martes, 31 de agosto de 2010

APÉNDICE GASTRONÓMICO

Me cuesta no hablar de comer, en este mundo pirenaico. Hay un plato en esta región que lo ocupa todo, es la olla aranesa. Es un pote, o sea es de invierno, aunque algunos (yo) le dan al pote a cualquier hora del año. Lleva zanahoria, patatas, alubia blanca en mayor o menor medida, y luego butifarra blanca, morcilla y algún fídeo, dependiendo del sitio. En Lucana más alubia blanca y sin fideo, en Goço, creo que se llamaba así, apenas alubia, y mucho fídeo. A pesar del porte y el servicio de Lucana, y a pesar de la terraza, maravilla entre las maravillas, a pesar de la inclinación, más rica en este último; Goço. En este mismo, las pizzas parecen cocas, que son también de la región. Y no están mal, se dejan. La masa es deliciosa y fina como la de las cocas. Después está el buey. He comido dos veces ese buey, una en junio, y otra ahora, y creo que repetiría sin pensarlo. Hay un vino del Segre que me gusta. Se llama Alges. Tiene el cuerpo y el poso. Se mantiene. Es más suave que los otros vinos de aquí, que los que bebíamos en Baqueira. Me gusta. Y después, al otro lado de la plaza, está el Txapela, creo que se llama Txapela. Si no es así, sigue siendo una Segardoteguia, la versión "light", claro. La sidra es rica, fuera de temporada pero rica. Y luego hay ensaladas y risottos de hongos que se dejan, porque ahora en una sidrería vasca en la plaza mayor de Viehla, en plenos Pirineos, se puede comer risotto, como a lo mejor se encuentra jamón de jabugo en alemania, si uno busca mucho y bien...

lunes, 30 de agosto de 2010

La cuerda entre Francia y España. 30 de Agosto


La cuerda de los valles que dan a Francia y a España, aún subiendo por esta cara del valle de Arán es otro sitio bello. Hay una pista cariñosa que te va llevando hasta que te abandona en el Prado de los lobos y tienes que subir de cuajo. Un “tour de force” para Tamara, una paraíso para la Lula, y un libro de botánica para Miguel. Las lluvias de la última primavera aún dejan su rastro: árboles caídos, arrancados de raíz, dejando un camino dificultoso, con el color gris que sólo el paso de las hadas convierten en camino luminoso. Al final, cuando ya la cosa es casi imposible, decidimos volver. En el Prado, queda el cariño de los saltamontes, la búsqueda de la caricia perdida en el cobijo de Tamara. Miguel nos da sabiduría fúngica, y aún sube como los ángeles, después de su paliza de ayer. Por la tarde, después de despedirnos de Miguel, Tamara y Lula, a los que dejamos con la única compañía de su amor, poco a poco, atravesamos la meseta, disfrutando del espacio sagrado para la plática que es el coche. Una plática que es como un corro, un lugar en el que todos juegan.

domingo, 29 de agosto de 2010

MEDIA MARATÓN DE MONTAÑA 15 POBLES. Viehla, 28-29 Agosto.





