viernes, 31 de agosto de 2012

SANTIAGO

  Salimos temprano hacia Santiago. Aún cubiertos por el último bosque es cuando uno se encuentra con su realidad más íntima. El camino, todo el Camino, queda en la memoria conviviendo de forma parecida al Aleph; todos los tiempos y todos los espacios al mismo tiempo. Mientras uno se acerca de nuevo a la Plaza del Obradoiro, temeroso quizá de que las emociones le asalten, es cuando el camino se recrea como metáfora; no de un viaje ni de un destino, sino de una forma de hacer las cosas. Recuerdo de nuevo a Alfonso Vizán y a su "lo importante no es hacer cumbre, lo importante es "cómo" hacer cumbre". Es ese "Cómo" el que el camino te devuelve como metáfora, el que se muestra en la memoria íntima como un regalo; visible al fin. Ese "cómo" es, casi, una cuestión filosófica. Decía Foucault que la filosofía del siglo XX debía cambiar las preguntas; de la ontología del "qué", al funcionamiento del "Cómo". En ese "cómo" íntimo transcurren los últimos pasos. Es en él en el que uno se ve decidiendo cada uno de los pasos, cada una de las pausas, cada uno de los rumbos. Es ese "cómo" al fin, el que ha dado forma a esa criatura quimérica, hecha de muchas criaturas diferentes, que queda en nosotros; es ese cómo el que configura la imagen final que en la memoria queda de esa serpiente que llamamos Camino. Es ese "cómo" un demiurgo; la mano que esculpe el devenir.
 Y así, casi como de repente, Santiago, la Catedral, la plaza del Obradorio. Me pregunto si Santiago es punto de llegada o punto de partida, y con la inquietud que es enseña del carácter enseguida abandonamos la plaza. No quedarse nunca, llegar para salir. Un destino es un comienzo siempre. "Cuando algo ya lo sabes hacer, deja de hacerlo". Entonces me acuerdo de un fotógrafo chino de la Magnum, del que afortunadamente no recuerdo el nombre, que decía que en la tradición china, los artistas, una vez alcanzada la fama, se cambiaban el nombre. Lo hacían para demostrarse a sí mismos que seguían siendo buenos. Y si me acuerdo es porque uno de los paisajes de Santiago es el de los peregrinos por todos lados. Paseamos una victoria; una fama efímera. Con nuestra marca; rostro, ropaje, y andares. Esa marca es casi una seña de indentidad, de grupo, pero es también la imagen paseada de un orgullo. La pertenenecia y el orgullo paseada de forma visible, y, pienso, de alguna forma sin pudor. Así que a Geste se le ocurre una idea genial; ir a una tienda de segunda mano, en la que están liquidando, y cambiarnos de imagen.


Abandonar la familia, la protección, y el orgullo. Pasear por Santiago nuestra victoria íntima sin que nadie la reconozca, sin que nadie nos reconozca. Dejar al corazón, únicamente la difícil tarea de decidir si somos, en realidad, de verdad, peregrinos.   

jueves, 30 de agosto de 2012

LEIRO - SIGÜEIRO

 Si buscara naturaleza en el Camino inglés, me quedaría con la belleza del tramo de Leiro a Bruma. Si buscara esfuerzo, deporte, cuestas en las que demostrarme a mi mismo los poderes propios, también. Si buscara un encuentro, ese sería también el de esta divertidísima familia de Chicago, a los que adelantamos llegando a Bruma, donde compartimos una breve conversación, una galletas y un intercambio de regalos. Esas cosas las da el Camino, y son parte de la mitología santiaguera, aunque también lo son en lo cotidiano. En Foz perdí mi botella de agua sin BPAs, antitóxica. Quizá la dejé en casa de Marifé, olvidada. Qué importa. Me di cuenta en Burela, porque no hacía día de beber mucho. Todos en la familia de Chicago llevaban botellas BPA free. Les comenté que había perdido la mía, y ahí se quedó. Pero, aunque habían decidido quedarse en Bruma, en una pausa unos seis kilómetros después los volvimos a ver. Catherine, la hija, me regaló su botella, que aquí estreno.



 Como en la canción de Drexler "cada uno da, lo que recibe, luego recibe lo que da..." Yo le entregué al camino mi botella, Catherine me la devolvió, tranformada. Les invitamos a café y les propusimos el juego de las gafas y los gorros, que aceptaron de forma relajada; disfrutándolo. Esto fue lo que pasó.




Justo antes de abandonar Santiago los volvimos a ver, cuando ellos llegaban. Estos son los encuentros que engrandecen el camino.

 Desde entonces, caminar no entrañaba misterios, ni sorpresas, pensaba sobre la fotografía y la literatura, temas recurrentes que parecen ir clarificándose con el tiempo. Desde los tiempos del ideal según la lectura de Schopenhauer y de la visión del XIX, hasta el oficio, la habilidad, el talento, pasando por mi mirada preferida; la del marco.



La fotografía y la literatura no son para mi, ya, artes, exponibles, sino marcos que te permiten mirar el mundo, ordenarlo, desordenarlo, que te permiten vivir tu imaginación, transformar la realidad; jugar, sublimar, o reducir al absurdo. Son herramientas de construcción cuyo único objetivo es labrar, no cuadros ni fotos ni textos, sino esa materia dura y corrosiva que es el tiempo finito de nuestros días. Las herramientas de lo cotidiano. Si este blog y muchas de estas imágenes son algo, son eso. El resultado; la experiencia propia de un Camino como cualquier otro, dispuesto a quedar para siempre en la memoria, preparado para ser revivido, preparado para ser compartido.


 Santiago, a veinte kilómetros.

miércoles, 29 de agosto de 2012

MINHO - LEIRO. El imposible de Bruma.



 Betanzos debió ser el centro de muchas cosas. Supo, como en esta imagen, levantar catedrales desde el esfuerzo de lo pequeño. El juego de la escala es definitivo; la iglesia está limpia para ser vista. No está así porque así fuera, sino por la labor empequeñecida del mudo; del invisible, el que hizo Chartres y levantó pirámides.






  Y en estos devenires, en estos descubrimientos, en los que uno descubre momentos íntimos, a veces, el juego es doble; descubre y es descubierto. Navegar en ese mar es también un Arte.





