viernes, 30 de agosto de 2013

EL CANAL DE CASTILLA CORRIENDO: UNA BÚSQUEDA DE LA ESCALA DEL MOVIMIENTO.


  



  Empezamos en Alar del Rey este intento de recorrer la vera del Canal, corriendo, como quien acompaña a un ser vivo, con una idea clara: no sólo viajamos a relacionarnos con el dibujo que otro tiempo deja en el Espacio (casi del mismo modo que cuando visitamos cualquier motivo histórico), sino que viajamos a relacionarnos con el dibujo que otro “tempo” deja en el Espacio. Cuando pensamos en la Idea inicial del Canal, mediado el siglo XVIII, nos resulta extraño imaginar ese modo de transporte; construir un canal para transportar mercancía (sobre todo cereal) desde la costa Cantábrica hasta casi la capital, en barcazas tiradas por mulas desde la parva, con esas cuerdas llamadas sirga que van conviertiendo a estos caminos en "caminos de sirga”, teniendo que superar esclusas y esclusas, es un “tempo” de otro “tiempo”. La experiencia, lejos de ser evaluativos y rígidos, consiste en tratar de convivir de alguna manera con ese “tempo”, alejados de la ayuda de los motores, y en relación directa con la velocidad de los materiales vivos; del agua, de la tierra, del viento, y de la capacidad mecánica y metabólica de los tejidos vivos, como el hueso, el músculo, y el tendón; del cuerpo, al fin. De algún modo, pretendemos experimentar con el sentimiento de las mulas, pero no sólo con la banalidad de una idea así, sino, sobre todo, con la escala del mundo en relación al cuerpo humano. Y cuando decimos cuerpo, decimos no sólo la dimensión de este, sino sus capacidades y límites. El proyecto es experimental, aunque lo grabaremos en vídeo para establecer reflexiones pretendidamente alejadas de un carácter evaluativo. No vamos a defender aquel ritmo, sino que vamos a tratar de experimentar sus límites en relación al espacio. Detrás de todo esto subyace la idea de “nido”, de casa, y, de algún modo, está relacionado con dos de mis proyectos fotográficos: “Paraíso perdido”, y “Habitar”. En el primero, se establece una reflexión icónica sobre la relación del nido y el entorno natural, el segundo analiza más los modos de construcción del nido. Esta idea, la de que el espacio natural es en cierta forma nuestra casa común, requiere premisas. La primera es la premisa del tamaño, de las escala. Lejos de los vaivenes de una naturaleza no siempre amiga (esta idea de naturaleza como espacio idílico está descartada de antemano), está la noción de tamaño. Y es esta la base del proyecto. El núcleo en torno al que gira todo. En un mundo tecnológico dominado por motores y virtualidades, que no criticamos, sino más al contrario, del que partimos y en el que vivimos, el precio del desplazamiento natural ha dejado de ser una cuestión. El desplazamiento, con la ayuda de los motores, ha sido prácticamente omitido como problema. Abolido. ¿Pero es este un pensamiento natural o una inercia de una sociedad que nos aleja de nuestro propio cuerpo?
 Para nuestro proyecto incurriremos en una contradicción, que ya adelantamos. Al final de cada etapa, seremos recogidos en coche, para ser llevados al campamento base: Amayuelas de abajo, un pueblo ecológico refundado en el año 98 (fecha discutible) que queda exactamente a medio camino entre Alar del Rey y Medina de Rioseco. Nuestro equipo lo forman Cirilo y Marisa, al volante, Getse, en la bici, como acuífero, apoyo, transporte en ruta, y cámara en vivo. Y yo, que me limitaré a la sencilla y primitiva operación de correr.
  En la pequeña alforja de la bici llevaremos textos de Kundera, de Herzog, de Le Breton, y reflexiones propias escritas o volátiles. Nunca he corrido más de 31 kilómetros seguidos (y lo hice sólo dos veces, en la Kosta Trail y en la Zumaia Flysch Trail), y aunque he preparado esta carrera con entrenamientos largos, y con altos desniveles (que no tendremos en el Canal) seis días semanales, carezco por completo de dos experiencias: una, la del ritmo necesario para completar tantos kilómetros tantos días seguidos, la otra, la experiencia de una recuperación día a día de tal cantidad de volumen. Desde mi última subida a Grosín, en Jaca, mi pie se queja lamentablemente. Eso me preocupa, pero aviva uno de los puntos del proyecto: el precio de la distancia y su relación con el dolor. Con estas premisas y estas incertidumbre nos plantamos en Alar del Rey, con tiempo fresco, y empezamos a correr sin otro objetivo que ir avanzando…    





