejado de galerías y de butacas académicas, Rafa de los navegantes nos devuelve el hálito del tiempo compartido, a través de su limpia y animosa conversación...

















lunes, 19 de agosto de 2013

IBÓN DE ANAYET

 A este valle sólo le sobra la toxicidad que Aramón deja en la montaña. Recuerdo, en todo caso, a Werner Herzog volviendo un año después al lugar en el que había rodado Fitzcarraldo. Parecía como si aquel lugar que esquilmaron para poder subir el barco hubiera vuelto a ser como era. El bosque cicatriza de manera poderosa. Y extraña. Porque en el propio color, en su propia imagen, el Valle de Tena rechaza las cadenas de Aramón, su parasitismo. Subimos despacito por la carretera hasta la trialera que nos va llevando junto al arroyo. Después de la paliza de ayer en la Vuelta del último Bucardo, hoy queríamos trotar suave, hacer más trialeras de bajada que de subida. Así que subimos a trozos; Getse se quedó con las ganas ayer de ver Bucardos… Vamos pegaditos al arroyo, por una sendita divertidísima. No noto las piernas cansadas después de la paliza de ayer. El cuerpo ha aprendido a recuperarse. El aprendizaje es sólo cuestión de "cómos". Llegamos arriba: un remanso, este Ibón. Como un circo en donde el silencio es el principal payaso, y en donde el gran domador o el gran trapecista es el Pico Anayet, que lo domina y lo empequeñece todo. Una vez acariciado el lago, no dudo: zapatillas fuera y al Ibón. Salgo y me digo que no es forma, ropa fuera y al Ibón. Getse hace lo mismo. Después, descalzos, rodeamos el lago por el borde, jugando a “a la mierda el asco” de Juanillo golondrina chapoteando con los pies descalzos en el lodazal, entre sanguijuelas, ranas, y las ciudades creadas para los pequeños seres marinos que habitan el lago. Y jugamos también a ser Pina Bausch sobre las piedras y entre el barro fangoso. Después, la gloria es el bocata de cecina en un sitio así, pensando en si mudar la casa al prado que deja el Ibón en el lateral. Me imagino que se podría vivir allí, cobijado por el Anayet. Decidimos no subir al vértice, para bajar de nuevo por al trialera, fingiendo volar sobre las piedras y las sendas y los saltos de agua, hasta que de nuevo la carretera y Aramón nos devuelven a la cruda realidad; en donde el orden que ponen los humanos resulta, en general, infinitamente más pobre.

II VUELTA DEL ÚLTIMO BUCARDO. Linás de Broto. 18 de Agosto.


