viernes, 4 de marzo de 2011

ESCALERAS

  Ayer, cuando la noche se preparaba para la nevada de esta mañana y el suelo frío resbalaba en la noche de la Plaza de Colón, Marta, como de la mano (es la mano que confía en nosotros la responsable de cada uno de nuestros pequeños logros) , me hizo bajar mi primer escalón subido a los roller. Después otro y otro y otro, hasta que no pude evitar querer bajar desde lo alto de la plaza hasta la entrada del teatro. Una serie de unos quince escalones en los que había que mantener la sangre fría, los patines oblicuos y un mínimo de tijera. Fue mi primera escalera completa subido en los roller. La delicia; un sueño. Como si de una trialera se tratara, aquellas ruedas se adaptaron como por arte de magia a aquellos pequeños cortados que de repente me recordaban los de la Peülla de la semana anterior. Abajo, una vez que supe que mis huesos estaban salvados, que lo había conseguido, respiré orgulloso. Cuando volvía a casa, dándole patín cuesta arriba por Jorge Juan, me preguntaba el porqué de esa nueva llamada escaleras abajo, me pregunté de nuevo por la potencia imaginativa de la metáfora. La escala de Jacob le llevó al cielo, para poder encontrarse con Dios. Fue subiendo peldaño a peldaño, como si fuera necesario ese ritmo. Después, Orfeo, Teseo, Hércules, Jenofonte, y muchos otros, bajaron las escaleras de su propia Anábasis. Allí también había un Dios; o muchos. Había un Dios y una prueba.  Del mismo modo que ellos, sentir cada golpeteo del patín contra el suelo fue prueba y fue Dios. Y ya abajo, me preguntaba si no había sido al revés, si no me había elevado hacia el cielo…