Aunque parezca una paradoja, voy a hablar de amor. Y no hablaré de un amor concreto, ni del mío, sino del Amor. Nos lo va a explicar Miguel, como una metáfora del carrerón que hizo por las enormes subidas del valle de Arán. Mi dedo roto me había impedido entrenar el último mes, pero aún así, quería acompañar a Miguel. Lo hice hasta donde pude. Luego, reventé. Amaneció amenazante, como lo hacen los días del Pirineo, con el cielo cubierto y gris. Ya lo decía Miguel en el desayuno: “En el amor las cosas no son como empiezan, sino como acaban…”. Desayunamos fuerte. “El amor se consolida o desaparece por las mañanas, cuando nada más despertar uno se enfrenta, nada más abrir los ojos, con lo que la noche hizo de ella…” En el bus hacia Es Bordes Miguel se sentó conmigo: “ya está bien de tanta tontería”, dijo, mientras mi hada reía, apartada, junto a la ventana. En Es Bordes, mientras calentábamos, vimos cómo las luces inundaban el valle, lo encendían: “el brillo de la mañana es como el del amor, reluce un instante en el fresco para luego achicharrarte en la tarde”. A las nueve en punto, después de calentar con Lobezno, que había ganado la subida de escaleras del día anterior, salimos, como locos. “Suave, suave”, dijo Miguel, “que una pareja es como la larga distancia, hay que saber dosificarla para que dure”. La subida era durísima, desde los primeros quinientos metros subía en picado, en dirección a Arro, y a Vilamós, en el kilómetro seis. Yo iba rotito, ya de salida, pero aguantaba por orgullo. A media subida me sentí recuperado y pasé a Miguel, muy levemente. “En el amor hay que ser escueto y claro, basta una palabra: quita”, y repitió: “quita, quita”. No supe si me lo decía a mi o a la montaña, pero no importó. Al llegar a Vilamós yo ya no podía más. Sin embargo la belleza del paisaje me maravilló. “Hay que subir muchas cuestas para disfrutar de una bien ganada vista”. Bajamos por una senda linda, por el bosque, disfrutando hasta el kilómetro diez. En algunos tramos había piedras sueltas: “hay que saber no resbalar, hay que intentar no cavar zanjas que lo sepulten a uno”, repetía, mientras bajábamos. En el avituallamiento del diez recibimos los primeros ánimos. Había un tío encantador que iba encandilando a los corredores, con sus palabras de ánimo, que te hacían volar: “muy suavito para arriba y ya es todo coser y cantar”, decía. Comimos una naranja y plátano, y bebimos agua. “O te refrescas, o aprovechará tu débil figura para convertirla en marioneta”. Nos encontramos la primera gran pared. “A veces es mejor desistir, coger un pasito corto, andar, parar”. Al llegar arriba, en Arrós, apenas había descanso. “No siempre un esfuerzo ve la recompensa de forma inmediata”. Desde allí, por la ladera, recorrimos, por una senda preciosa, que permitía ir abriéndose al valle, un tramo entre sombras, para disfrutar, hasta que antes de llegar a Vila apareció una nueva pared, por una pista senda que acabó con mis fuerzas. “A veces es mejor separarase”, dijo Miguel, “te espero en la meta”. Pensé que no me quedaban fuerzas, y así era. Antes de coger la senda hacia Betlán, tuve que pararme. Estaba mareado. Tardé mucho tiempo en recuperarme. Hubiera abandonado, pero tal como me dijo Miguel, luego “sólo hay que rendirse cuando uno esté convencido de que lo ha dado todo, de que ha hecho todo lo posible”. Así que continué, aún quedaba una inmensa subida, en dirección a Montcorbau. Tuve que hacerla a tramos. “El romanticismo ha hecho mucho daño”, dijo Miguel, “en esa última subida supe que hasta el último momento hay que mantenerse alerta, que en el amor no hay respiro, que no iba a dejar de encontrar escollos, y que había que ir de uno en uno, tirar el trazo de los ojos hacia el horizonte, en vez de soñar la luna”. Esa última frase me emocionó, cuando ya le hincábamos el diente al buey en La Lucana. Esa última subida era fea, el asfalto le quitaba belleza: “Pensé”, dijo Miguel, “que los pasos de Tamara sobre el asfalto harían al camino tornarse bello”. No dudé, cuando desde arriba, desde Montcorbau, pude ver Viehla, ver que ya sólo era dejarse caer, que también había un tiempo para dejarse llevar. Comprendí que Miguel tenía razón. “Ven aquí, bonita”, le dijo él, a Viehla, “que te voy a partir por la mitad” . Ella sonrió, de lejos. Y a pesar del cojeo de mi pie derecho, y del agotamiento que me hizo llegar con más de hora y media de retraso, toqué la meta y me abracé a mi hada, covencido de que algo había pasado.

sábado, 28 de agosto de 2010

El bosque de Carlac, 28 de Agosto.




El bosque de Carlac es como un bosque encantado. En él, la araña madre espera la caída del saltamontes, lo envuelve como si se tratara de hacer un crep, y lo deja allí, momificado, a expensas de su muerte. Una senda fuerte te lleva hacia arriba hasta que el oxígeno deja sólo arbusto bajo, para después internarte en un bosque de sombras, con robles, avellanos, retama y el helecho bajo que lo llena todo. Sobre cada árbol, sobre cada hongo, sobre cada detalle del bosque abre Miguel su libro de la sabiduría. Y así nos ilustra, embelleciéndolo aún más. Este bosque de Carlac es parte del Camin Reiau; esos 150 kilómetros que una loca hizo en dos días corriendo, y que es el hijo lindo de Lola, nuestra Lola, la de la Aranbike, la del hotel Pirene, la de la media maratón y la que se inventó la subida de escaleras de esta mañana, que nosotros hicimos "quedito" y los que compitieron hicieron con y como pudieron (200 de desnivel en 350 metros!!!). Pero Lola es, sobre todo, la de casa Lola, esa maravilla que ha ido haciendo con los años, con sus altillos, sus colores a madera, su horno, esa sauna que fue delicia de la noche de domingo, el jardín que da al valle, a Francia, y que fue la postal de la tarde de Domingo. Y luego los detalles, los cabeceros, la decoración, los colchones perfectos. Casa Lola es una casa encantada, como el bosque de Carlac, en el que los árboles siguen extraños designios para simular grandes aves, abrazos que son metáfora y donde se encuentran los nudillos de Dios, todo bajo la mirada de la araña madre.