Vaya por delante que nuestra intención era llegar a Bruma, y que nos faltaron esos 14 kilómetros. Mi pie dijo hasta aquí. En esta parte, casi ausentes los peregrinos y casi las gentes, siendo el paisaje conocido, conviene hablar de dos conceptos básicos; la intensidad, y el ritmo. Creo que el primero deviene del carácter individual, pero es el que marca los hitos de cualquier acontecer. Incluso para el silencio hace falta intensidad. La naturaleza, en su orden, en su desorden, en su belleza, pero también en su amenaza o en su misterio, proyecta intensidad. Las gentes, esas criaturitas que adoramos, también. Hasta en su estupidez pueden darnos intensidad. Digamos que podríamos encontrar una fórmula mediante la cuál busquemos la intensidad, sea esta del signo que sea. Como un valor absoluto, una cifra entre corchetes. Estar preparado para percibirlo; ese es el Camino. O quizá no, quizá esa intensidad esconda una trampa. Quién sabe. En todo caso, de esa intensidad deviene el ritmo; y esto es imprescindible para caminar. El ritmo es un orden que no sabría explicar. Y no me refiero al ritmo de la marcha sino al del día; a la relación entre caminar y no caminar, entre ir y quedarse. Sin él, caminar es una actividad pesada. Con él, es fácil. Cuando pasa el Camino, uno piensa que quizá se hubiera querido detener más, charlar más o menos con tal o cuál otro, haber salido antes, o después, haber caminado menos. Pero en el día esa es la búsqueda; el orden perfecto, el equilibrio entre los deseos de nido, de hogar, y los deseos de mundo. Un equilibrio imperfecto en el que nos tambaleamos a tientas, como aficionados. Un equilibrio superior a nosotros mismos y a nuestra voluntad. Como el de esta imagen, donde todo parece ocupar su sitio, y esperar su momento.
 


martes, 28 de agosto de 2012

EL GALLO DE LA MAÑANA

 Como Ulises en la cena de los feacios, empezaré a "media res". Harto ya de intentar actualizar los días anteriores, hoy escribiré sobre hoy, desde Minho, después de una etapa sin grandes misterios, sin grandes bellezas, sin grandes ocurrires. Pero eso es un decir, porque hoy el Gallo de la mañana llegó tarde a su cita con el día. Hoy salimos temprano, como no suele ocurrir, quizá porque la ría ya declinaba o volvía a casa, alta y harta de madrugada. Y esa luz que la alumbra y que hace al humo ser claro, quizá entró por la ventana antes que el ruido mañanero del peregrino. Y en el stress matutino de una mujer que corriendo va a las "Caminatas", donde la fé de los lunes la lleva a pie a la Iglesia para rezar rápidamente una oración antes del mercado y antes de irse con prisa a prepararlo todo, cabría todo lo que cabe antes del primer café del día, sin que aún hubiera cantado el gallo la mañana. Por no contar no hablaré de mis dolores en el tibial derecho, porque hablar es hacer vivir, dar cuerpo. Así que paso a paso, nunca mejor dicho, porque en cada paso caben todos los pasos, atravesaba yo la mañana sin extrañarme, quizá por desatención o imprudencia, de que aún no había cantado el gallo de la mañana. De los pequeños senderos me sorprendieron atosigantes los anises, como esa larga fila doble de aficionados en las subidas del Tourmalet, encima de nosotros, como héroes de toures que ya no encuentran dueños y si una larga fila de desposeídos en la que para mi alegría ya esta Lance Armstrong. Es el sino de Rilke; siempre la pérdida. Y en una de esa hileras, entre alguna de aquellas casas desperdigadas de aldeas nombradas como todo lo gallego; cada piedra con su nombre, cada monte, cada pico, cada agua, cada gota. De eso ya hablé hace tiempo, pero es que al Anima Mundi está en cada cosa y en cada nombre. Digo que entre aquellas casas escuché por fin al gallo de la mañana, tarde a su cita con el día. Pero es que, me digo, a veces cuando canta el gallo va tarde el día y no es el gallo. Así que subo y bajo las góndolas del perfil hasta que se me abre la Playa de la Magdalena. Y allí me sienta el pie a refrescarse en la arena, sentado a la sombra del chiringo de chiringos; en ese momento comprendo por fin que Borges dijera: un valle son todos los valles. Hablaba de la infinitud de este descanso, como el paraíso de los paraísos; hablaba del concepto y no del nombre, hablaba de la eternidad fragmentaria del ahora. Todo provocado por la llegada tardía del día al canto del gallo de la mañana. Metáfora de uno mismo en un día que no era ni gris ni día. La perfección del caminar en la cojera de los malditos. Pienso en Tiresias; ciego y visionario. Así "escalamos" Puentedeume, con la pena de abandonarlo. Y perdidos entre pinares llegamos a Minho, aún confundidos por el tiempo, aún extrañados de que aquel gallo o este día llegaran tarde, aún sin saber si fue la cojera o el espacio alargado o el tiempo comprimido, el que marchita algunos días, sin que por ellos pase nada, sin que apenas el alba coincida con ese canto maravilloso del gallo, que sólo cuando falta es, y siendo falta.

lunes, 27 de agosto de 2012

EL CAMINO INGLÉS



  Dicen, cuentan, que mucho antes de esto que llaman las "grandes peregrinaciones"; esas que empezaron verdaderamente en el 93, como una creación múltiple de un "muchos" que va dando ya sus frutos de la forma en la que les gustan las cosas a los cristianos; por cantidad. A la cristiandad, oficial, vaya esto por delante, le interesa el número de feligreses mucho más que la intensidad o la calidad de sus obras o de su fé, la doctrina más que la palabra, y, en este caso, más el número de peregrinos que las motivaciones de estos. Digo 93, porque es el primer jacobeo multitudinario, y porque cuando Jaime y yo pasamos por Foncebadón en el 90 allí no había ninguno de los cuatro albergues y restaurantes que hay hoy. No había nada ni nadie. Porque cuando Pla empezó a investigar sobre el Camino y preguntó a aquella señora de Dios si por allí pasaban muchos peregrinos, aquella mujer le dijo que sí, que el año anterior había pasado otro. Era el año 53. Lo digo de memoria y sin fé en mi mismo. Pues eso, mucho antes, poquito después de que Carlomagno iniciara el viaje a Santiago, este camino, el Camino inglés, era tomado por los isleños y los escandinavos y los navegantes para llegar a Santiago.  Hoy es un Camino casi abandonado, el patito feo de los Caminos. Apenas tiene albergues, pocos sitios donde hacer pausas y refrescarse, y mala prensa. En definitiva, pocos peregrinos. Sale de Ferrol o de Coruña, según el gusto. Para nosotros, la mañana la ocupó la búsqueda de una feria de empanadas en Catabois, que suponíamos gratuita. Era una cata de diferentes versiones de empanadas de manzana y bacalao. Y nos sirvió, junto con un mencía de la Ribera Sacra, de mucho más que comida. Estábamos perezosos, así que, como nos había dicho Julio, nos cogimos un barco para pasear por la ría de Ferrol, y así ver los Castillos y las playas, y San Miguel, y Mugardos. Hacía muchísimo calor, así que supusimos que el viento nos refrescaría, y una vez terminada la vuelta, ya se habría ido. Todo mentira. Salimos más allá de las seis, como nos gusta a nosotros. Pepito, ya sabes, caminar todo el día, hasta la última luz de la tarde. Rodeamos la ría, por sitios que apestaban al lodo cianágoso de la ría.


Pasamos por playas de ciudad, por puentes de ría, y por pequeños senderos cortos soñando con alejarnos de Ferrol mientras los ferrolenses parecían buscar tesoros bajo la arena.




Una pareja nos esperó para guiarnos, otra caminó con nosotros para enseñarnos el camino. Teníamos, hoy, un dolor de pies increíble. A punto de llegar paramos. Frente a una ría casi sin agua que apuraba una luz suave.