  Justo. No hay nombre mejor para esta carrera. Esta carerra me pone en contacto con la realidad del Bucardo. Es una carrera para cabras de Pirineos. En primer lugar, porque sabiendo lo que se nos viene encima (y abajo), hay que estar como una cabra para salir. En segundo, porque para subir por donde subimos, y, sobre todo, bajar por donde bajamos, hay que tener un cerebro bucardil, hay que pensar (y apoyar) y fingir como un Bucardo. El propio Luis Alberto Hernando (un ganador con pedigrí) lo decía al final: qué maravilla y qué dura. La vuelta del último Bucardo lo tiene todo. Como Nadal, no me olvidaré ni de los sponsors ni de los voluntarios, por todas partes y en todas bien puestos. Ni del speaker, un speaker de lujo, de unos avituallamientos perfectos, de un tapeo final estupendo (el chorizo fantástico, aunque no para estómagos que se acaban de cascar más de 22 km corriendo a jadeo limpio por la montaña). Pero sobre todo, tiene lo que hay que tener: un circuito pensado con la cabeza: hecho para hacer disfrutar, hecho para destrozar, hecho para, una vez alcanzada la meta, sentirse orgulloso de estar más allá de ella. Porque, tras una salida rápida y corta que te coloca enseguida en una pista que no será el recuerdo de nadie, la carrera escoge un camino estrecho, húmedo (ayer llovió) y leve en piedras. Aquí se sube duro por dentro del bosque en fila de a uno hasta que la trialera resbaladiza sale del bosque hacia otra trialera pedregosa, rodeada ya de arbusto bajo, que ya tiende hacia vegetaciones de altura. Por todos lados aparece ese cardo violeta, y la fila de a uno se troncha en un pista que termina en un recodo que te tira hacia abajo, por dentro del bosque, por la trialera de la diversión. “Un mundo de zetas”, lo llamaría. Llevábamos menos de ocho kilómetros y ya pensaba “no hay otro sitio mejor para estar, no hay nada más divertido que estar bajando como un Bucardo esta trialera. Qué felicidad”. En esa sencilla comunión, en la que se encuentran los deseos con el azar, el bosque con las fuerzas, el clima con un verdadero tempo; en definitiva en donde confluyen espacio, tiempo, y esa extraña criatura llamada “yo”, es donde explotan las potencias de lo humano. Posiblemente, en su esencia, mucho más cercanas a las potencias animales que a las privativas humanas mismas. Nada más llegar abajo, el sendero se inclina hacia arriba, y es entonces, como dice un compañero en el primer repechito nada más llegar abajo “cuando empieza lo bueno”: una subida, en principio por una sendita por dentro del bosque, que enseguida se “dessenda”, de trocha por la ladera, con 800 metros de desnivel en menos de tres kilómetros. Una salvajada para Bucardos. En mi idea inicial, muy especulativa y basada no en otra cosa que en la imaginación (como todas las ideas), si llegaba entero a este punto, podría “empezar a correr”. ¿Pero quién puede correr subiendo con una inclinación del 30% por el medio de la ladera, entre el verde, las piedras, y los arbustos? Llego arriba como si tocara lo que minutos antes imaginaba como el más allá de la eternidad. De nuevo mi imaginación supone dos cosas erróneas: una, que a partir de ahora todo será bajada. Otra, que la bajada será más cómoda que la subida. Como suele suceder, ninguna es cierta. Cómo nos engaña la imaginación: nos coloca en la posición más fácil. Esta imaginación que tiene su nido en la pereza, en la fragilidad, en la necesidad de sobrevivir, en el miedo a la muerte, en último término. Porque la primera parte de la bajada es un infierno para el músculo y para el pie; músculo que retiene todo el peso, pie que busca puntos de apoyo estables donde no existen. Enseguida empiezan las piedras. Como calzadas romanas deshechas. Y, cuando menos te los esperas una cuesta arriba preciosa, un sendero de piedras (una mini calzada romana; por lo estrecha),que te lleva por otra bajada sin nombre en la que casi nos perdemos, recuperando el camino trepando por los arbustos que hieren la piel. Después, la última subida (o penúltima) es una cabronada a estas alturas, pero lo peor (lo mejor) está por venir; una bajada de tres kilómetros y medio por una calzada romana “sin atar”. Por suerte, enseguida nos coge Mari Cruz Aragón; sólo siguiendo sus pasos bajamos infinitamente más rápido; siguiéndola aprendemos en qué consiste el baile de los pies y las piedras. Eso es, casi exactamente, el concepto de Pina Bausch; "repetir y repetir un gesto hasta conseguir que trascienda". Al final, esta trialera divertidísima casi se convierte en “demasiado divertida”.  Pienso en Horacio y en su “mediocritas aurea”, la trialera coquetea con el equilibrio perfecto, pero a estas altura de carrera, lo sobrepasa. Al final, Linás. Dos repechos que encabronan ya en el pueblo, y el orgullo de la meta. Para aspirar a Bucardo hay que aprenderlo todo, de nuevo. Como volver a nacer.

sábado, 17 de agosto de 2013

El demonio de la Peña Oroel. Historia de una inxorcisación.