sábado, 21 de agosto de 2010

FUERTEVENTURA. 14 de Agosto




La ventura fuerte de Fuerteventura es el viento. Silba en la tarde un silbido de presente. Pero es también el silbido de los muertos y de los niños. Silba el viento de Fuerteventura una amenaza que enternece. Y es ese viento ventura por dos razones; porque se lleva lejos la valija del olvido, dejando sobre la superficie de la arena la pulida textura de un paso virgen, y porque trae desde lejos el sonido de lo nuevo, el estreno de la vida. Y en ese viento que se lo lleva todo y lo trae todo no quema el sol ni hiela el frío. Y es ese viento el que hace del desierto paraíso, y del día estantería. Para el amor, para la vida, para la muerte…
Si es necesario un primer apéndice de Fuerteventura lo ponemos sobre el plato: empezaré por los mejillones. En el Cotillo, en el único restaurante que alumbra nuestra noche y alumbrará los días que vendrán, “el Roque de los pescadores”, siendo catálogo, los mejillones frescos tienen el cuerpo carnoso y jugoso del pescado blanco. El mojo, la parrilla y la marinera son sólo el complemento al manjar de Dios. Pero más al fondo, recorre un mero las rocas para convertirse en regalo para los ojos y guinda jugosa para el paladar, del mismo modo que el pez rey se alimenta de otros peces para, sobre el plato, dejar una carne entre el carey y el emperador, que es como una muñeca rusa; pez de pez. Y si las olas de la mañana salpican sobre las rocas reflejos sobre las piedras, así el salpicón de marisco deja reflejos al alma, sobre sus bordes. Son estas, de momento, algunas de las venturas de Fuerteventura. Y son venturas que trae el viento.
Si es necesario un segundo apéndice, dibujaré con un lápiz las dunas del parque natural de Corralejo, y apenas me atreveré a pisar la arena. Los verdaderos regalos del mundo no van envueltos. Como Juanjo y Cris, hechos del oro del oro.

FUERTEVENTURA. 15 de Agosto


Día de la virgen. Si la fotografía es cacería, el cazador debe tener sus pies enteros. De camino hacia el faro, mucho antes del amanecer, mi cojeo es invisible. Cuando la luz sale, a tientas, arrastrándose por detrás de las nubes bajas, queda en el horizonte mi cojeo como una cartografía sobre el desierto. Alcanzar un faro a cinco kilómetros puede ser como hollar el Everest. Y entre paso y tropiezo, adivina el ojo una luz o una sombra, ensaya un milagro, busca un misterio, o simplemente intuye el movimiento de una posible presa. Que casi siempre escapa, ilesa. Así queda el fotógrafo: cansado, dolorido, y con la cesta llena. Incapaz de saber lo que caza. Busca con la aficionada intuición de un deseo que es, probablemente, un deseo ancestral. A mi lado, Juanjo exprime sus últimos discos lumbares en busca también de una luz. Cuando nuestro ojo se desgasta, apenas ha empezado el día. Son las 9:30. Cristina se despereza y Fuerteventura nos exprime el jugo de sus papayas. Así quedamos tendidos sobre la arena, entre el bullicio de los infantes, a la orilla de un mar piscinoso (que es virtud) e iluminados de pechos dorados. Entre los gritos, escucho a Werner Herzog subir el barco de Fitzcarraldo hacia la cima. Y siento por este hombre una honda empatía y un profundo agradecimiento. Su metáfora y su empresa, lejos de considerarla locura, la encuentro libre de todo gesto pretencioso. Su lectura me apacigua tanto como los secretos pensamientos y recuerdos de los últimos días. Y el pez rey y los mejillones hacen el resto. Quedo a disposición de la tarde. En la tarde, por los acantilados que van desde el Cotillo hacia el Norte, caminando por la senda del acantilado, llegamos a la playa del Águila. Bajé por las escaleras de la muerte, dándole esquinazo. Y abajo, arropado y asediado y amenazado por el acantilado soñé que vivía y soñé que volaba.