En el albergue, un sevillano de esos que hacen el camino como profesión, hablaba a voz en grito por teléfono en la habitación. Allí estaban nuestros italianos de la mañana, Marco y Roberta, caminantes piano piano. Estábamos de nuevo en el curso de esas flechas amarillas que aparecen por todas partes.


domingo, 26 de agosto de 2012

CEDEIRA - FERROL

  Decía Goethe que si algo articuló lo que entonces conocían como Europa fue el camino de Santiago. Este tramo que nosotros hacemos, desde Ribadeo, no se considera Camino de Santiago. Pero esta costa, desde mucho antes, desde el País Vasco, está articulada por una criatura especial, que nos servía para hacer metáforas jocosas en los años de Conservatorio; alguien capaz de caminar a tu lado, pero por su propio camino, sin llegar a juntarse nunca contigo, sin cruzarse. Ir y venir, fingir acompañar pero inamovible en su caminar, en su camino y en su destino. Si algo forma parte de este paisaje es el FEVE: esa criatura un poco de otro tiempo que va atravesando los paisajes más bellos del norte, por donde no pasa ninguna carretera. El Feve es un poco como nuestra ruta, nuestra estrella polar, pero es también el ánima escondida de nuestro camino desde el comienzo, porque de forma constante nos hemos ido encontrando con él, y ese encuentro ha sido fructífero por dos razones; la primera es clara; estábamos en el buen camino. La segunda no lo es tanto. El Feve, en el Camino a Ferrol podría haber sido siempre tentación.

En un rato apenas hubiéramos llegado al destino. Pero las fuerzas han sido mayores que la tentación y hemos llegado por nuestro propio pie donde el FEVE ha llegado por su propia vía; firme, pero rígida, segura, pero carente de los pormenores deliciosos de la pequeña aventura del caminar. Ferrol queda lejos de Cedeira, a unos cuarenta kilómetros a pie. Al principio, pudimos costear; a pleno sol, y hasta Valdoviño. Y en ese costear las curvas se hablaban y nuestros duendes iban apareciendo.


 Pero entonces, frente a esa playa maravillosa, llegaron los longueiros, las zamburiñas, y el Casal de Armán.


 Y después, una vez rodeado el embalse, no nos quedó más remedio que irnos hacia el interior, poco a poco, buscando imágenes extrañas,












 con un casi cojeo inapreciable, hasta que los últimos pasos ya en Ferrol se nos hicieron interminables. Por suerte, Julio Tajuelo, que es de Ferrol, nos había dicho hacia donde ir, y allí llegamos. La Magdalena, un barrio que recuerda a La Habana, con esa belleza de lo que debió ser, más que de lo que es. Tal como dice este muro: "Ferroliño, quién te ha visto y quién te ve"

Como no podía ser de otra manera, aterrizamos en una pensión llamada "El Edén". Y lo era. Así hablan nuestros dioses; en los nombres y en las cosas. El propietario era encantador, y nos mandó al "Meiras", donde encontramos también gentes estupendas, pulpos estupendos, chipirones enternecedores, unas papas bravas con mucha chispa y unos mejillones abiertos que nos hicieron sentirnos en casa. Hoy el destino nos pudo más que el paso. Y, rotos, dejamos Ferrol para la mañana.

sábado, 25 de agosto de 2012

NADAR EN VEZ DE ANDAR


 Amanecemos en casa de Amadora, una mujer adorable que ya no alquila habitaciones, pero que nos ha hecho un huequito para dormir en el O Carinho que vió cómo el Barça le pasaba por encima al Madrid para luego, con un error de bulto de Victor Valdés que al final le haría perder la supercopa, se complicaba la vida. Hace un viento fuerte que casi nos vuela, pero es que estamos muy cerca del Cabo Ortegal, y aunque nos dicen que no es buen día, allá vamos, por un sendero pegado al acantilado Este que repetiría una y mil veces. Luz entre la luz.

Hace un viento de muerte en Cabo Ortegal. Estamos al norte norte, donde se encuentran el Atlántico y el Cantábrico, donde llegan los vientos de América a encontrarse con los nombres de nuestras aguas y nuestras piedras y nuestros vientos. Hace viento pero está claro y hace sol... hasta que empieza a llover. Al principio, parece que sólo será un poco, pero enseguida nos damos cuenta de que no. Vamos subiendo a bastante altitud, el bosque va desapareciendo a cambio de un arbusto bajo y pequeñas flores violetas; la niebla apenas nos deja ver. El viento, a veces, es tan fuerte que no podemos andar, que nos desequilibra. La capa, el gore tex y todo lo imaginable se vuelve insuficiente. Estamos calados. Con el viento, pronto tenemos frío, los músculos se endurecen con el frío y con el agua, los pies chapotean. Dejamos de andar; nadamos. De vez en cuando, entre la niebla, pasa un coche. Nadie se para, nos decimos, nadie se para. Pero una furgoneta lo hace y nos ofrece llevarnos a alguna parte. Si no estuviéramos aquí no nos ayudarían, si esto fuera la Edad Media no habría coches, si uno se va a encomendar a Santiago, si quiere sentir el terreno, la naturaleza, el mundo, si quiere comprobar cuales son sus fuerzas reales en relación a las de Dios, debe seguir caminando. Así que les agradecemos la propuesta; y seguimos andando, nadando. Un grupo de vacas nos observan, un tanto atónitas.

Es el único momento en que me atrevo a sacar la cámara. Después de más de tres horas, arriba, en el mirador de San Andrés, clarea un poco y cesa la lluvia. Bajamos por una caminito de piedras que resbala como un demonio. Pero San Andrés está ahí (ropa seca; paraíso del calado), y el cielo se abre, cuesta abajo, tranquilamente, hasta Cedeira, sin poder ya coger el senderito de los Peiraos, 14 kilómetros para otro tiempo, quizá. Uno se marcha por un camino echando de menos otro que no conoce, suponiéndole más bello. Pero en esa cesión, en ese acontecimiento que late, en esa belleza que uno imagina, sin llegar a ocurrir, quizá radica también parte de su belleza.



Llegando a Cedeira, este hombre; Donatillo, como le decía su Josefa, nos cuenta la historia de sus maravillosos 58 años de matrimonio. Tiene uno la sensación de que los encuentros de un Camino son tan casuales y tan fugaces como cualquier otra cosa. Responden casi al azar y te ponen en contacto con momentos absolutamente irrepetibles, con destellos de luces casuales en los que confluyes - sí, tú, yo - durante un instante con un espacio y un tiempo. Y quizá en este sentimiento está el sentimiento de ser por fin vagabundo, caminante, de encontrarse por fin del todo con el paso que da y no con el destino que viene. Todo; vagabundear y caminar toman cuerpo de esta manera, o así se me aparece a mi, en un sentimiento que podría llamarse "confianza en el porvenir".

  Así llegamos a Cedeira, donde, casi por casualidad, como no podría ser de otra forma, damos con Beatriz, una abuelita adorable que nos alquila una habitación baratísima, que es el sueño tras la navegación. Una abuelita emocionada que nos invitará incluso a desayunar, con esa emoción que provoca la gente en casa.


