martes, 30 de julio de 2013

Y SIN EMBARGO LA TIERRA GIRA...



  
  Siento perfectamente como el mundo da vueltas. Allá arriba, a 2500 de altitud, rodeado de un silencio verdadero (como ese del que hablaba en
http://www.pasape-cronicasviajeras.blogspot.com.es/2012/08/minho-leiro-el-imposible-de-bruma.html; un silencio entre corchetes), pero también de cabras montesas (sobre todo hembras) y vacas y buitres y aviones rockeros y lagartijas, voy despertándome desde mi nido en lo alto de la Mira, y voy viendo como la luna se va alzando hacia el Oeste, según me voy despertando, a ratos, por la falta de costumbre del vivac y la dureza de mi colchón–tierra. La puesta de la noche, que coincide con una bajada infernal de la temperatura, deja un resplandor rojo en la parte del circo de Gredos, convertido en silueta por el contraluz.        
                       
  Fotografiar la pintura; paradójico e inverso, pero ese es el objetivo. Ir a lo primario, a lo anterior. A lo verdadero, a lo radical, a lo fundacional.
  Por la mañana, cuando el sol vuelve a salir por el Este, el circo queda iluminado, y el mismo resplandor rojo ha pasado al Este, que queda ahora silueteado.  Pienso en la educación y en Chesterton. Cuánto mejor se aprenden las cosas sobre el terreno. La tierra gira. Cuánto nos hemos alejado de la  naturaleza.                                    


Una cabra montesa me mira como se mira a un bicho raro.                                                                             Sí, voy a dormir aquí arriba, le digo. Qué bien adaptadas están, pienso. Nosotros podríamos saltar igual sobre las piedras si viviéramos más aquí. Pero vivimos demasiado poco de acuerdo con los ritmos reales del mundo. He subido a la Mira corriendo desde la Plataforma. Ochocientos metros de desnivel y piedra suelta. No es difícil. Con el amanecer, he bajado corriendo, como mimetizado con las cabras. Me faltan los tobillos de aquellas, pero tengo, en mi favor, el concepto de diversión. Algo que posiblemente ellas desconozcan. Llego abajo feliz; quisiera bajar y subir todo el rato. Arriba, bajo las estrellas, de noche, me acordaba de Águeda; la araña de Bourgois, la que iba a visitar cada día en mis días bilbainos para encontrar, tumbado bajo su enorme cuerpo, mi tamaño verdadero en el mundo. Me pasa lo mismo bajo las estrellas. El tamaño verdadero, la temporalidad verdadera, produce una incierta melancolía, mientras observo el pliegue maravilloso de los Galayos, doblados por la naturaleza como si se tratara de una hoja blanda. Plas ti li na. Hay que venir más al monte en solitario para encontrar los vínculos con lo que de natural hay en nosotros. Cuando cede la luz, que intercepto de milagro y con esfuerzo (con voluntad),
                                                        

por el cansancio, el sueño, y el frío, me encierro en el saco, ajeno a temporalidades artificiales, y me pliego en lo posible al terreno, desentrenado de él. Así han sido todos estos días; el viernes trepando por la cara sur de la Peña Cadalso, por donde una vez bajé con mi pequeño Luther, que se quejaba de miedo, y luego atravesando las pistas de la cantera, solitarias, como una herida, recordándome siempre al mismo tiempo a un crimen y a Burtinsky. Y bajando por las trialeras que llevan hacia los pinares de Almorox. Y luego el Sábado de MTB por las trialeras de Virgen de la Nueva, intentando seguir con la bici las trazadas del descenso. Y el Domingo subiendo a pie y corriendo y sin pausa hasta la cumbre de la Peña Cenicientos, cuya subida final parece la Escala de Jacob, y desde la cuál aparece la sierra de Madrid, Gredos, y las tristes torres madrileñas, ninguneadas por lo natural. Y ayer la Mira. Unos días de hacer cumbre y cumbre. Y de inventar, en lo que queda del día, esos pájaros que debieron merodear por los alrededores de Santa Claudia: un Halcón peregrino, un Alcaraván,
una Cigüeña y un Autillo. Lo inolvidable de los días está en lo pequeños y cortos que le parecen ya a la memoria. Y en lo que no se cuenta.

lunes, 22 de julio de 2013

ZUMAIA FLYSCH TRAIL


 La naturaleza nos enseña con frecuencia el tiempo de las cosas. A pesar de esa idea borgeana de “un valle son todos los valles”, necesitamos el recuerdo de lo natural para entender "de nuevo" el devenir del mundo, e, incluso, para apaciguarnos en cuanto a nuestra tarea artística. El Flysch es una formación geológica formada por sedimentación y reposo, a partes iguales; en este caso partes que duran miles de años. Una vez formado, en el fondo del mar, la sacudida de la placa que da lugar a los Pirineos la expone al exterior, la vuelca, la deja al descubierto convirtiéndola  en acantilado. La belleza queda expuesta. Así trabaja el escultor. Luego, recupera la imagen de nuestra memoria ancestral; el oso en el hielo, imtándola con el perro blanco sobre la piedra.
   