FUERTEVENTURA. 16 de Agosto



Apéndice gastronómico: hoy probamos un gallo moruno fresco y un bocinegro. El gallo no parece serlo, es fuerte y jugoso, deliciosa carne blanca, el bocinegro es de carne más blanda, más jugosa también, menos musculoso que el rodaballo y que el gallo, parecía darle sombra, a este. Lo comimos por la noche, una vez de haber vuelto de Isla de Lobos. Isla de lobos es como un malpaís insular. Si subes a la Caldera, a esos 127 metros de altitud que allí parecen el Everest, puedes ver como las pequeñas dunas van formando una cordillera de unidades que desaparecen en la calima. Pero puedes ver también Corralejo, con ese gran y absurdo hotel en el medio del parque natural, rodeado de arena y dunas, que también van desapareciendo en la calima. Si te giras, verás Playa blanca, en Lanzarote, y si fuerzas la imaginación, podrás soñar la Graciosa. Allí arriba azota el viento que lo llena todo, esa ventura fuerte que da el nombre, la palabra, el hálito. Abajo, en el malpaís, sólo hay silencio; la cruda soledad del paisaje. Después, en el Puertito, que bien pudo haber construido Maria Antonieta, si hubiera vivido aquí, los pescadores limpian las viejas y los niños juegan, nadan, bucean, o se llenan de champú el pelo. Desde arriba del pedregal, las gaviotas miran de frente al viento, en grupo, como si observaran algo por suceder. Allí mismo, entre las calles a medio hacer, hay un chiringuito que hace unas paellas que de tan amarillas echan para atrás. Y si sigues la senda, llegas a la Caleta, la única playa utilizable de Isla de lobos, donde descubrimos a un gran grupo dormido, nuestra mejor foto del día. Después, el regalo. En el barco de vuelta a Fuerteventura, desde donde vemos los fondos llenos de peces medianos, y algunas mantas (Juanjo promete haber visto tortugas gigantes), nos dan un Ron-Cola de caña vieja. El primer sorbo me emborracha. Subo a cubierta y me dejo mecer por las olas y por el viento, que hacen moverse el ron en mi cerebro de izquierda a derecha. Renuncio a todo y me dejo llevar. Y es eso lo más parecido al gozo. Después vino el pescado blanco. También un modelo de felicidad. Ah!! Y olvidé hablar de Christine Schal!! Fue ella, la de baviera, la que nos vendió los billetes de Ferry.

FUERTEVENTURA. 17 de Agosto

La playa de la mañana, si consigues que el viento no te llene de arena la boca, es un paraíso. Porque el sol te dora el alma, y la lectura te la apacigua, porque el sol te calienta y el agua apaga sus humos. Fue la mañana de terminar a Herzog, de terminar esa “conquista de lo inútil”, de la que estaba loco por empezar a hablar, y que me ha dado la alegria de los días. Después, materia para el apéndice, las croquetas de pescado, el salpicón, y las lapas, de cuerpo duro y carnoso, que no hacen las delicias de Cris y Juanjo, aunque sí las mías. Y luego las “papas arrugás”, claro. A media tarde nos colgamos del acantilado, que va desde la playa del águila a la playa del Esquizo, con la fortuna de esa luz que lo llena todo, pero que, como todas las cosas, también desaparece…