día 1. El ritmo

 Los primeros compases de la carrera son irregulares; es típico de la ignorancia, o mejor, de las trampas de la imaginación. Porque la imaginación nos habla de las cosas tal como nos gustaría recordarlas; de un deseo abstracto, literario, y emocional. Pero, “in situ”, está la mañana; el fresco, la pereza, la falta de paciencia, y deseos más banales. ¿En qué se convertirán con el tiempo dos ideas que teníamos de entrada; parar cada 10 km a leer textos, y correr a 6 minutos el kilómetro? En pasto para los gusanos. Correr a 6 minutos el kilómetro se me hace inmensamente difícil, vacilo con imprudencia sobre los cinco, y a veces no puedo contenerme a correr por debajo. Incluso esto es demasiado fácil. ¿Pero cómo será el día después? En Herrera nos perdemos, a pesar de haber sido avisados por Demetrio en Amayuelas, y damos una vuelta de mil demonios antes de volver a la vía del tren y al cruce de vuelta al Canal. La tranquilidad inicial se convierte en inquietud. Hemos perdido el ritmo, el rítmico devenir del avance. Y eso se convierte casi en prisa. Creo que hay un equilibrio necesario entre la tranquilidad y el avance. Busco, tras la vía, el agua, y me desvío hacia la acequia, corriendo a su vera, por un camino estrecho, a un ritmo que me devuelve la fuerza. Leemos a deshora, en uno de los puentes que cruza de derecha a izquierda, algunos fragmentos de Herzog, y unas líneas de Kundera. Nos excedemos en el plan con facilidad, y, en el puente de Carraquemada, justo después del alojamiento, llevamos ya 35km. Y entonces, por prudencia, decidimos parar. El pie ha molestado durante kilómetros, cediendo en los últimos diez, y resintiéndose especialmente después de las “paradas textuales”. A la llegada, estoy fresco pero prudente. El misterio del porvenir es lo que me aleja del convencimiento de la facilidad del logro. En todo caso, ha sido un día raro, falto de ritmo, en el que todo iba pareciendo retrasado. Y a pesar de acabar muy cerca de la hora de comer, no ha hecho calor, ni un viento excesivo (sólo al final, haciendo reverencias a las espigas más altas). Un día perfecto para correr, en el que el agua corrió a su ritmo, ajeno al nuestro, y en el que, tras un ligero descanso y la comida, siento una rigidez en las piernas que vaticina el precio de la distancia y los límites de la resistencia. Dice Herzog: “Meine Schritte gehen fest. Und jetzt zittert die Erde. Wenn Ich gehe, geht ein Bison. Wenn ich raste, reht ein Berg” (mis pasos avanzan firmes. Ahora tiembla la tierra, Cuando camino, avanza un bisonte, cuando descanso, descansa una montaña”.  






día 2. Meditación.

  Es extraño arrancar desde el puente, “in media res”. Pero es que la travesía no va de puntos de inicio o puntos finales, sino de “navegar a pie”. Tenemos un pequeño altercado y nos perdemos de nuevo. Eso nos retrasa, no del mundo, no del plan, sino de un sentido del tiempo. Por inseguridad en mis fuerzas, empiezo a necesitar rutinas: es la forma de aferrarme a una tarea difícil: adquirir puntos de anclaje. Uno, el principal, es el ritmo. Encuentro con facilidad y una cierta certeza un ritmo que ronda el 5:30, que no provoca cansancio y que mira al futuro, a través de la reserva de fuerzas. El otro, clave, es disminuir la observación exterior, el entretenimiento (aunque teóricamente debiera servir), por una búsqueda de una resonancia interior. Necesito algo repetitivo, de una sencillez inaudita, que me provoque una sensación parecida al “Minimal”; un estado de meditación, al menos transitoria. Siento una distorsión en todo lo que me aleja de esa meditación, una especie de estado de contrariedad. Incluso leer, decir, me resulta contrario, exceptuando los momentos en los que el pensamiento repetitivo está a punto de estallar. En ese ritmo necesario para acometer grandes distancias en movimientos mucho más simples; en ese ritmo necesario para “el infinito hecho de miniaturas”, es donde radica uno de los primeros y verdaderos encuentros que hago en este recorrido. Existe una cadencia en las cosas naturales; en la llegada del día y del crepúsculo, en el lento y verde deshielo, en la llegada del verano, en el desaparecer de la niebla de la mañana, en la escarcha, en la lluvia, en la nieve. Existe esa misma cadencia en el interior. Los ritmos circadianos, los ritmos de varios días, el ahogo de las estaciones, el cansancio de un curso… Si quieres hacerlos coincidir, debes encontrar ritmos que permitan una resonancia equilibrada. En lo físico, resulta evidente. En la búsqueda metafórica de los ritmos que sobrepasan lo estrictamente rítmico, la transferencia dificulta el camino. En Frómista, los cuatro saltos de agua de la esclusa me hacen pensar en el leve desnivel del suelo, casi como si pudiera sentirlo.  