Por la noche, tal como nos indicaron en aquel barecito antes de Vilaronte, vamos a tomar Marrajo y calamares en el Kilowatio.

 Después, como cada 24 de Agosto, hago mi celebración más íntima, esta vez solo, en la playa, escribiendo sobre la arena.

jueves, 23 de agosto de 2012

KEEP WALKING


 Se me repite la inefabilidad ante la belleza. Llueve de nuevo fuertemente por la mañana. Hoy nos ponemos las gafas sin cristales. El buen humor que deja la Lubina en la mañana. Plastificámoslo todo para defendernos de la lluvia. Así nuestro invento para las zapas.


  Al salir de Barqueiro una senda verde cerca del acantilado nos enamora. De nuevo me siento incapaz de hablar de la belleza, pero es está, lo es y lo será, una de las partes más bellas del Camino, uno de esos pasajes inolvidables, luz en el trayecto. Me acuerdo de Cervantes, y de aquello que escribía en aquella carretera interminable de la Anatolia turca que nos llevaba, hace ya cinco años, hacia Konya, aquel "lo que Cervantes no contó del Quijano" (http://odahirvanderlinde.blogspot.com.es/2007/10/lo-que-cervantes-no-conto-del-quijano.html), que es realidad lo común, lo de siempre, una cierta nada, un paisaje cotidiano carente de intensidad, un hastío dibujado por rayitos de luz, como este senderito colgando del acantilado, dibujado por un día gris y lluvioso, en donde este chiringuito abandonado en la nada, apenas visible entre el gris, el agua, y el pequeño filo que nos deja para mirar la capa nos recuerda, casi, a un Macondo.


 En el mar, un dragón parece salir del agua; es un dragón bueno, que lleva en sí el germen del porvenir que se labra cuando uno sale muy de mañana a pesar de la lluvia. Durante kilómetros transitamos estos acantilados hasta llegar a la Playa de Espasante, donde Getse descubre los extraños dibujos que el mar dibuja en la arena. Pienso en Juanjo y en su dibujo sobre el grafito, y veo el inmenso valor de su Arte. Capaz de hacer aquello que la naturaleza realiza sin esfuerzo: reproducir los trazos de lo natural. La pregunta sobre el Arte lo sacude todo.¿Existe la originalidad? ¿el genio? ¿Merece la pena tanto trabajo para llegar a los sencillos trazos del mar sobre la arena? Ese poder supremo capaz de dibujar y esculpir con incomparablemente más precisón que los humanos, se nos aparece. Esta foto es mi homenaje a Juanjo Molero, que hace estas cosas en su astillero de un cuarto piso de una ciudad. Que hace milagros desde la nada.


 Salimos de Espasante con espíritu, aunque nos abruma la carretera. Desde Ortigueira aún nos quedan veinte kilómetros para O Carinho. Son las cinco y media. Se avecina el cansancio. Pensamos en quedarnos, pero no nos llama Ortigueira. En la duda, pedimos una Coca Cola. En el vaso que me pone la camarera dice "Keep walking".

En el de Getse no dice nada. Dos opciones: o anular las voces del mundo, o tratar de vivir las escenas en las que parece existir un demiurgo, una voz, un algo que habla, que nos habla. En parte, eso es la literatura. Desde el puerto de Ortigueira, una nueva ría hasta O Carinho, un inmenso rodeo. Decido seguir, y acordándome de Alfonso Vizán, decido no seguir la carretera. "No basta con llegar, lo importante es cómo llegar". Así que hago el rodeo de los rodeos por aldeas, por verde, por monte, para llegar a O Carinho casi a la once de la noche, con las piernas casi rotas. Había algo que hablaba, había algo que había que escuchar. Del mensaje, un día, quizá, sabré algo.

miércoles, 22 de agosto de 2012

VIVEIRO - BARQUEIRO

 Viveiro tiene algo sorprendente. No es la lluvia. En la mañana, todas las cafeterías no tienen otra cosa que churros. Churros y no otra cosa que churros en las cafeterías de la mañana de Viveiro. Llueve y llueve. Es la lluvia que es el germen de la gloria del peregrino. Capas, chubasqueros, bolsas de plástico por todos lados. Hay que protegerse y guardar la ropa seca para el futuro. Sólo hay una pregunta en la mañana. Salir o no salir, el equivalente a ser o no ser. Rodeamos la ría obviando el puente. Empapados, llegamos al principio del puente. Eso me recuerda a otro mundo, a ese mundo en que coinciden todas las cosas, como aquellos caminos de Polonia en que aquella vez Jaime y yo cogimos por todos lados. Pero el peregrino labra su gloria también bajo la lluvia. Soñando un atajo seguimos rumbo a O Vicedo, que es un puerto lindo que se esconde en la memoria. Así rodeamos la costa, después de atravesar entre lluvias y los eucaliptos que dice el Pieri que no hay en Galicia. Y así desembarcamos en O Vicedo, para seguir caminando por la costa, o pegados a la costa verde que nos lleva a esta playa,

por la que caminamos hasta encntrar la senda que nos lleva a O Barqueiro.


Un puerto pequeño que es más puerto que pueblo. Viento, frío y grisura desde la ventana protegida de la pensión. Una cristalera restaurante nos llama. Yo sólo tengo deseo de una cosa; vino. En esta zona los tintos son Mencías de la Ribera Sacra. Mientras lo bebemos, el mar brava. Hay dos camareros jóvenes que  nos invitan a quedarnos a cenar, así que nos duchamos y volvemos a por unas almejas con setas que aquí reproduzco,

y una lubina salvaje de kilo y medio. Por suerte, la cocina y el material es tan sumamente bueno, que la decepción casi irreparable de la cena de Viveiro se va perdiendo.

martes, 21 de agosto de 2012

LA CENA DE VIVEIRO. Y ORSON WELLES

  Por todo lo dicho antes, queríamos una cena en Viveiro. Queríamos desperigrinarnos a marisco. Esto pasa, y no debe ser contado. Pero el abuelo de uno es el abuelo de uno, y por fin entrábamos en esa zona maravillosamente costera de Galicia; otra Galicia. Llegamos agotados, encontramos de milagro un apartamento en el casco, y bajamos a cenar. Nos atrajo un sitio con terraza y muchedumbre, una carta con navajas, vinos blancos, zamburiñas, padrones, mejillones, percebes, y un sinfín de criaturas que no podría enumerar. Camareros atentísimos supieron recomendarnos godellos, albarinhos y ribeiros, y, a no muy tardar, teníamos sobre la mesa un pulpo cinco estrellas, unas navajas limpias y sedosas, y unos pimientos de padrón sorprendentes. Como se ve en las imágenes, nos columpiamos sobre las navajas que sólo en Galicia pueden ser verdaderas, sentimos lo crujiente del pimiento bien hecho, el sabor tierno a mar del mejillón, la consistencia del pulpo. La tarta de queso tenía además, el espíritu lucense del interior. El honor estaba hecho.
  Un gallego de pro, David de Prado, me prestó hace muchos años una película que no he podido olvidar, y que menciono constantemente; no me repito ni me plagio, renuevo mis mitos en contextos diferentes. Era el "Fake" de Welles, con ese plano de Chartres del que tanto he hablado, con esa voz en off de Welles, de la que siempre digo que está a la altura de nuestro Fernando Rey. Justo después de la escena de Chartres sale Welles, de smoking, contando una maravillosa historia de unos cuadros perdidos. Dice Orson: "En los próximos 16 minutos, todo lo que cuente será mentira" Pero la ficción es así. No se puede no creerla. Eso hice yo con lo que conté hasta aquí. La tristeza de aquella cena nos la llevamos hasta el dormir.

