domingo, 12 de diciembre de 2010

EL GRITO DEL GANSO EN LA LAGUNA DE LA NAVA

Desde que en 1990 Fernando Jubete se empeñó en recuperar el humedal de la Laguna de la Nava,

muchas cosas han cambiado en los alrededores de los dominios de la Estrella de Campos.


(alrededores de ruinas de adobe y sombras góticas).

Una, la más grande, la más vistosa, ocurre durante los meses de Diciembre y Enero, cada mañana y cada tarde, como un reloj. En el “albergue” de algunas aves migratorias que se ha convertido la laguna, acuden cada invierno entre cuarenta y cincuenta mil gansos (contando tanto los que acuden a la Laguna de la Nava como los que acuden a la cercana de Boada de campos). Este espectáculo de la naturaleza había llegado a mis oídos como un mito, se había escapado de mi mano hace un año, por apenas días, y, por fín, con más regocijo del imaginado, ha sido posible contemplarlo. En estos dos días, los miles y miles de gansos, ajenos a individualidades o a caprichos, abandonan la laguna por grupos, muy poquito después del alba, cuando apenas abre la noche, como un reloj vivo, y no como un segundero falaz.

El espectáculo, particulamente en la laguna de Boada, es bello: aquellos grupos de aves alineadas, dibujan el horizonte no sólo con sus sombras ordenadas, sino sobre todo con sus graznidos, y, durante una hora, van abandonando una laguna que antes del amanecer es más un grito común que una sombra, hasta dejarla sumida en un silencio conmovedor, a solas con el horizonte rosáceo de esta parte del mundo. Por el día, se les puede ver por los campos de cereal, sin abandonar sus grupos, y, por la tarde, cuando ya la oscuridad y el frío lo ocupan todo, vuelven a la laguna silenciosa para ocuparlo de nuevo todo con sus gritos. Y si bien nuestra vista suele preceder al oído, en este caso el sonido común de esos graznidos casi roturan la noche, como un regalo ajeno a los órdenes a veces sinsentido de los humanos. A los que, en general, se les compensa el madrugar...