día 3. El Cansancio y el dolor.

 Desde el primer momento veo que será mi peor día, el pie está rígido y dolorido, las piernas apenas pueden salir de las redes que las apresan. Los diez primeros kilómetros se salvan, pero en la pausa del Puente de Amayuelas, sé que no puedo parar, que no puedo dejar a la red ceñirse. En la impresionante esclusa de Calahorra, en la que se siente más abandono que ninguna otra cosa, me falta de todo; azúcar, barritas, sales, pero la suerte está echada; hay que seguir sólo con agua. Dispongo un ritmo más suave que no puede ser, en todo caso, pastoso. Y aguanto el dolor, soñando en las engañosas distancias de la meseta. Si me paro lo mínimo, no puedo volver a empezar sin renquear. Siempre hacia delante. Es un sino vital, no volver, seguir el camino, la línea, el destino. No hay nada en las palabras externas que pueda ayudar, sólo la fe interior y una extremada paciencia. Vista desde el exterior, esa paciencia es ínfima. Desde el interior, es infinita. Si la mirada mira lo pequeño, si fragmenta la realidad, el espacio es manejable. Las estrategias aparecen casi de manera natural, en relación con el espacio verdadero.  En "contacto" con el espacio verdadero. La resistencia se debilita no por cuestiones metabólicas, sino por algo mucho más material; el agarrotamiento del músculo, y el dolor. He descubierto lo que significa hacer tres veces seguidas más de treinta kilómetros. Pero en ese día a día debe estar la realidad humana. Pienso en los corredores de Ultra Trail y me falla el entendimiento, y de repente, me viene Parménides. Yo siempre tuve de favorito a Heráclito, pero ¿no existe algo que permanece siempre, una memoria del lugar y del tiempo, en cada espacio? ¿No existe la debilidad de las mulas como un aura de mi dificultad para llegar al Serrón, como un Aura para lanzar al aire, como un grito, ya en el puente viejo de Villaumbrales, que “el reposo es, en sí mismo, la verdadera recompensa del guerrero”? 



día 4. El viento.

