lunes, 29 de agosto de 2011

BOADILLA DEL CAMINO - CARRIÓN DE LOS CONDES


 Hay en este tramo, después del maravilloso paseo por la parva del Canal de Castilla, uno de los grandes hitos del Camino. Es algo personal, claro, porque Johannes, que lleva caminando desde Colonia, que ha visto 200 iglesias, ni siquiera se detiene a observarla. Es San Martín de Fromista. El modelo de nuestro románico jacobeo, el equilibrio, la mesura. En cierta forma, la perfección, el máximo de un estilo. He entrado en San Martín sabe Dios cuántas veces, pero nunca me cansaré de hacerlo de nuevo. El exterior es horaciano en lo arquitectónico. Representa de algún modo la Mediocritas Aurea. Si pudiera verla por primera vez, de nuevo, sería como un sueño. Envidio al que se acerca por primera vez a ella, virgen. Esta vez intento entender algo que me ronda desde Sto Domingo de la Calzada y que aumenta tras la visita de la Catedral de Burgos. ¿Qué espiritualidad vehicula San Martín? En el exterior, la fascinación por el Bestiario de los canecillos es a la vez pagana, en el sentido de que se deja envolver por la leyenda, el relato, y reflexiva, en el de intentar entender qué mensaje transmite la Iglesia al feligrés. Y no parece haber duda, a pesar de la infinidad de dudas que cada una de las imágenes nos deja: son la imagen del Mal, la mano que nos intenta apartar de una cosa llamada mal, definida desde los tiempos persas, y crecida con los años y los cristianismos. Ese Dios inmensamente bueno necesita un mal inmensamente malo. La iconografía, el sentido terrible de las historias de animales que devoran, las metamorfosis, las leyendas conocidas por todos, intentan transmitir algo conocido por todos hasta el día de hoy: el miedo. Esa lacra terrible de la que la Iglesia ha hecho negocio y desde la que ha construido su Bien. Del mismo modo que hoy las personas más pobres usan su poder desde el desprecio a todo lo ajeno, así aquella Iglesia (y esta) ejecuta su Tesis. Dentro, sin embargo, está la paz, la penumbra, el recogimiento, la maternidad, la protección, la mansedumbre. Ese es nuestro dios. Un Dios que acoge, que guarda, un Dios que percibimos desde el alma, desde el corazón. Ese Dios me gusta, sin embargo. Aunque me permito percibirlo desde un tiempo para el que no fue creado. Cometo ese delito, y me salto todas las normas. Como ser al que la belleza le envuelve, no me imagino algo superior a la catedral de Burgos. Pero el Dios que aquella encierra, un Dios que me engaña, que me muestra su inmenso poder, que me hacer sentir pequeño, que se muestra inalcanzable, que intenta impresionarme, convertirse en toda la luz del mundo, que es de algún modo incomprensible e inalcanzable, es un Dios que no me interesa. Me gusta aquel Dios judío que pelea a brazo partido con Jakob, de tú a tú, pero no el Dios del deuteronomio, del Anatema, del temor. Esta contradicción me lleva a pensar si son los elementos contructivos los que crean la deidad, o es la deidad la que exige los elementos contructivos. Mi ignorancia en la espiritualidad de ambas épocas es total. La pregunta es una pregunta eterna, la de estructura-función, la del estilo y la idea, la de la forma o el fondo, la del huevo y la gallina, al fin. En Sto Domingo de la calzada, en aquella catedrak dedicada a este santo al que le tengo también cariño, sabe Dios por qué, encuntro una extraña fusión: el altar románico se conserva, pero la nueva construcción se viene hacia el púlpito, y aparece un nuevo altar gótico. Queda un Dios doble, un monstruo, una quimera.

 Después, la carretera nos lleva hacia Carrión, hacemos una inmensa pausa en un jardín, para jugar al ping pong, preo hablar de Carrión es hablar de la afrenta del Cid, y donde el Monsaterio de San Zoilo y el increíble Claustro, modelo del "horror vacui", significa de algún modo premio, regalo, fin. Donde el sueño nos atrapa, donde el sueño nos protege. Santiago queda lejos, muy lejos.

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