CERVO - VIVEIRO

   Hoy es un día de símbolos; el paseo de los enamorados, la fábrica de Sargadelos donde compramos los colgantes que alejan a los que atacan la poesía y el Arte, el Viveiro del abuelo Julio en la memoria y quizá la cena. Para poder llegar hoy a Viveiro ( una vez paseado el paseo, visitada la Fábrica y adquirido el colgante, una vez alcanzado San Ciprián, el Springfield lucense, donde una inmensa fábrica de Dios sabe qué, vadea la vía del Feve, y da calor al puerto, al mar, y a la ría ), había que renunciar a la costa, atravesar el interior hasta Xove y entrar en Viveiro por su maravillosa playa del este, donde el mito de la cena nos esperaba. Pero, antes, en San Cipirán, es donde en realidad pasa la vida. En nuestra pasión por el rojo, nos acercamos a una casa blanca con las puertas y las ventanas pintadas de rojo. Todo rojo y blanco, como hubiera querido pintar nuestra Marifé de Foz su paraíso verde (aunque ella lo hubiera pintado a rayas). Así que allá vamos, en busca de las imágenes de "Habitar"; de los nidos. Pido permiso a la dueña y le digo que nos encantan esas puertas de rojo. Un halago de corazón. "Las pintó todas mi marido". Él viene. ¿Por qué?, le pregunto. "Porque me gustan". Nada mejor que la satisfacción del gusto propio para no argumentar mentiras. Nos ofrecen refrescos, nos enseñan la casa, por dentro; un nido para quedarse, para habitar. Vamos con las gafas de disfrazarnos, sin cristales. No sé si eso nos hace peregrinos no creíbles, pero nos da un poco igual. Así que les proponemos hacernos una foto; a la mujer le pido que se ponga unas gafas, a él le doy mi braga para el cuello que llevo a modo de gorrito de feria. Les pido que se lo pongan, y lo hacen, con toda tranquilidad, para esa foto que refleja la maravillosa esencia del juego. "Homo ludens", pero en el buen sentido. Sin edad, rota la convención, casi todos los humanos quieren jugar, aceptan y envidian el juego. Sabios como pocos, esta pareja maravillosa acepta mi ofrecimiento, que a todas luces podría parecer fuera de lugar, y que no encuentra mejor lugar que esa fachada y esta casita deliciosa de San Cibrao, esta pareja que es nuestra pareja del día, los que nos hacen vivir, los que comparten nuestro "día de gafas". En esa imagen se derrite el "no irás a..." Feliz con esta imagen nos abalanzamos ya rumbo a Viveiro.

lunes, 20 de agosto de 2012

FOZ HASTA CASI CERVO

  Llueve por la mañana, así que nos dedicamos a disfrutar tranquilamente del desayuno y a actualizar, por llamarlo de alguna manera, algunas entradas del Blog. En ese momento pelean las dos fuerzas; la que nos tira para atrás y nos dice "quédense" y la que te hace salir a la arena; la que te reclama paso, movimiento, acción, búsqueda. En cada minuto de cualquier día conviven estas dos criaturas aladas. Marifé nos ha dicho que nos quedemos lo que queramos, así que la fuerza es aún mayor. Pero nos cocinamos algo y abandonamos la protección del hogar en busca de sulos más duros, más desprotegidos, donde quizá nos encontremos a nosotros mismos con mayor facilidad. El cielo gris vacía las playas que la otra tarde estaban llenas. Un socorrista de mar nos dice: "El cielo os pone un buen día para caminar, y a mi me da un día libre". La costa se va acantilando. Sin ruido, sin sobrecarga, nos va poniendo prados donde quedarnos. En las playas de abajo, se repite una pareja amarilla y verde: dos cubos de basura profundos en la arena. La única pareja de la playa. Pasamos por Nois, un pequeño puerto, algunas miradas extrañas, y la belleza por todos lados. Seguimos en pos de Cervo atravesando Burela; una infamia hecha a la ribera. Poco a poco va cayendo la noche, plata en el mar desde el paseo que va desde Burela hacia el Oeste. Pero nosotros seguimos en pos de Cervo, donde dicen que David Cal se preparó para este último tramo olímpico. Cervo, un pueblito en el interior cuyo mito nos ha nacido de las conversaciones con las gentes; un pueblo al lado de la fábrica de cerámica de Sargadelos, con el que vamos soñando en esta noche gris, pero no gris como la del Tango de Troilo, sino gris brillante. Caminar de noche es otra forma de vida. No previo al amanecer sino cuando sólo hay, detrás, oscuridad y silencio. Kilómetros y kilómetros sin ansiedad, con todo el mar para nosotros, con todos los caminos para nosotros. Apenas rozándo Cervo, plantamos, en medio de aquella noche, el nido de hoy.

domingo, 19 de agosto de 2012

DESDE LA PLAYA HASTA VILARONTE (O HASTA FOZ)