 Hay una definición de novela que me es especialmente afín, ese "demorarse amorosamente". No por carácter, sino por deseo. A Marx, cuando leía a Balzac, le gustaba decir: "Cuando Balzac se mete en una habitación, yo me voy por el pasillo". Así somos con el espacio, como Marx. Nos gusta ir rápido y por el camino más corto. La última vez que fui a Gredos tardé casi tres horas, saliendo desde Cadalso de los vidrios. Fue un sueño. Cuando lo cuento, piensan que estoy loco, pero es una de las rutas más bellas que he hecho en coche. El Canal, como organismo vivo, comete esta imprudencia. El codo empieza en Becerril de Campos, a apenas quince kilómetros de nuestro destino en línea recta, que a nosotros nos costará 35. Pero lo barato a veces es caro, y decidimos seguir a la vera del canal, acompañarlo, dejarnos empujar por el viento, hoy fiero como ningún otro día, exponernos al tramo más expuesto y más seco, en donde un conjunto de diez árboles, mecidos por el viento fuerte, me recuerdan una de las imágenes de Cartier Bresson, y me emociona. Como si esa imagen real, detenida al lado de un pueblo casi ausente; Sahagún el Real, escondiera un misterio. Igual que ayer, cuando el viento del Serrón abría y cerraba ventanas de golpe, como un fantasma, asustándonos. El poder del viento y del agua, aglutinados, son poderes mucho más fuertes que los efímeros poderes humanos, y parecen querer mostrarnos las posibilidades de cualquier movimiento en función de su magnitud. Unos pasos te llevan adonde alcanza la vista; muchos miles de pasos te llevan mucho más allá de donde alcanza la vista. En la zozobra de una cierta calima, la torre de san Pedro, de Fuentes de Nava, la Estrella de campos, como el centro de un compás por el que nos movemos, rodeando, demorándonos amorosamente. Convivo mejor con mis males después del masaje reconstituyente de ayer, hecho del mismo material que el veneno que mata las piernas; de movimiento. Pero no sólo por eso. Está es una zona conocida. Mi parte del Canal. De pequeños nos bañábamos (a disgusto, eso sí), al lado del Puente viejo de Fuentes. Estas parvas las he recorrido muchas veces en bici, tanto desde Fuentes hasta paredes, como de Fuentes hasta Abarca. Y cuando el recorrido es conocido, los pasos caminan el doble. Saben por donde pisan, saben hacia dónde van, conocen el destino. ¿Es entonces el cansancio una interpretación? Sin duda, la neurología moderna nos lo enseña. Pero ¿es el espacio que nos queda una interpretación? Al menos la emoción, el sentido de longitud, es como el tiempo; una entidad percibida, independiente de la objetividad de los metros. Con ea emoción, leemos en el Puente nuevo de Fuentes, ese saco de hierros. Y charlando como si tal cosa, vamos acercándonos a la linda silueta de la Iglesia de Abarca (en cada pueblo, por pequeño y abandonado, su Iglesia; una marca del interesado poder de Dios). En esa esclusa terminamos. Luego nos vamos a Fuentes a celebrar los ochenta años de Félix, que está más que juvenil, y a comernos un cordero en Amayuelas. Es una de las recompensas merecidas del guerrero.



día 5. El Agua. 

 Desde Abarca en adelante no hay más que pueblo abandonado, Capillas. Después, veinte largos kilómetros, de nuevo marcados por la rigidez y el dolor, que, esta vez,a diez kilómetros de Medina, encuentra nuevas víctimas; justo debajo del escafoides derecho el dolor es incapacitante, y tengo que parar a vendarme, para salvar los últimos kilómetros. la vereda tiene una bella sombra. Y en la umbría, al levantarme, apenas me puedo mover. la repetición de un único movimiento te prepara para la supervivencia, pero te convierte en un Pinocchio. De nuevo hay que entrar en estado de meditación, imaginar historias inventadas para justificar la carrera, proyectar anclajes en el tiempo y en el espacio, volver a meditar. La cabeza sólo se libera en el último momento, cuando la suerte está echada y el espacio controlado, cuando uno sabe que está en Medina de Rioseco y que ha venido desde Alar del Rey. Cuando correo, cuento mi tiempo en años. Es lo que queda en el silencio de los textos escritos. Lo que no está, lo inefable, es lo verdadero. En estas aproximaciones he tenido que imaginar desde la memoria o entretenerme en imágenes, como recurso para mi incapacidad de contar lo que late detrás de cada pequeño paso hacia delante, que es donde está el sentido final de una cierta inmensidad hecha de ellos; no sólo espacial, sino metafórica, humana. Cuando el cuerpo se libera de lo corporal, corre de forma libre, como si no existiera el cansancio. Así pasan los dos últimos kilómetros, volando.
En Medina hacemos las maletas y nos vamos a Urueña, a conocer a una de las personas que con mayor claridad entienden el sentido del Arte. Alejado de galerías y de butacas académicas, Rafa de los navegantes nos devuelve el hálito del tiempo compartido, a través de su limpia y animosa conversación...

