  No hay que dejarse engañar: en estos valles es fácil perderse por la numerología, dejarse llevar por la atracción deportiva de "los tresmiles", o por la más prudente de los dos miles altos. Por los grandes nombres y los grandes números, en fin. Pero hay una belleza frágil en lo pequeño, allí donde habitan los dragones medievales (el demonio), los tesoros del XX, y los fuegos que son señales divinas de ese “ser” sagrado que es reconquistar al “Otro”. Todas estas magias confluyen en esa pequeña Peña de 1770 metros que domina, protege, e ilumina Jaca: la Peña Oroel. Como no todos somos de cosas divinas, arriba, en la Cruz, algunos cuelgan la bandera republicana (lindo matrimonio el de la Cruz y la República), otros llevan de paseo a los niños, otros coquetean con sus kilos de más, y los más bestias convierten la Peña en reto deportivo. Todos los años, en la segunda semana de Agosto, se celebra la subida a la Peña Oroel. Nosotros, que ahora somos de picos, las peñas nos sirven para el Trail running, ese invento nuevo que como todos los inventos nuevos, lleva toda la vida en el devenir del mundo. Desde el Parador sube una pequeña senda protegida por el bosque, en su mayoría de pino, dominado por las raíces y las piedras. Formas alucinantes, como animales, mágicas, vivas, dibujan esas raíces en el curso de la senda. La subida es tolerable, y divertida, con unas zetas infinitas (creo que treinta y dos). Apto para el trail running. Arriba, se puede acceder a la Cruz y al pico por la cuerda, por una senda divertidísima y estrecha entre un arbusto que pudiera ser Boj, hasta que la desnudez de la altura lo convierte en piedra. Desde arriba, Jaca y todo el valle que lleva a Francia por Canfranc. Y ahora, justo en ese momento, empieza la fiesta. Si bajamos por el sendero de abajo, la senda es rapídisma, muy estrecha pero muy fácil, y va serpenteando hasta el cruce que nos lleva hacia la Ermita de la cueva. La bajada es vertiginosa, con piedras, curvas rápidas, zonas de bosque y algunos desniveles importantes. ¡¡Una trialera para gozar!! Abajo, la peligrosa Ermita de la cueva, cuyo techo natural se va desprendiendo. No merece la pena arriesgarse por una virgen, nos decimos. Volvemos arriba e iniciamos el siguiente descenso, por el lugar de subida. Está húmedo, claro, por la tormenta de ayer, y va por el bosque con esas amenazantes piedras y raíces resbaladizas. Pero nos tiramos como dos locos por la trialera abajo, con apenas tiempo para girar en las zetas, calculando el lugar donde irá el pie, “soñando su suerte”, como dirían Gema y Pavel. Llegamos abajo con el demonio metido en el cuerpo. Estos sitios tienen algo...

viernes, 16 de agosto de 2013

CUMBRE EN EL PETRECHEMA. 2370 M.


     a Taranco, Isabel, Julia y Pedro

 Taranco "el apóstata" se sienta sobre la roca protegido o amenzado por el espígolo. Al otro lado de sus ojos, el Cirque de L’Escun. Las agujas del espígolo quedan rodeadas de neveros y de piedra suelta; de una pedrera. Como si el viento hubiera trozeado la piedras grandes. Abajo dejamos las sombras húmedas de los bosques de hayas y el refugio del pastor. Arriba espera el Petrechema, 2370 metros, protegiendo la aguja norte de Ansabère, la aguile Nord d’Ansabére. Al fondo, el Bisaurín, como un Dios también sentado. A este lado, el Castillo de Acher. Al fondo, el Collarada, el Pic de Midi, el Balaitus, Anayet… En la última pedrera hay casi que trepar por una pendiente inclinada. Estas montañas son el verdadero Dios de un apóstata ateo, el verdadero trono en el que sentarse o sobre el que caminar.  Taranco camina ensimismado con su música por estos pasillos que son, casi, su casa. Getse no parece desfallecer después de la subida al Bisaurín, va fluida y fácil, como si a ella también la llamara un Dios de lo alto, como si ella misma fuera una duenda silenciosa de estos fingidos caminos. Arriba, la montaña democratiza a los humanos; la fragilidad de un cuerpo en estos espacios y en estas alturas es la garantía de un equidad ininterrumpida. Ladera abajo, juego a ser Kilian Jornet en el sendero alto del Petrechema, bajando desde "el espígolo" hacia la casa del Pastor (con fuera pista Trail Running incluido) y de puntillas sobre el nevero, culo incluido. Cuando luce el sol, la montaña es un buen lugar para jugar. Cuando el sol se esconde, aparece la lluvia, el frío, el viento, o la nieve, la montaña no es buen lugar para confiar en uno mismo. La furia de un Dios verdaderamente igual para todos lo desaconseja. Abajo, el otro ser viviente de estos lugares; el río, nos devuelve la vida a los pies, con un agua nieve revitalizante. Otra pequeña cumbre para sentirse orgullosos.