   Me ha escrito Carlos Fernández para proponerme vincular sus nuevos textos con mis fotos de "Habitar"; un proyecto de búsqueda de nidos humanos, basado en cierta forma en las ideas de Gaston Bachelard, y en su libro "La poética del espacio".  Aunque siempre voy buscando nidos por los caminos, la propuesta de Carlos, que tiene espacio y fecha concretos, me estimula la visión, y convierte el día de hoy en lo que será. Ya vereis luego. Después de desmontar la tienda, pasamos por la maravillosa Playa de las Catedrales, y por un sinfín de pequeñas y deliciosas calas. Después, caminamos eternamente por la Praia Lunga, unos cuatro kilómetros de "paso de pie blando", hasta salir a la ría de Foz, que hay que rodear con un rodeo eterno; a pie, una vida. Foz a un kilómetro de los ojos, a veinte de los pies. Soñamos con no entrar y dirigirnos hacia Fazouro, así que nos desvíamos a una aldea abandonada (siempre después de andar los quince kilómetros de rodeo), donde una casa hecha a cuadrados y dejada de la mano de su Dios da la vida a una enredadera, que la abraza, viva y verde. "De la muerte la vida, del abandono otro morador". Subimos la inmensa cuesta central de "aquello que debió ser" y nos tomamos un refresco con los de allí, que nos hablan de gentes que se han ido a Noruega, a Alemania, a China incluso. "Aquí ya no queda nadie. Hay gallegos hasta en la luna". La camarera es, sin embargo, rumana. Eso me recuerda a "La vida es sueño" (aquel sabio que recogía las hojas que otro tiraba). La música está a tope; es infernal. Pero en el silencio que nosotros buscamos de forma momentánea, otros se ahogan día tras día. La lluvia que te refresca un día, durante meses te reseca el alma. Después de apuntar todo lo por visitar, y casi, dónde nos dejaremos caer (lo cuál seguiríamos al pie de la letra), seguimos, a cuarenta grados. Un poquito más adelante hay una casa verde que me llama la atención; de madera, prefabricada, como un oásis. Pulula en mi habitar. Decía Ansel Adams que fotografiar es captar aquello del exterior que hace vibrar el interior. Lo espiritual en la fachada. Me acerco; hay una pareja en la terraza. Pido permiso para sacar una foto desde la cancela. Y lo obtengo. Pido permiso para entrar y me es concedido. Así que me voy acercando. Hay un cartel colgando que dice: "San Mamés". Pregunto si son vascos, pero me responden que no, que son gallegos, pero del Athletic. "Pasa, pasa dentro". Hago unas fotos dentro y me ofrecen algo de beber. Getse ha seguido, así que me asomo para ver si la veo, y allí está, sentada en una sombra. Me oye y se anima. Se suma. Nos sacan cerveza sin alcohol (¡¡tenían cerveza sin alcohol!!) y un Albarinho. Además de mucha agua. Conversamos más que felices en aquel paraíso, contándoles que vamos a Fazouro por un camino que a ellos les parece que da más vueltas que que. Y, de repente, Marifé nos ofrece su casa, en Foz, con cinco habitaciones libres a elegir. Aunque dudamos, es tentador. Así que nos relajamos y nos vamos con ellos, en un estupendo peugeot 205, pasando antes por la Basílica de... cómo se llamaba el santo, no sé, bueno, una basílica románica de la que sacamos imágenes para el Bestiario. Después nos llevan por las playas, y nos dejan en una casa inmensa, con patio, y 5 habitaciones a elegir. Un todo. Quedamos con ellos para hacer la ronda de Mencías por Foz. Nos enseñan la ruta de pinchos y allá vamos, con Leste y Marifé, todo alegría, todo generosidad, a gozar de la noche inesperada de Foz. Esos Mencías de la Ribera Sacra son estupendos, Pepe, mejores incluso que aquellos Prietopicudos del León del Camino del 2011, porque ahora vamos a tener que ponerle fecha a los Caminos, ya verás. Es increíble cómo la pasión de "Habitar" te va llevando por caminos insospechados, y cómo te hace regalos como el de hoy, más que colchón duro tras los días de suelo rígido, una pareja para la que sólo tenemos y tendremos gratitud.


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sábado, 18 de agosto de 2012

DE TAPIA DE CASARIEGO HASTA LA PLAYA DELOS XUNCOS

 Desde Tapia caminamos animosos hacia Ribadeo, con un calor de mil demonios. Vamos casi por la costa siguiendo las indicaciones de una Tapiera, hasta llegar a Castropol. Allí, un Triatlon está punto de ser. Pineso en Migueliño que ya hace Ironmans en 10 horas 30, y decidimos quedarnos a ver la salida. Un inmenso chapoteo en la playa y aquellos tiburones al mar. Qué envidia. De repente lo daría todo por estar allí. Pero tras la transición a la bici volvemos a nuestro ahora absurdo ritmo bajo el calor. Pasamos el vertiginoso Puente de los Santos sobre la ría pensando en cómo se articulan mundos tan distintos. Pasar del mundo del Camino de Santiago al mundo del Triatlón. Un shock. De friki a friki. Y volver, siendo consciente de lo absurdo de todos los mundos. En el desierto de inmensa nada que hay tras pasar la ría, pregunto a unos franceses si saben dónde encontrar un lugar donde tomar un refresco. La pregunta es, en parte, una trampa. Han tenido una avería, van con sus furgos repletas de vida, y no tardan en sacarnos una tónica, una Coca Cola, y unas latas de atún, además de una inmensamente fría botella de agua, que bebemos gozosos. Después, la costa, de una belleza imponente, ante la cuál lo mejor que puedo hacer es callar. Pero sobre todo me invade una sensación, provocada por la salida del trayecto de las flechas amarillas. ¿Es libertad? ¿o es desprotección? Esas flechas te obligan, pero a la vez te llevan, te acunan. Sin ellas el mundo es tuyo, todas las direcciones son posibles, pero pierdes la historia que las soporta, la familiaridad de los que siguen su rumbo, y pierdes también el hogar, la casa, la cuna, casi el idioma. Si pusiéramos en un hilo fino ambas cosas en los extremos, habría que hacer equilibrios por él para encontrar el punto justo, ese lugar imposible que sólo encuentra la literatura.
  Después, sólo una costa innombrable llena de calas en donde los cuerpos desnudos se pierden entre las piedras, donde uno querría quedarse siempre, hasta que llegamos a la Playa de los Xuncos, y entre esas inmensas piedras nos bañamos, antes de poner la tienda a descansar lo suficientemente alejada del acantilado para no empaparnos, y, agotados, dormir de verdad.

viernes, 17 de agosto de 2012

DE CASI GIJÓN A TAPIA DE CASARIEGO


  Como siempre, los últimos. Llegamos a Gijón temprano, para iniciar un viaje en Feve a Tapia de Casariego, ya al final de Asturias, donde iremos a un festival de Folk y a visitar a Carla. Pero antes, en Gijón, por la playa, me quedo observando a esa criaturitas maravillosamente incomprensibles: los humanos. Como un alien, con gorro, gafas de sol, y una mochila de mil demonios, además de con bastones, me voy a caminar por la playa, mientras me dedico a hacer fotos de humanos.


Este hombre,por ejemplo, parece sorprenderse de mi presencia, quizá me mira como a un extraño mientras disfruta de un día de sol en la Playa de Gijón, flanqueado por una inmensidad de gente, una planta industrial, cuarenta grados, el calor emergente del asfalto y la placidez de su mujer, ajena a todo lo que pueda suceder.

Me podría entretener con esta actividad horas y horas, pero al final el Feve tiene un horario, y es mejor estar en hora.Tenía ganas de volver a montar en Feve; ese maravilloso trenecito a extinguir que atraviesa Asturias por lugares maravillosos, en el que algunos duermen con la placidez y comodidad de los grandes hoteles,

asomándose a playas increíbles, como flotando por el monte, hasta llegar a Tapia, donde sólo hay un loco del que enseguida nos salva Carla, que nos lleva al Albergue. Allí dejamos las cosas y nos vamos a pasear el hambre, matándolo con una pizza en pan de leña que venden en una Feria medieval en la que también está Carla, pintando caras.



En el puerto bailan bailes populares, y una señora lo observa ensimismada desde la ventana. El calor es insoportable.