lunes, 19 de agosto de 2013

IBÓN DE ANAYET

 A este valle sólo le sobra la toxicidad que Aramón deja en la montaña. Recuerdo, en todo caso, a Werner Herzog volviendo un año después al lugar en el que había rodado Fitzcarraldo. Parecía como si aquel lugar que esquilmaron para poder subir el barco hubiera vuelto a ser como era. El bosque cicatriza de manera poderosa. Y extraña. Porque en el propio color, en su propia imagen, el Valle de Tena rechaza las cadenas de Aramón, su parasitismo. Subimos despacito por la carretera hasta la trialera que nos va llevando junto al arroyo. Después de la paliza de ayer en la Vuelta del último Bucardo, hoy queríamos trotar suave, hacer más trialeras de bajada que de subida. Así que subimos a trozos; Getse se quedó con las ganas ayer de ver Bucardos… Vamos pegaditos al arroyo, por una sendita divertidísima. No noto las piernas cansadas después de la paliza de ayer. El cuerpo ha aprendido a recuperarse. El aprendizaje es sólo cuestión de "cómos". Llegamos arriba: un remanso, este Ibón. Como un circo en donde el silencio es el principal payaso, y en donde el gran domador o el gran trapecista es el Pico Anayet, que lo domina y lo empequeñece todo. Una vez acariciado el lago, no dudo: zapatillas fuera y al Ibón. Salgo y me digo que no es forma, ropa fuera y al Ibón. Getse hace lo mismo. Después, descalzos, rodeamos el lago por el borde, jugando a “a la mierda el asco” de Juanillo golondrina chapoteando con los pies descalzos en el lodazal, entre sanguijuelas, ranas, y las ciudades creadas para los pequeños seres marinos que habitan el lago. Y jugamos también a ser Pina Bausch sobre las piedras y entre el barro fangoso. Después, la gloria es el bocata de cecina en un sitio así, pensando en si mudar la casa al prado que deja el Ibón en el lateral. Me imagino que se podría vivir allí, cobijado por el Anayet. Decidimos no subir al vértice, para bajar de nuevo por al trialera, fingiendo volar sobre las piedras y las sendas y los saltos de agua, hasta que de nuevo la carretera y Aramón nos devuelven a la cruda realidad; en donde el orden que ponen los humanos resulta, en general, infinitamente más pobre.

II VUELTA DEL ÚLTIMO BUCARDO. Linás de Broto. 18 de Agosto.