                                                       


 Como Tapies, contrasta los materiales. Ese es el escenario. Fuera, la humedad es indescriptible. Uno no suda, destila. El calor, límite. Y el paisaje tiene esa bondad de lo inalcanzable; exime a los perezosos. Los desniveles son altísimos, las bajadas tramposas y resbaladizas, los bosques demasiado húmedos en la piedra. Pero afuera, en ese paisaje que lo apacigua todo, está el público guipuzcoano; ese público que entiende el deporte como sólo él lo entiende. Un deporte en el que todo el que lo intenta, con la única medida de sus fuerzas y con la única medida de sus objetivos personales, es aclamado como un héroe. En la salida resuena el público hasta el escalofrío. En el kilómetro 30, alcanzando la Ermita de Zumaia, cuando las piernas están ya vacías, vuelve el escalofrío con el bramido del público, verdadero vencedor de este Trail, organizado como los ángeles, duro y divertido y bello. Y mágico. En cuanto a mi, la prudencia. Este Trail está, con mucho, por encima de mis posibilidades. Por distancia, por dureza, y por técnica. Hasta el kilómetro 23 corrí con total prudencia para conservar fuerzas y estructura. Fuerzas por la distancia, el calor, la humedad, y la dureza de las subidas. Estructura por las bajadas, estrechas, y, como ya dije, resbaladizas y tramposas. Después, pude correr. La meta fue un alivio y una llamada. Después, metí las zapatillas en una caja de sidra y me fui al Txindurri Iturri a beber de la barrica esa sidra que sale de la manzana que crece acariciando al Flysch…   





lunes, 8 de julio de 2013

EL TAMAÑO DE LAS COSAS



   El tamaño de las cosas de este mundo es a todas luces relativo. La imaginación colectiva ha dado muestras de ello en ejemplos como Los viajes de Gulliver, o las esculturas de L.Bourgois y J.Plensa, por citar sólo un par de ejemplos. Pero donde verdaderamente el tamaño relativo de las cosas se expresa, es en “los invisibles”.  Claro que estoy hablando de una metáfora transferida de la Teoría de Einstein. Mi imaginación literaria me permite con frecuencia imaginar, al observar las muestras de júbilo que corredores aficionados muestran en las llegadas de carreras populares sencillas, que detrás de cada corredor que cruza la meta hay una historia personal que engrandece su gesta hasta un tamaño que los primeros ni siquiera podrían imaginar. En este mundo, como en el extraño Homúnculo de Penfield, el orden numérico no coincide con el tamaño de los logros, con el tamaño verdadero de las cosas. Si este vicio de un determinado tipo de pensamiento fuese extirpado, el mundo sería mucho más rico, infinitamente más entusiasta. Y la extrañeza que ahora nos provocaría no lo sería si nos hubiésemos acostumbrado a mirarlo todo con ojos ajenos a lo numérico; a lo categórico. Y si vengo contando esto fue porque el Domingo 30 de Junio al mediodía me subí al cajón del podio para celebrar mi tercer puesto en el Cross nocturno de Navacerrada en categoría veteranos (a la que ya pertenezco, más por DNI que por espíritu) que habíamos corrido el viernes por la noche. Y si este tercer puesto es un logro en el mundo de los números, se convierte en algo monumental si va acompañado, no sólo del disfrute del recorrido (en realidad mi primer Trail verdadero) sino de la presencia en la carrera de Miguelito Chispas, que inauguró este blog aquel día de la Pedriza subiendo a la Nava, y que se perdió delante en la oscuridad en los primeros kilómetros de este pequeño Trail, hasta que lo recuperé, como una sombra, en la subida infernal al Majespino. Coronando arriba como hermanos de sangre, conseguí bajar milímetros más rápido que él; un Ironman de largo recorrido. Tuve fé y suerte. Y entrar delante de él fue un acto de admiración por mi parte, más que un deseo, más que una victoria. Gracias, Miguelito.