miércoles, 14 de agosto de 2013

CUMBRE EN EL BISAURÍN


 Hoy hicimos cumbre en el Bisaurín, poco después del mediodía. Hace dos meses lo intentamos, a propuesta de mi amigo Taranco, hasta arriba de nieve, y con esquís. Fue imposibe. En el Collado de Lo Foratón, no sólo estábamos rotos, sino que el calor y los aludes no hacían aconsejable una subida de tanto desnivel. Me imagino esa subida para el próximo invierno, esquís a la espalda, y me doy cuenta de la inmensa exigencia física que ya está pidiendo. Hoy subimos fácil hasta el Collado, rodeados de esos característicos cardos violetas. Después, poquito a poco, entre las vacas de los Pírineos, fuimos acercándonos a la cima por ese repecho de piedras, técnicamente fácil pero incómodo, que parece una escala desfigurada de Jacob al cielo. Justo antes de este tramo voy pensando en cómo será subirlo corriendo (hago algunas pruebas cortas y ya veo, ya). La parte final, muy empedrada, suaviza un poco, y va dando paso a la vista de otras cumbres. Comulgan bien la piedra con ese rojo que rodea el Castillo de Acher, y el verde casi pradera del Agüerri. Hoy, desde arriba, hay mar de nubes. Es como estar viendo un catálogo del mundo,  como elegir nuestros siguientes pasos para seguir tocando el cielo. Por suerte, todo el que en ese momento ha llegado a la cumbre guarda un respetuoso silencio. “Bendita la pereza humana, que mantiene el ladrido humano por debajo de las nubes”. Después iniciamos la bajada. Algunos tramos de trail running bajando, para gozar. Mucha piedra, para hacer equilibrios aristotélicos sobre ella.
 
Jugar, jugar. Pienso en el juego como el único arma posible para prepararse para el Porvenir.  Así que bajo de piedra en piedra, con las rodillas muy flexionadas, y lentamente cada paso, como un gato, hasta que los cuadriceps empiezan a temblar. Desde ahí para abajo sólo pienso en la subida que ha hecho Getse, sin un “ay”, en su primera asecensión seria. Enorabuena. Menudo picacho para empezar. Menudo picacho estés donde estés, vayas donde vayas. Bisaurín es bello, por mucho que te deje las piernas rotas.

viernes, 2 de agosto de 2013

TRAIL RUNNING POR LA JAROSA






  Ayer por la tarde me decidí a probar circuitos de Trail. Hacía un calor de muerte así que decidí ir a la Jarosa, entre Pinares, a última hora del día. Quería hacer un entreno largo y con desnivel. Me cargué de humildad y elegí el segundo itinerario del libro de Juanjo Alonso (Trail running Guadarrama. Edit Desnivel 2011). Itinerario de iniciación, dice. Recuerdo la Jarosa por la Carrera en la que volví a ver a Juanillo y porque Trini siempre me hablaba de ella. En MTB mi memoria no guarda un recuerdo especial. Pero, de repente, empieza el Trail, desde el Area recreativa la Jarosa I. Aunque el plan de uno pueda ser empezar tranquilo, la subida lo impide. Es tendida y fuerte, casi sin descanso. Pero no es nada para lo que vendrá en el kilómetro tres y medio; en repecho pedregoso canalizado entre árboles, delicioso para el fuerte. Después sube constante, sí, bonito, pero sin más. Adelanto a un ciclista que sube con más pena que gloria. Y, entonces sí, cojo el GR. Es más o menos el kilómetro 7, y desde aquí al 15 es el verdadero Trail. Una subida con grandes piedras, con una senda divertida y ondulante, en la que a veces hay que “escalar”, te va llevando hacia cabeza Líjar, en donde asoma un cierto frío, desde donde podemos asomarnos al Embalse, y, sin Calima, casi tocar Almanzor, por la derecha, y Bola y Peñalara por la izquierda. La bajada es a partir de ahora de piedras grandes, imposible ir por ahí en MTB, pienso. Muy técnica, dura para los tobillos, inmensa para la concentración. Hay que bajar como esquiando, buscando trazadas y apoyos. Es larga, un juego. Un reto. Justo lo que buscaba!!!. Después se queda un sendero estrecho que va entre pinares, para correr más rápido, pero serpenteando hasta que vuelven de nuevo las piedras en una pendiente fuerte. Y así 8 kilómetros entre unas cosas y otras. Después viene un tramo de carretera entre Pinares que casi se agradece, antes de abandonarla para coger el cortafuegos, demasiado pendiente y con arena suelta para poder disfrutarlo. Y entonces se acaricia el embalse y se vuelve al area recreativa, donde la terraza te llama. Con apenas un hilo de voz pido mi clásica cerveza sin alcohol con limón. ¡Sólo 1.20! Sin apenas fuerzas después de dos horas corriendo, la bebo de un trago. Pido otra y me voy lentamente, ya anocheciendo, de nuevo a casa. Os dejo el track, por si quereis disfrutarlo… 
 http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=2867341

martes, 30 de julio de 2013

Y SIN EMBARGO LA TIERRA GIRA...