  Justo. No hay nombre mejor para esta carrera. Esta carerra me pone en contacto con la realidad del Bucardo. Es una carrera para cabras de Pirineos. En primer lugar, porque sabiendo lo que se nos viene encima (y abajo), hay que estar como una cabra para salir. En segundo, porque para subir por donde subimos, y, sobre todo, bajar por donde bajamos, hay que tener un cerebro bucardil, hay que pensar (y apoyar) y fingir como un Bucardo. El propio Luis Alberto Hernando (un ganador con pedigrí) lo decía al final: qué maravilla y qué dura. La vuelta del último Bucardo lo tiene todo. Como Nadal, no me olvidaré ni de los sponsors ni de los voluntarios, por todas partes y en todas bien puestos. Ni del speaker, un speaker de lujo, de unos avituallamientos perfectos, de un tapeo final estupendo (el chorizo fantástico, aunque no para estómagos que se acaban de cascar más de 22 km corriendo a jadeo limpio por la montaña). Pero sobre todo, tiene lo que hay que tener: un circuito pensado con la cabeza: hecho para hacer disfrutar, hecho para destrozar, hecho para, una vez alcanzada la meta, sentirse orgulloso de estar más allá de ella. Porque, tras una salida rápida y corta que te coloca enseguida en una pista que no será el recuerdo de nadie, la carrera escoge un camino estrecho, húmedo (ayer llovió) y leve en piedras. Aquí se sube duro por dentro del bosque en fila de a uno hasta que la trialera resbaladiza sale del bosque hacia otra trialera pedregosa, rodeada ya de arbusto bajo, que ya tiende hacia vegetaciones de altura. Por todos lados aparece ese cardo violeta, y la fila de a uno se troncha en un pista que termina en un recodo que te tira hacia abajo, por dentro del bosque, por la trialera de la diversión. “Un mundo de zetas”, lo llamaría. Llevábamos menos de ocho kilómetros y ya pensaba “no hay otro sitio mejor para estar, no hay nada más divertido que estar bajando como un Bucardo esta trialera. Qué felicidad”. En esa sencilla comunión, en la que se encuentran los deseos con el azar, el bosque con las fuerzas, el clima con un verdadero tempo; en definitiva en donde confluyen espacio, tiempo, y esa extraña criatura llamada “yo”, es donde explotan las potencias de lo humano. Posiblemente, en su esencia, mucho más cercanas a las potencias animales que a las privativas humanas mismas. Nada más llegar abajo, el sendero se inclina hacia arriba, y es entonces, como dice un compañero en el primer repechito nada más llegar abajo “cuando empieza lo bueno”: una subida, en principio por una sendita por dentro del bosque, que enseguida se “dessenda”, de trocha por la ladera, con 800 metros de desnivel en menos de tres kilómetros. Una salvajada para Bucardos. En mi idea inicial, muy especulativa y basada no en otra cosa que en la imaginación (como todas las ideas), si llegaba entero a este punto, podría “empezar a correr”. ¿Pero quién puede correr subiendo con una inclinación del 30% por el medio de la ladera, entre el verde, las piedras, y los arbustos? Llego arriba como si tocara lo que minutos antes imaginaba como el más allá de la eternidad. De nuevo mi imaginación supone dos cosas erróneas: una, que a partir de ahora todo será bajada. Otra, que la bajada será más cómoda que la subida. Como suele suceder, ninguna es cierta. Cómo nos engaña la imaginación: nos coloca en la posición más fácil. Esta imaginación que tiene su nido en la pereza, en la fragilidad, en la necesidad de sobrevivir, en el miedo a la muerte, en último término. Porque la primera parte de la bajada es un infierno para el músculo y para el pie; músculo que retiene todo el peso, pie que busca puntos de apoyo estables donde no existen. Enseguida empiezan las piedras. Como calzadas romanas deshechas. Y, cuando menos te los esperas una cuesta arriba preciosa, un sendero de piedras (una mini calzada romana; por lo estrecha),que te lleva por otra bajada sin nombre en la que casi nos perdemos, recuperando el camino trepando por los arbustos que hieren la piel. Después, la última subida (o penúltima) es una cabronada a estas alturas, pero lo peor (lo mejor) está por venir; una bajada de tres kilómetros y medio por una calzada romana “sin atar”. Por suerte, enseguida nos coge Mari Cruz Aragón; sólo siguiendo sus pasos bajamos infinitamente más rápido; siguiéndola aprendemos en qué consiste el baile de los pies y las piedras. Eso es, casi exactamente, el concepto de Pina Bausch; "repetir y repetir un gesto hasta conseguir que trascienda". Al final, esta trialera divertidísima casi se convierte en “demasiado divertida”.  Pienso en Horacio y en su “mediocritas aurea”, la trialera coquetea con el equilibrio perfecto, pero a estas altura de carrera, lo sobrepasa. Al final, Linás. Dos repechos que encabronan ya en el pueblo, y el orgullo de la meta. Para aspirar a Bucardo hay que aprenderlo todo, de nuevo. Como volver a nacer.

sábado, 17 de agosto de 2013

El demonio de la Peña Oroel. Historia de una inxorcisación.

  No hay que dejarse engañar: en estos valles es fácil perderse por la numerología, dejarse llevar por la atracción deportiva de "los tresmiles", o por la más prudente de los dos miles altos. Por los grandes nombres y los grandes números, en fin. Pero hay una belleza frágil en lo pequeño, allí donde habitan los dragones medievales (el demonio), los tesoros del XX, y los fuegos que son señales divinas de ese “ser” sagrado que es reconquistar al “Otro”. Todas estas magias confluyen en esa pequeña Peña de 1770 metros que domina, protege, e ilumina Jaca: la Peña Oroel. Como no todos somos de cosas divinas, arriba, en la Cruz, algunos cuelgan la bandera republicana (lindo matrimonio el de la Cruz y la República), otros llevan de paseo a los niños, otros coquetean con sus kilos de más, y los más bestias convierten la Peña en reto deportivo. Todos los años, en la segunda semana de Agosto, se celebra la subida a la Peña Oroel. Nosotros, que ahora somos de picos, las peñas nos sirven para el Trail running, ese invento nuevo que como todos los inventos nuevos, lleva toda la vida en el devenir del mundo. Desde el Parador sube una pequeña senda protegida por el bosque, en su mayoría de pino, dominado por las raíces y las piedras. Formas alucinantes, como animales, mágicas, vivas, dibujan esas raíces en el curso de la senda. La subida es tolerable, y divertida, con unas zetas infinitas (creo que treinta y dos). Apto para el trail running. Arriba, se puede acceder a la Cruz y al pico por la cuerda, por una senda divertidísima y estrecha entre un arbusto que pudiera ser Boj, hasta que la desnudez de la altura lo convierte en piedra. Desde arriba, Jaca y todo el valle que lleva a Francia por Canfranc. Y ahora, justo en ese momento, empieza la fiesta. Si bajamos por el sendero de abajo, la senda es rapídisma, muy estrecha pero muy fácil, y va serpenteando hasta el cruce que nos lleva hacia la Ermita de la cueva. La bajada es vertiginosa, con piedras, curvas rápidas, zonas de bosque y algunos desniveles importantes. ¡¡Una trialera para gozar!! Abajo, la peligrosa Ermita de la cueva, cuyo techo natural se va desprendiendo. No merece la pena arriesgarse por una virgen, nos decimos. Volvemos arriba e iniciamos el siguiente descenso, por el lugar de subida. Está húmedo, claro, por la tormenta de ayer, y va por el bosque con esas amenazantes piedras y raíces resbaladizas. Pero nos tiramos como dos locos por la trialera abajo, con apenas tiempo para girar en las zetas, calculando el lugar donde irá el pie, “soñando su suerte”, como dirían Gema y Pavel. Llegamos abajo con el demonio metido en el cuerpo. Estos sitios tienen algo...