FUERTEVENTURA. 18 de Agosto


Nos pusimos en marcha todo lo pronto de lo que fuimos capaces. Y hay que alabar aquí a los que más le cuestan estos quehaceres. Con el miedo del mito terrible de la pista que lleva a Cofete, mito que traen de otros años Juanjo y Cris, sin saber si podremos llegar al fin de la isla, avistar el finisterre del sur, nos ponemos en marcha. En una gasolinera cercana a Morro jable, que es el espanto de esta isla, no la gasolinera sino Morro jable, producto de la idea que la inmigración inglesa y alemana tienen de lo que significa el sur (idea por otra parte tan alejada de la realidad como el pollo del jamón de jabugo), paramos. Paramos, claro, en la gasolinera. Echamos gasolina (mitad dentro mitad fuera, porque este depósito está roto, de eso no hay duda) y nos tomamos algo. Es como el Farwest; una gasolinera de estación, un lugar en el que no pasa nada, y, donde, sin embargo, podría pasar algo horrible, descabellado. Después tiramos pista arriba, tras pedir permiso para seguir (¡¡¡Pedir permiso para seguir por una pista que lleva a un mirador, porque es privada, bienvenido a Canarias!!! ). Desde arriba nos emocionan dos cosas: la vista de la pista perdida en la calima, y la costa, la playa de Cofete, como una gran linde en el norte, a lo largo de la lengua que queda una vez atravesado el istmo. En aquel mirador, en el que las cabras se entremezclan con las piedras, Cristina llora su vértigo. Ver Cofete desde el cielo nos evita buscarlo desde la tierra, así que nos dirigimos al faro, entre montañas desérticas, y grietas en las paredes. La pista es transitable. Sólo en dos momentos rozamos con los bajos la piedra. Al final, tras atravesar la arena y las “dunillas del pequeño arbusto”, acompañados de un coche con tres bellas italianas, que parecen perseguirnos (lo que hace la literatura) llegamos a nuestro destino: no el faro, sino el lugar donde comeremos el maravilloso caldo de pescado. A saber, está cocinado con cherna y papa canaria. La cherna me recuerda a aquella cherna que conseguí en Catalina, de cuatro kilos, y que llevé, cogida por la cola, mientras atravesaba “la central” con aquella bici sin frenos, así que les cuento la historia a Cristina y a Juanjo. La imagen es linda para mi memoria, pero supongo que la enjundia para un tercero debe ser poca. A ese caldo le añaden, sin duda, comino, y sal, además de menta. El resultado es bueno, aunque no sublime (hoy Juanjo no deja de hablar de lo sublime, desde su mirada de “pintor que toma imágenes”). Con ese caldo hacen un gofio denso, que se come con las capas de cebolla, como si fueran doritos. Al lado, el mejor mojo picón de todos estos días, para echarle a las papas. Salimos de allí con el caldo de pescado haciendo equilibrios con el límite de nuestras laringes. Ahítos, vamos. Fuera, la foto. Una hélice eólica junto con unas caravans fijas, bajo un cielo vivo. Subexpongo sin querer y tomo la foto. Me quedo feliz. Después, en una terraza, bebemos unos cafés que imitan a capuchinos, mientras hablamos de un tema complicado: el amor. La conversación es mucho más concreta, claro. Al final se nos va el tiempo, cuando ya hemos conseguido comprender a nuestros prójimos con más certezas, y el viento se levanta como un monstruo, una bestia. La sombrilla amenaza con volarse, la arena se levanta contra nuestros ojos, el mar brama… Con dificultad llegamos a la puerta del coche, que apenas podemos abrir, y de allí al faro, desde donde vemos el finisterre de Fuerteventura: allí donde acaba la tierra ruge el viento. Volvemos lentamente, atravesando la isla. Cerca de la medianoche hago a esta maravillosa pareja un arroz con pollo y trigueros, y, poco a poco, bajo la noche de lo divino, damos cuenta de una estupenda botella de Tarsus, que se queja, vacía, muy de madrugada…

