domingo, 12 de octubre de 2014

MARATÓN DE BERLIN. 28/09/2014




 Quizá la primera impresión que uno se lleva cuando termina su primera Maratón es que lo ha conseguido. Como si diera igual el qué por el sólo hecho de cruzar la meta. Hay algo en los últimos kilómetros que llama a la liberación de esa criatura que te inunda cuando llevas ya mas de treinta veces un kilómetro. Es una criatura que se te sube a la espalda y simplemente te grita en el alma que dejes de correr. Esta lucha contra el monstruo, al que llevas colgado como un peso muerto, se espanta cuando cruzas la línea maldita. La línea que rompe la maldición, sería mejor llamarla. Si has bajado de tres horas es aún mas liberador, porque esa extraña línea que crea la imaginación humana parece haberse convertido en una línea natural, como atravesar un mar, subir una montaña, saltar un precipicio... Pero claro, una vez que las pulsaciones bajan, queda una también extraña memoria de las cosas, que permite revivirlas (en la medida de lo posible) y repensarlas, para intentar comprender qué nos da, verdaderamente, la experiencia maratoniana. Porque si no hay otra cosa que esa línea temporal, estamos perdidos; no hay nada, al fín, sólo un vacío. En el fondo, aunque a veces el mundo nos confunda hasta el punto de que llegamos a creer algo así, no corremos por una marca, sino que buscamos experimentar un límite. "La experiencia del límite", como describían los poetas desde mitad del XIX. Vaya por delante que aquí cometo una falacia, porque en ese umbral, la experiencia es muy presente, y la memoria solo la revive trampeándola, cometiendo engaño. Arranqué con una cierta tristeza en la salida. Sabía que la tendinopatía de los ultimos tres meses, y sobre todo de las dos últimas semanas, en las que había dejado totalmente de correr, estaba viva, y no era un rival fácil. Estaba claro que me acompañaría hasta dondequiera que llegara. Sabía que el tendón estaba dañado, y que el dolor me podría hacer parar, probablemente temprano: me dió pena ya en el primer kilómetro al pasar bajo la "Sieger" del Tiergarten, porque la molestia me decía que no llegaría lejos, y esa emoción de los gritos iniciales del público, esa sensación de estar corriendo algo especial, esas primeras lágrimas que uno contiene por decoro, quedarían en una memoria incompleta de una carrera truncada. En el kilómetro dos estaba seguro de que abandonaría, pero en el tres la molestia empezó a mejorar y sólo una molestia en los talones, tan familiar que casi no consigo ni hacerla consciente, me acompañaría el resto del trayecto. A partir de ahí he de reconocer que la conciencia de las cosas fue muy plana, sabía que tenía que correr muy prudente si quería llegar y decidí correr a 4.15, cosa que me resultaba difícil, porque en cuanto perdía un poco la concentracion los pasos se acercaban mucho más a 4. A pesar de todo, ¡estaba en forma!. Iba fresquísimo, arropado por un público que nunca dejo de animar durante todo, y todo es todo, el trayecto. Quizá Berlín se vuelque en la Maratón por el día tan maravilloso de sol, o quizá en la conciencia colectiva la Maratón de Berlín signifique algo más desde aquellos días del 89. Pude darme cuenta de muy pocas cosas de la ciudad. Sólo al acercarme a "nuestro" barrio de Neuköln, donde sabía que me esperaban Getse, Maria, Heike y Pablo, levemente al pasar por Postdamer Platz, y en las referencias claras de Alexander Platz acercándonos a la puerta de Brademburgo. En el 27 iba aún fresquísimo y sorprendido, pero entonces las piernas empezaron a cargarse, no tanto por cansancio general, como por endurecimiento muscular. Sin embargo, a pesar de la progresiva dificultad, no me costaba seguir a 4.15. En el 33 empezó el dolor en el psoas y el bloqueo de la rodilla derecha, y ya me