Después, el puerto



Y, luego, como una retahíla maravillosa, la playa inmensa, infinita, a punto de ponerse el sol, la puesta, y después Carla pintándonos las caras, la sidra, las navajas, el chorizo a la sidra, el pulpo encebollado y una nochede concierto Folk, bailando sin parar hasta las tres en el alto frente a la Playa, para luego dormir en la tiendecita, sólo hasta que los primeros peregrinos deciden que ya es hora, y empiezan a agitar sus vidas...




jueves, 16 de agosto de 2012

VILLAVICIOSA - CASI GIJÓN



  Villaviciosa. Nos levantamos como peregrinos antiperegrinos (Pepe me pregunta desde casi Santiago que si aún sigo así, caminando todo el día) y nos vamos a desyunar a la cafetería Colón, que abre a las nueve y media. Ayer por la noche habíamos tapeado en la única zona peatonal de Villaviciosa una tablita de quesos gallegos, con rosado prieto picudo. Esos quesos son sorprendentes, aún a estas alturas. Antes habíamos pasado por el Café Colón, a probar crujientitos de chocolate y esa maravillita del plato de arriba; la Florentina. Lamentamos no poder venir aquí a dasayunar, porque abría tarde para un peregrino; las nueve y media. Pero siempre en el envés de lo práctico, el antiperegrino disfruta de estos manjares al amanecer, junto a una palmera mejor aún que las de Italnova, precisamente por su pereza matutina. Y así, ese sentimiento con el que uno convive, de ir siempre tarde, imaginando ya a todo el mundo (el grupo de italianos, americanos y españoles que también durmieron en el Gobernador) en Gijón, se acrecienta aún más cuando al pasar por un taller de reparación de zapatos, pedimos permiso para entrar a hacer fotos, permiso concedido, e historia, porque entonces nos enteramos de que es la tercera generación de reparadores de calzados, y, de dos cosas más: una, que no somos tan ricos para gastarnos 15 euros en zapatos que se rompen y que tenemos que cambiar con frecuencia, y de que siempre hay trabajo si uno es bueno y quiere trabajar. Así nos dicen padre e hijo, sonrientes, con la placidez del que trabaja sin prisa y cree en lo bueno y lo viejo y no en el cambio por el cambio.Una especie de filosofía sustancial de lo no efímero. Sale uno de allí de nuevo con la conciencia de que hay que salvar estos pequeños rincones para poder salvar el mundo, que como el Borges del Amanecer, si no se sueña un mundo así, podrían desvanecerse para siempre, atropellados por la "loca locomotora de la Historia" de la que hablaba Benjamin. 


Después tiramos ya de verdad camino arriba,  con la alegría de los caracoles; esas criaturas que como nosotros viajan con la casa arriba. Nos dirigimos rumbo a Gijón, soñando en llegar. Enseguida, un poco entretenidos con la llegada de Serge y de Mateo, un inglés de Cardiff y un italiano de sabe Dios dónde, perdemos el camino de la Costa y nos dirigimos hacia el Primitivo. Hay un buen hombre que nos saca del error y nos propone una ruta para enlazar, pegados a un arroyo y a un río. No sin dificultad enlazamos, aunque no tardaremos en perdernos de nuevo, cogiendo rumbo a Covadonga, con una polaca que también se pierde. Obcecados en el error, sacamos, como siempre, ventaja, porque al parar a un todo terreno para que nos explique, le pedimos que nos acerque de nuevo al punto. y aprovecha para subirnos todo el puerto, donde casi nos alcanzan los italianos que llevan los trolleys. Son una pareja, él trabaja inventándose modelos de carrito para viajar andando, a modo de pulka, con arnés y rueda. Llevan una farmacia a bordo, los tíos. Corremos un poco para que no nos vean bajar del coche, porque estas cosas no son de peregrinos. Nos alacanzan y nos superan en la bajada, esos artilugios vuelan. En la bajada, pasamos por Peón, para pedir agua a esta mujer,




en cuyo rostro parece estar escrita una vida, y para que Getse se moje las heridas (ha aprovechado un agujerito en el suelo para intentar sollar el asfalto con las rodillas) Llegamos abajo a un merendero, donde coincidimos todos; Mateo, Alice, los italianos, y Alberto y Laura, una pareja de médicos con la que compartimos el buen humor de hoy (sin contar lo del coche, claro) y un menú de impresión: puré de legumbres, patatas con costillas, y carne guisada, con tarta de platano, café y sidrina. 8 euros. Esto existe. Después tiramos camino arriba, con animo, hacia Gijón, pero nos quedamos en Deva, a cinco kilómetros, en el albergue, con todos; los italianos, Eric, un fotógrafo irlandés que está haciendo un reportaje que parece interesantísimo, sobre viajes andando, de largo recorrido. Viaja con una EOS 5D mark II y un trípode manfrotto firme, además de con baterías, grabadores de sonido, etc... Habla quedito y cerrado, como muchos irlandeses, y muchas veces duerme en la Playa, como un verdadero viajero. La tarde nos anochece en un bosque, después de un pinchito de guarrerías, y después de un poquito de lectura sobre el Arte egipcio, lo que impide pensar que la única locura posible es está del Camino de Santiago. Las cabañas son maravillosas, de a seis, y nos esperará una verdadera noche de descanso.


   

miércoles, 15 de agosto de 2012

EL ORGULLO DE SEBRAYU

 Hoy desayunamos con profusión todas las sobras del día anterior. Tanto, que cuando llegamos a Villaviciosa más allá de las cinco, aún sin comer, apenas teníamos hambre. Habíamos tomado lomo, pato, chorizo, la mermelada de Braulio, té, tostadas. De todo. Pensábamos llegar a Sebrayu. Nos habían dicho que estaba a veinte kilómetros. Caminamos esa primera parte, maravillosa, tal y como nos había dicho Braulio, fuera del Camino pero pegados a la Costa.


Allí, la Peña del Cuervo, y luego el verdadero acantilado, el que está más allá de la Isla. Ese que llega al cruce que lleva a la Playa de la Griega. Pero como siempre; un fin, una vuelta a un camino sin tanta historia. En una pequeña Iglesia, en el Atrio, otro Babel de italianos y catalanes y americanos; un grupo de esos que nace de un sinfín de individualidades, y que ya nunca se separa. Esos grupos llevan la sabiduría del camino, saben lo que hay y lo que vendrá, te informan de cómo ir, y hasta de dónde no comerás. El conocimiento se va pasando como antes; vuelve la oralidad, el Cid, Martín de Riquer, los últimos yugoslavos... Antes de llegar a Sebrayu aparecen bosques con sombras, caminos lindos, íntimos, silenciosos, pajáricos. Llegamos a Sebrayu como por sorpresa; la hospitalera nos dice que sólo hemos hecho 14 kilómetros, y, aunque nos quedamos, empezamos a ver gente llegar desde todos los confines, cuyo esfuerzo merece más descanso que el nuestro. Asi que abandonamos aquel albergue y decidimos seguir bajo el calor hacia Villaviciosa, cuya ría vemos desde lo alto. Un paraíso. Encontramos un sitio en un hostal, y comemos algo, aderezado con el chocolate de aquí, unos crujientes que nos enamoran. Échamos una vista a los mapas, y empezamos a pensar en llegar a Ferrol, a la Coruña, y a Santiago, pero es sólo un pensamiento a medias en este cruce que lleva a los peregrinos originales hacia Santiago, y que nos da un respiro, para, por fin, poder escribir.