  
  Siento perfectamente como el mundo da vueltas. Allá arriba, a 2500 de altitud, rodeado de un silencio verdadero (como ese del que hablaba en
http://www.pasape-cronicasviajeras.blogspot.com.es/2012/08/minho-leiro-el-imposible-de-bruma.html; un silencio entre corchetes), pero también de cabras montesas (sobre todo hembras) y vacas y buitres y aviones rockeros y lagartijas, voy despertándome desde mi nido en lo alto de la Mira, y voy viendo como la luna se va alzando hacia el Oeste, según me voy despertando, a ratos, por la falta de costumbre del vivac y la dureza de mi colchón–tierra. La puesta de la noche, que coincide con una bajada infernal de la temperatura, deja un resplandor rojo en la parte del circo de Gredos, convertido en silueta por el contraluz.        
                       
  Fotografiar la pintura; paradójico e inverso, pero ese es el objetivo. Ir a lo primario, a lo anterior. A lo verdadero, a lo radical, a lo fundacional.
  Por la mañana, cuando el sol vuelve a salir por el Este, el circo queda iluminado, y el mismo resplandor rojo ha pasado al Este, que queda ahora silueteado.  Pienso en la educación y en Chesterton. Cuánto mejor se aprenden las cosas sobre el terreno. La tierra gira. Cuánto nos hemos alejado de la  naturaleza.                                    


Una cabra montesa me mira como se mira a un bicho raro.                                                                             Sí, voy a dormir aquí arriba, le digo. Qué bien adaptadas están, pienso. Nosotros podríamos saltar igual sobre las piedras si viviéramos más aquí. Pero vivimos demasiado poco de acuerdo con los ritmos reales del mundo. He subido a la Mira corriendo desde la Plataforma. Ochocientos metros de desnivel y piedra suelta. No es difícil. Con el amanecer, he bajado corriendo, como mimetizado con las cabras. Me faltan los tobillos de aquellas, pero tengo, en mi favor, el concepto de diversión. Algo que posiblemente ellas desconozcan. Llego abajo feliz; quisiera bajar y subir todo el rato. Arriba, bajo las estrellas, de noche, me acordaba de Águeda; la araña de Bourgois, la que iba a visitar cada día en mis días bilbainos para encontrar, tumbado bajo su enorme cuerpo, mi tamaño verdadero en el mundo. Me pasa lo mismo bajo las estrellas. El tamaño verdadero, la temporalidad verdadera, produce una incierta melancolía, mientras observo el pliegue maravilloso de los Galayos, doblados por la naturaleza como si se tratara de una hoja blanda. Plas ti li na. Hay que venir más al monte en solitario para encontrar los vínculos con lo que de natural hay en nosotros. Cuando cede la luz, que intercepto de milagro y con esfuerzo (con voluntad),
                                                        

por el cansancio, el sueño, y el frío, me encierro en el saco, ajeno a temporalidades artificiales, y me pliego en lo posible al terreno, desentrenado de él. Así han sido todos estos días; el viernes trepando por la cara sur de la Peña Cadalso, por donde una vez bajé con mi pequeño Luther, que se quejaba de miedo, y luego atravesando las pistas de la cantera, solitarias, como una herida, recordándome siempre al mismo tiempo a un crimen y a Burtinsky. Y bajando por las trialeras que llevan hacia los pinares de Almorox. Y luego el Sábado de MTB por las trialeras de Virgen de la Nueva, intentando seguir con la bici las trazadas del descenso. Y el Domingo subiendo a pie y corriendo y sin pausa hasta la cumbre de la Peña Cenicientos, cuya subida final parece la Escala de Jacob, y desde la cuál aparece la sierra de Madrid, Gredos, y las tristes torres madrileñas, ninguneadas por lo natural. Y ayer la Mira. Unos días de hacer cumbre y cumbre. Y de inventar, en lo que queda del día, esos pájaros que debieron merodear por los alrededores de Santa Claudia: un Halcón peregrino, un Alcaraván,
una Cigüeña y un Autillo. Lo inolvidable de los días está en lo pequeños y cortos que le parecen ya a la memoria. Y en lo que no se cuenta.

lunes, 22 de julio de 2013

ZUMAIA FLYSCH TRAIL


 La naturaleza nos enseña con frecuencia el tiempo de las cosas. A pesar de esa idea borgeana de “un valle son todos los valles”, necesitamos el recuerdo de lo natural para entender "de nuevo" el devenir del mundo, e, incluso, para apaciguarnos en cuanto a nuestra tarea artística. El Flysch es una formación geológica formada por sedimentación y reposo, a partes iguales; en este caso partes que duran miles de años. Una vez formado, en el fondo del mar, la sacudida de la placa que da lugar a los Pirineos la expone al exterior, la vuelca, la deja al descubierto convirtiéndola  en acantilado. La belleza queda expuesta. Así trabaja el escultor. Luego, recupera la imagen de nuestra memoria ancestral; el oso en el hielo, imtándola con el perro blanco sobre la piedra.
   