costaba dar los pasos. Habiendo pasado la media en 1.28.45 sabía que tenía margen para bajar de tres horas, pero no mucho. En el 34 ya empece a correr por encima de 4.20 y estaba decidido a entregarme, "tampoco era tan importante bajar de tres horas", cuando en el 38 volví a encontrar a mi Cla. Vi primero a Haike, que me sacó de una meditación interior de golpe, con un grito. Después María se sacó las lágrimas de la emoción que le estaba produciendo la carrera con una grito que parecía provenir del páncreas, de la médula misma de la pasión. Getse gritó "ya lo tienes", y eso lo cambió todo. Abandoné la pereza por un nuevo tramo de esfuerzo. Me agarré al "pace" de las tres horas y me mantuve en 4.10 hasta el 41, haciendo un esfuerzo más grande del que yo mismo podía imaginarme. Cuando pase por el 41 supe que de verdad ya lo tenía, y aún tuve fuerzas para correr por debajo de 4.05 este último kilómetro. Brademburgo quedó en una nebulosa a 177 pulsaciones por minuto. "¡2.59.45. Para las condiciones en las que estaba, super!". Pero, en qué se basa la capacidad de ir mas lejos, de ir más rápido, en qué se basa el"citius, altius, fortius",eso es lo importante. Las fuerzas están siempre ahí, pero de qué factores depende el que las uses o no, ese es el quid. En mi caso, sin los gritos del kilómetro 38, no hubiera bajado en ningún caso de tres horas. En ningún caso. Es como si ese pequeño logro fuera un logro común. Como si la extracción de las fuerzas fuera una labor de todos. Es por eso que comparto la foto. Ninguna otra lo merece más que esta, en la que estamos los cinco.
 Pero la memoria nos habla de muchas otras cosas. Berlín se lleva un diez. ¿Pero son estas fiestas del correr un mercado? Lo son: el precio es desorbitado, y hay por todos lados formas mercantilistas: las fotos; antes, después, durante, los recuerdos; camiseta, equipacion oficial, feria de los días antes... el correr se aleja de su espacio natural, es absorbido por una explotación monetaria, convertida en un recuerdo comprable y no en una experiencia interior. La contradicción alcanza también al trato de las estrellas. Kimetto baja de 2.03. Es para mi en este momento el mejor deportista del planeta. Se lleva 150000 euros, lo que gana Ronaldo en dos días. Vergonzoso. Pero más vergonzoso es aún el trato. Los periódicos le preguntan que qué va a hacer con el dinero, una pregunta inimaginable en el día a día de los alemanes, en una entrevista a Ronaldo, a Nadal, a Federer, pero Kimetto es keniata, hay que dictarle desde un "occidentopocentrismo" vomitivo cómo debe saludar, qué debe hacer, y nos debe agradecer esa propina con respecto a lo que factura la propia carrera, porque en el país de la miseria podrá comprar casa, y su familia podrá vivir bien. Lamentable. Se le infantiliza. Un atleta enorme manejado por un mundo que se cree más inteligente. Queda la imagen de la civilizacion y "el salvaje". Pero un tío capaz de correr en menos de 2.03 no es un salvaje; es un genio. Los que le entrevistan, los que le contratan, los que le managerizan, los que hablan de él en este sentido, en ningún caso le llegan a la altura del betún. En ningún caso. Pero la dignidad humana está lejos de ser respetada por el otro. Kimetto sirve a Berlin para prolongar su mito, para aumentar su resonancia, para aumentar sus ingresos, para publicitarse. Pero no hay nada en Kimetto que tenga para Berlín interés desde el punto de vista humano. Es, en el sentido de la sutileza del hoy, la forma en la que se prolonga un colonialismo racial y cultural que funciona esta vez en forma de red, y que en realidad obvia las dificultades de los que viven con Kimetto, pero no son susceptibles de ser rentables para el sistema.
 Para vomitar, sin haber contaminado suficiente el músculo con ácido láctico.