 

  Del día, un momento; al salir de Colunga hay una casa cuidada, llena de flores. Apoyada está una mujer vieja, con una sonrisa plácida, completamente integrada con las flores. Pienso en hacer la foto, pero no quiero enturbiar la intimidad. Sigo caminando. Al poco, me digo "eres un fotógrafo", y vuelvo sobre mis pasos, me acerco, y le pido permiso para fotografiar la casa, pero con ella. No quiere, hace ademán de quitarse. Le digo que no, que se quede, que está luminosa, maravillosa. Pone una sonrisa como la de antes, y se queda, para que el mundo se deleite de las cosas que pasan en el ámbito de lo pequeño y de lo anónimo.

lunes, 13 de agosto de 2012

PIÑERES DE PRÍA - LA ISLA



 No es lo mismo caminar sin rumbo que que te esperen, que ir con destino. La Isla, a la que llegué por primera vez con diecisiete años para conocer a todos los amigos de Pablo "cole". La Isla que acabó convirtiéndose en un sitio de mitos adolescentes que sólo guarda la memoria y la Peña del cuervo.

Salimos bien temprano, antes del amanecer, para desayunar en Ribadesella, y atravesar, medio costa medio monte, un devenir de verdes y acantilados a la orilla del Cantábrico, sobre todo después de la Playa de Vega, a la que se llega después de darse un baño de color en una casita azul que hay en San Esteban de Leces (uno de los portentos de lo que será "habitar", esa serie de fotos en la que intento comulgar las ideas de Bachelard, con los indicios que el mundo del nido nos da de la forma de vivir). Después de salir de Vega, a más de treinta grados, un espacio lleno de caravanas y mundos detenidos, espesados por la pereza y el acúmulo de gente, nos esperaba una inmensa cuesta, que poco a poco, después, nos iba a llevar camino de la verdadera costa, de ese acantilado maravilloso desde el que ya se reconoce el peñón, aquel que va acercándose, por cabos y por altas hierbas, desde Caravia, fuera del camino, a la Playa de la Espasa, primer campo de mus de mis días adolescentes.
 
Y una vez allí, ganado el cielo, el merecido baño de "nuevo en ese mar" y la llegada de esos tíos "más que políticos"; Braulio y Mela, los padres de mi hermano de los quince, un Pablo "cole" que ya es multipadre. Con ellos empezamos en el Fito mar, con cerveza y calamares, y seguimos haciendo una comida más allá de la tarde, cenamos hasta el infinito aquellos maravillosos rollos de bonito, chipirones inolvidables, y vino blanco, además de un tarta de turrón de no olvidar. Con ellos fuimos a Lastres muy de mañana, al día siguiente (día de descanso) para ver desde allí la Playa de la Griega por la que yo me imaginaba caminar a María Alonso en el año ochenta y ocho. Con Mela comimos bonito del norte confitado y ensalada césar, y, ya de tarde, los cuatro, caminamos desde la playa de la Isla, en plena baja mar, hasta el final de la Espasa, ya con las playas vacías, para disfrutar de las últimas gotas de luz, hablando de Beruetes, Manriques, Ansel Adames y de amor. Es fascinante el cariño que uno les coge a los padres de sus amigos, capaz de pervivir más allá del primer asalto de la madurez. Y es fascinante comprobar la reciprocidad de este sentimiento, en los albores de sus jubilaciones. Luego, Getse y yo, con la playa ya en clarooscuro, caminamos por las rocas, y jugamos a carreritas. Quedamos por la noche en la terraza, a la espera de los fuegos artificiales, vacíos estallidos en el cielo de la nada, antes de caer, olvidadas las zapatillas en el patio en el que las noches descargan sus aguas, en el sueño que precede al caminar, ansiado ejercicio de libertad en el que todas las necesidades desaparecen y sólo el presente y el paso se agolpa sobre nosotros.

domingo, 12 de agosto de 2012

TORIMBIA, COLÓN, Y JERSUSALEM

 Recuerdo siempre a Fernando Paz (por esta y por otras razones) decir: "Bendita la pereza humana que mantiene vírgenes aquellos lugares a los que se accede con esfuerzo, por pequeño que este sea". Lo decía porque, en Almería, en el cabo de Gata, más allá de la Playa de los Genoveses, había unas pequeñas calas deliciosas y vacías, a las que había que llegar caminando por la piedra. Así es Torimbia. Oí hablar por primera vez de Torimbia aquella noche de hace veintidós años en que Carlos Suárez, Jaime Martínez, y yo, hicimos por primera vez ochenta kilómetros en bici, desde Oviedo y bajo la lluvia, hasta una aldea llamada Corao, en la falda de Covadonga, en donde, por fiestas, untaban a un cerdo de algo resbaladizo, una grasa, y los jóvenes jugaban a hacerse hombres cogiendo al pobre gocho alzándolo, aunque fuera por las orejas. Aquella noche, en la que también por primera vez, al menos yo, dormí en un hórreo, oí hablar de Torimbia. ¡¡Y qué grandes se hacen los mitos con el tiempo!!
 
 A Torimbia se accede a pie, por una carretera que sube y sube, y que una vez arriba te lleva por una pista y un camino que baja y baja. Dentro, un sueño, inenarrable. La libertad del agua y el correr de nuevo por la playa a buen ritmo. Mis primeros ocho kilómetros de cara al nuevo reto de una media maratón en Valencia, espero que aderezada de paellas y horchatas, tan apasionantes como el correr. Después de Torimbia, caminar y caminar por bosques de Eucalipto hasta un lugar extraño, la Playa de San Antolín, donde se juntan tres injuntables: una autovía, una playa, y el Camino de Santiago. Si tuviera que nombrar a esta esquina de alguna manera, la llamaría Jerusalem. Después de tontear con una senda verde que suponíamos más bella que el Camino, volvimos al redil en Naves, ya apremiados por una gran final olímpica: Estados Unidos - España, en baloncesto. Nos preparamos con una Fabada astronómica "seda sobre el dorso del diente, terciopelo en el paladar", y con mucha sidra. España tuteó a Estados Unidos, hizó soñar. Fue un partido memorable, aunque nunca España transmitió la victoria. No venció porque todavía hay un inmensidad entre la cultura precolombina (vamos a establecer 1492 en el año que Fernando Martín se fue a Portland) y la suposición de un "descubrimiento de América" (un español con el anillo, más de seis en diferentes equipos de la NBA). Salimos de Naves sin otra idea que la de caminar la tarde suavizada por el cielo. Y sin quererlo, poco después, en Piñeres de Pría, nos asaltó un albergue que nos señaló la iglesia junto a la que dormiríamos, un albergue como los del año pasado, un Babel de italianos, alemanes, americanos y españoles,y un bar de ensaladas y porrones de cerveza, donde gozaríamos.


 Y si digo dormir lo digo por decir, porque la segunda noche fue jacobea, en su sentido pleno. Calor y frío, y unos mosquitos que te pican en las palmas, como queriendo demostrarte su origen fantástico. No pegamos ojo.

   Me acosté pensando en la pereza humana, y dejé esta foto, una playa cerca de Torimbia, también en Niembro, a la que se accede en coche y con aparcamiento en la playa; un hormiguero de perezosos, un cementerio para la imaginación y el alma viva.