viernes, 16 de agosto de 2013

CUMBRE EN EL PETRECHEMA. 2370 M.


     a Taranco, Isabel, Julia y Pedro

 Taranco "el apóstata" se sienta sobre la roca protegido o amenzado por el espígolo. Al otro lado de sus ojos, el Cirque de L’Escun. Las agujas del espígolo quedan rodeadas de neveros y de piedra suelta; de una pedrera. Como si el viento hubiera trozeado la piedras grandes. Abajo dejamos las sombras húmedas de los bosques de hayas y el refugio del pastor. Arriba espera el Petrechema, 2370 metros, protegiendo la aguja norte de Ansabère, la aguile Nord d’Ansabére. Al fondo, el Bisaurín, como un Dios también sentado. A este lado, el Castillo de Acher. Al fondo, el Collarada, el Pic de Midi, el Balaitus, Anayet… En la última pedrera hay casi que trepar por una pendiente inclinada. Estas montañas son el verdadero Dios de un apóstata ateo, el verdadero trono en el que sentarse o sobre el que caminar.  Taranco camina ensimismado con su música por estos pasillos que son, casi, su casa. Getse no parece desfallecer después de la subida al Bisaurín, va fluida y fácil, como si a ella también la llamara un Dios de lo alto, como si ella misma fuera una duenda silenciosa de estos fingidos caminos. Arriba, la montaña democratiza a los humanos; la fragilidad de un cuerpo en estos espacios y en estas alturas es la garantía de un equidad ininterrumpida. Ladera abajo, juego a ser Kilian Jornet en el sendero alto del Petrechema, bajando desde "el espígolo" hacia la casa del Pastor (con fuera pista Trail Running incluido) y de puntillas sobre el nevero, culo incluido. Cuando luce el sol, la montaña es un buen lugar para jugar. Cuando el sol se esconde, aparece la lluvia, el frío, el viento, o la nieve, la montaña no es buen lugar para confiar en uno mismo. La furia de un Dios verdaderamente igual para todos lo desaconseja. Abajo, el otro ser viviente de estos lugares; el río, nos devuelve la vida a los pies, con un agua nieve revitalizante. Otra pequeña cumbre para sentirse orgullosos.