viernes, 17 de enero de 2014

LA NOCHE DE SAN ANTÓN. JAÉN, 16 DE ENERO.




 Acabo de correr una de las mejores carreras del mundo. La popular San Antón de Jaén. Me pregunto qué debe tener una carrera para ser “sentida”, “vivida”, como una de las mejores carreras del mundo.  Es difícil describirlo porque es difícil comprenderlo, y es difícil comprenderlo porque como todas las grandes cosas de este mundo, esta se ha hecho muy lentamente. La carrera se corrió por primera vez en el 84 y en estos 31 años los corredores han dibujado un circuito por el interior de la ciudad y los jieenenses han visto a sus vecinos y a sus amigos en forma volar cuesta arriba hacia el Escudero, o sufrir los excesos o las desventajas genéticas de sus otros vecinos en pos del mismo punto. Andalucía aglutina las ventajas y las desventajas del Gatopardo; un pasado glorioso, la generación de una degeneración de aquello en vacuolas de poderes individualizados, y un clima con muchos trucos. Un sitio para vivir y un sitio donde trabajar dignamente es hoy el privilegio de muy pocos. San Antón no representa la fiesta del olvido, sino una fiesta a la que parecen pertenecer todos esos mundos; una fiesta popular, en el que los logros dependen del esfuerzo propio y no del favor ajeno, y una fiesta al esfuerzo que posiblemente pertenezca, muy al contrario de lo que parece, a la idiosincracia andaluza. Pero además es una fiesta “propia”; como si los Dioses les permitieran por un instante, en esta fecha carnavalesca, poseer algo de forma verdadera. La festividad de San Antón en Jaén se remonta a los años de la reconquista, y son conocidos sus lumbres y sus melenchones, además del “hasta San Antón pascuas son”, que es como predicar una pascua atea, fuegos demoniacos, y vilancicos laicos. Hay algo en lo primero, en la fiesta popular, en lo que esta carrera se acerca al movimiento de la San Silvestre Vallecana, y hay algo en lo segundo, en lo histórico, en lo que Jaén se remonta a los ritos más profundamente paganos para enlazar con las vibraciones de la tierra. Nunca podremos saber exactamente cuáles son las razones verdaderas que llevan a que cuando uno llega al Escudero, atraviesa la Catedral, baja por el empedrado que lleva de nuevo hacia el gran Eje, o afronta esa última recta como en esas imágenes de los Pirineos del Tour, en fila de a uno y arropado por varias filas de gente que estrechan el paso, rodeado en todos los pasos por las antorchas, a pesar del frío de las manos al sostenerlas, uno sienta que está corriendo una de las mejores carreras del mundo, con esa sensación que sólo las grandes carreras (y en eso es ejemplar el maratón de Nueva York y quizá ninguna otra maratón o media maratón europea) poseen; que son héroes desde el primero al último. Un ejemplo de verdadera democratización del sentimiento.
 De mi experiencia como corredor, hay otras dos carreras que formarían la triada perfecta. La San Silvestre Vallecana, cuya historia, a pesar de haber sido desgraciadamente comercializada, surge de un sentimiento más analizable que el de San Antón. Es una fiesta a imagen de la de Sao Paulo que surge en el año 64 en plena depresión de un barrio que la dictadura había convertido en un foco de absoluta exclusión, y que es hoy el orgullo de los que vieron pasar en los primeros años a Mariano Haro victorioso, a Carlos Lopes, al mismo Jose Luis González que inauguró la San Antón, y a la mejor generación de fondistas españoles antes del abuso africano. Pero sobre todo, a cientos de miles de vallecanos y madrileños soñando cada 31 de Diciembre un año mejor.

 La otra es la Behobia San Sebastián.  En ella, aunque para mi gusto de un recorrido menos atractivo, se junta que la carrera llega ya casi al siglo, con un tradición por las carreras pedestres y competiciones tradicionales que les hace ser únicos en el mundo, con, posiblemente, un sentimiento muy fuerte de reivindicación de lo propio: correr es un ejercicio de libertad, y la libertad, en todas sus vertientes, está en la historia vasca, especialmente guipuzcoana, con la necesidad de ser uno mismo, en lo social, en lo político, y en lo individual. Desde el año 79 la Behobia ha sido la memoria de un pueblo, y cuando uno entra en Donosti y enfila frente a la Kursaal hacia la meta, está viviendo sus mejores momentos como deportista, vaya en el puesto que vaya, y vaya lo roto que vaya.
  Hoy, las carreras populares se han convertido en un mercado (San Antón es la excepción: gratis en 30 ediciones, 3 euros para esta edición, y sin feria) y en eventos masivos en los que se producen reivindicaciones individuales que la masa diluye y domestica. Pero detrás de todo eso, en algunas carreras como estas tres que menciono aquí, late una fuerza misteriosa que ensalza una de las actividades que considero más esencialmente humanas: correr. El movimiento, el esfuerzo, el destino, la búsqueda, la investigación de los límites y la sensación de libertad y presente que produce el correr no son emociones ingenuas a pesar de que una sociedad mercantil las haya intentado convertir en una actividad numerizable. Son parte esencial de la persona, parte esencial del ciudadano. ¡Viva San Antón!