FUERTEVENTURA. 19 de Agosto


Betancuria, como Celama, como Comala, como Macondo. Un espacio mítico sagrado. Por cierto, he pensado en Rulfo. Creo que en Pedro Páramo hay una enorme verdad que me había sido velada hasta hoy (por no estar despierto, claro): los muertos están en la vida de los vivos, viven en ellos, conviven con ellos. La metáfora es de un acierto infinito en Rulfo. Cuando escribo esto he perdido la intuición primera, el sentimiento de por qué me vino Comala a la cabeza, por qué sentí a los muertos con nosotros. Siento que pudo ser mi abuelo paterno, o Guillermo Vidal, o Marcos. En todo caso fue la metáfora. Pedro Páramo por primera vez para mi como una metáfora. Quizá lo siento en Fuerteventura por el viento, por el color de la tierra yerma, o quizá lo siento porque voy dejando de ser yo para ser lo vivido con los otros. El viento y mi cojeo, como en “¿No oyes ladrar los perros?”. No es que madrugáramos para salir pronto hacia Betancuria, pero el desayuno se nos alargó hasta la una, como un desliz. Betancuria es como la base de un cierto Picasso, aquel de los veinte y treinta, el de las mujeres como piedras, como cárcabas. Es un desierto de montañas redondeadas y agrietadas; agrietadas por el agua, redondeadas por el viento. Un paraíso de luces y sombras. Desde los miradores, desde los tres miradores, compartimos con los cuervos las visiones, las alturas. Compartimos los suelos con las ardillas, y las palabras con esa familia austriaca de Salzburgo, que no para de fotografiar ardillas. Allá arriba nos sentamos, sin que el viento nos pueda, a buscar cuadros para la foto y a comer bocadillos de jamón. Yo me cuelgo del visor, con los pies, y quedo sujeto en el aire por el viento. Juanjo acierta en el disparo y me detiene en el aire, antes de que yo dispare con pocas posibilidades de éxito. Cuando ya Betancuria nos ha llenado, buscamos Aguas verdes como se hacen todas las cosas, por empatía. Juanjo y Cris conocieron el año pasado a una alemana linda, sensible (lloraba cuando hablaron con ella, porque alguien la había hablado mal) que venía a bañarse desnuda a Aguas verdes (si hubiera estado yo…). Así que nos dejamos caer en aquella playa de piedras que no prometía, pero alguien había hablado de unas piscinas naturales que sí prometían. Una familia alemana nos indicó. Trepamos por las piedras, avanzamos por estalactitas de Basalto, y allí estaban, grandes pozas de mar en la piedra. “El sitio más bello para bañarse”. Era una tentación para el cuerpo, así que le evité al bañador el absurdo trabajo de empaparse y secarse, y me metí en aquella poza tal y como Dios me trajo al mundo. Disfrutamos como enanos, bañándonos y experimentando con las posibilidades de la Canon acuática, que nos dio alguna de nuestras mejores fotos. Después volvimos a nuestro Cotillo, a nuestro restaurante de siempre, “el Roque de los Pescadores”, para dar cuenta de una barracuda. La barracuda es un depredador alargado, que se parece en lo físico a los pescados azules, pero que tiene el temple en la mesa de los pescados blancos, con la fuerza de los azules. Una mezcla perfecta, la de esta criatura de los mares, que, a la vera de un rosado, y de los dos inevitables platos de mejillones, nos despidió de nuestro rincón preferido de Fuerteventura.

FUERTEVENTURA. 20 de Agosto

Agotamos la mañana en la playa del Cotillo, justo detrás de los apartamentos, con vistas a esos cuerpos bellos y morenos, mientras caía el último sol de justicia de nuestro verano insular. Después, pasito a pasito, nos dirigimos al aeropuerto, haciendo escala en el peor sitio para comer del mundo (un Burger King lo mejora con creces), en el seno de aqeul aeropuerto. Luego, por los cielos, la vista de Betancuria, del istmo, de Cofete y del faro, me fueron alejando de estos días, como si hubieran sido un sueño.

sábado, 7 de agosto de 2010

Montemor O´Vehlo Coimbra 7 de Agosto 2010



Llegué al desayuno confiado en que podría desayunarme a Herzog. Suponía la plaza de Montemor vacía, como un desierto en vida. Sin embargo, en la terraza, Jose Luis y Amelia ya apuraban sus cafés. Me hicieron un gesto para que me sumara, y la conversación duró hasta que no quedó sombra. Fernando no bajaba y ya empezábamos a achicharrarnos. Llegamos a Coimbra cerca de las 15:00. El reloj lo decía bien claro: 39ºC. Así estuvo hasta las 19:00, todo el tiempo en que duró la visita. Fuimos subiendo por las calles desencastradas en busca de Inés de Castro, que nunca estuvo si es que alguna vez lo estuvo. Esas calles portuguesas enamoran. Tienen lo que otras no tienen: el misterio, y una especie de eco, como si pudieran retumbar desde otro tiempo. Tienen la soledad y el bullicio, albergan del mismo modo la saudade que un adiós definitivo. Son, sin ser. Arriba, la universidad parece, sin embargo, haber muerto. Sus patios externos más bien parecen los grandes espacios alemanes de los treinta. Desde arriba, Coimbra vive. El río, como un hálito. A casi cuarenta grados ni siquiera ese río refresca. Las fuentes nos salvan, con su sonido. Y a última hora, cuando ya el sol abandona, nos zambullimos en Figueira de Foz, a expensas de un agua fría sin condescendencias, antes de darnos al pescadito y a una nueva versión de El Exilio y el Reino. De Coimbra me quedan las calles, los claustros, y estos dos pequeños rincones en los que brilla la luz, abandonados.