miércoles, 14 de agosto de 2013

CUMBRE EN EL BISAURÍN


 Hoy hicimos cumbre en el Bisaurín, poco después del mediodía. Hace dos meses lo intentamos, a propuesta de mi amigo Taranco, hasta arriba de nieve, y con esquís. Fue imposibe. En el Collado de Lo Foratón, no sólo estábamos rotos, sino que el calor y los aludes no hacían aconsejable una subida de tanto desnivel. Me imagino esa subida para el próximo invierno, esquís a la espalda, y me doy cuenta de la inmensa exigencia física que ya está pidiendo. Hoy subimos fácil hasta el Collado, rodeados de esos característicos cardos violetas. Después, poquito a poco, entre las vacas de los Pírineos, fuimos acercándonos a la cima por ese repecho de piedras, técnicamente fácil pero incómodo, que parece una escala desfigurada de Jacob al cielo. Justo antes de este tramo voy pensando en cómo será subirlo corriendo (hago algunas pruebas cortas y ya veo, ya). La parte final, muy empedrada, suaviza un poco, y va dando paso a la vista de otras cumbres. Comulgan bien la piedra con ese rojo que rodea el Castillo de Acher, y el verde casi pradera del Agüerri. Hoy, desde arriba, hay mar de nubes. Es como estar viendo un catálogo del mundo,  como elegir nuestros siguientes pasos para seguir tocando el cielo. Por suerte, todo el que en ese momento ha llegado a la cumbre guarda un respetuoso silencio. “Bendita la pereza humana, que mantiene el ladrido humano por debajo de las nubes”. Después iniciamos la bajada. Algunos tramos de trail running bajando, para gozar. Mucha piedra, para hacer equilibrios aristotélicos sobre ella.
 
Jugar, jugar. Pienso en el juego como el único arma posible para prepararse para el Porvenir.  Así que bajo de piedra en piedra, con las rodillas muy flexionadas, y lentamente cada paso, como un gato, hasta que los cuadriceps empiezan a temblar. Desde ahí para abajo sólo pienso en la subida que ha hecho Getse, sin un “ay”, en su primera asecensión seria. Enorabuena. Menudo picacho para empezar. Menudo picacho estés donde estés, vayas donde vayas. Bisaurín es bello, por mucho que te deje las piernas rotas.

viernes, 2 de agosto de 2013

TRAIL RUNNING POR LA JAROSA






  Ayer por la tarde me decidí a probar circuitos de Trail. Hacía un calor de muerte así que decidí ir a la Jarosa, entre Pinares, a última hora del día. Quería hacer un entreno largo y con desnivel. Me cargué de humildad y elegí el segundo itinerario del libro de Juanjo Alonso (Trail running Guadarrama. Edit Desnivel 2011). Itinerario de iniciación, dice. Recuerdo la Jarosa por la Carrera en la que volví a ver a Juanillo y porque Trini siempre me hablaba de ella. En MTB mi memoria no guarda un recuerdo especial. Pero, de repente, empieza el Trail, desde el Area recreativa la Jarosa I. Aunque el plan de uno pueda ser empezar tranquilo, la subida lo impide. Es tendida y fuerte, casi sin descanso. Pero no es nada para lo que vendrá en el kilómetro tres y medio; en repecho pedregoso canalizado entre árboles, delicioso para el fuerte. Después sube constante, sí, bonito, pero sin más. Adelanto a un ciclista que sube con más pena que gloria. Y, entonces sí, cojo el GR. Es más o menos el kilómetro 7, y desde aquí al 15 es el verdadero Trail. Una subida con grandes piedras, con una senda divertida y ondulante, en la que a veces hay que “escalar”, te va llevando hacia cabeza Líjar, en donde asoma un cierto frío, desde donde podemos asomarnos al Embalse, y, sin Calima, casi tocar Almanzor, por la derecha, y Bola y Peñalara por la izquierda. La bajada es a partir de ahora de piedras grandes, imposible ir por ahí en MTB, pienso. Muy técnica, dura para los tobillos, inmensa para la concentración. Hay que bajar como esquiando, buscando trazadas y apoyos. Es larga, un juego. Un reto. Justo lo que buscaba!!!. Después se queda un sendero estrecho que va entre pinares, para correr más rápido, pero serpenteando hasta que vuelven de nuevo las piedras en una pendiente fuerte. Y así 8 kilómetros entre unas cosas y otras. Después viene un tramo de carretera entre Pinares que casi se agradece, antes de abandonarla para coger el cortafuegos, demasiado pendiente y con arena suelta para poder disfrutarlo. Y entonces se acaricia el embalse y se vuelve al area recreativa, donde la terraza te llama. Con apenas un hilo de voz pido mi clásica cerveza sin alcohol con limón. ¡Sólo 1.20! Sin apenas fuerzas después de dos horas corriendo, la bebo de un trago. Pido otra y me voy lentamente, ya anocheciendo, de nuevo a casa. Os dejo el track, por si quereis disfrutarlo… 
 http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=2867341