                                                       


 Como Tapies, contrasta los materiales. Ese es el escenario. Fuera, la humedad es indescriptible. Uno no suda, destila. El calor, límite. Y el paisaje tiene esa bondad de lo inalcanzable; exime a los perezosos. Los desniveles son altísimos, las bajadas tramposas y resbaladizas, los bosques demasiado húmedos en la piedra. Pero afuera, en ese paisaje que lo apacigua todo, está el público guipuzcoano; ese público que entiende el deporte como sólo él lo entiende. Un deporte en el que todo el que lo intenta, con la única medida de sus fuerzas y con la única medida de sus objetivos personales, es aclamado como un héroe. En la salida resuena el público hasta el escalofrío. En el kilómetro 30, alcanzando la Ermita de Zumaia, cuando las piernas están ya vacías, vuelve el escalofrío con el bramido del público, verdadero vencedor de este Trail, organizado como los ángeles, duro y divertido y bello. Y mágico. En cuanto a mi, la prudencia. Este Trail está, con mucho, por encima de mis posibilidades. Por distancia, por dureza, y por técnica. Hasta el kilómetro 23 corrí con total prudencia para conservar fuerzas y estructura. Fuerzas por la distancia, el calor, la humedad, y la dureza de las subidas. Estructura por las bajadas, estrechas, y, como ya dije, resbaladizas y tramposas. Después, pude correr. La meta fue un alivio y una llamada. Después, metí las zapatillas en una caja de sidra y me fui al Txindurri Iturri a beber de la barrica esa sidra que sale de la manzana que crece acariciando al Flysch…   





lunes, 8 de julio de 2013

EL TAMAÑO DE LAS COSAS



   El tamaño de las cosas de este mundo es a todas luces relativo. La imaginación colectiva ha dado muestras de ello en ejemplos como Los viajes de Gulliver, o las esculturas de L.Bourgois y J.Plensa, por citar sólo un par de ejemplos. Pero donde verdaderamente el tamaño relativo de las cosas se expresa, es en “los invisibles”.  Claro que estoy hablando de una metáfora transferida de la Teoría de Einstein. Mi imaginación literaria me permite con frecuencia imaginar, al observar las muestras de júbilo que corredores aficionados muestran en las llegadas de carreras populares sencillas, que detrás de cada corredor que cruza la meta hay una historia personal que engrandece su gesta hasta un tamaño que los primeros ni siquiera podrían imaginar. En este mundo, como en el extraño Homúnculo de Penfield, el orden numérico no coincide con el tamaño de los logros, con el tamaño verdadero de las cosas. Si este vicio de un determinado tipo de pensamiento fuese extirpado, el mundo sería mucho más rico, infinitamente más entusiasta. Y la extrañeza que ahora nos provocaría no lo sería si nos hubiésemos acostumbrado a mirarlo todo con ojos ajenos a lo numérico; a lo categórico. Y si vengo contando esto fue porque el Domingo 30 de Junio al mediodía me subí al cajón del podio para celebrar mi tercer puesto en el Cross nocturno de Navacerrada en categoría veteranos (a la que ya pertenezco, más por DNI que por espíritu) que habíamos corrido el viernes por la noche. Y si este tercer puesto es un logro en el mundo de los números, se convierte en algo monumental si va acompañado, no sólo del disfrute del recorrido (en realidad mi primer Trail verdadero) sino de la presencia en la carrera de Miguelito Chispas, que inauguró este blog aquel día de la Pedriza subiendo a la Nava, y que se perdió delante en la oscuridad en los primeros kilómetros de este pequeño Trail, hasta que lo recuperé, como una sombra, en la subida infernal al Majespino. Coronando arriba como hermanos de sangre, conseguí bajar milímetros más rápido que él; un Ironman de largo recorrido. Tuve fé y suerte. Y entrar delante de él fue un acto de admiración por mi parte, más que un deseo, más que una victoria. Gracias, Miguelito.