domingo, 29 de agosto de 2010

MEDIA MARATÓN DE MONTAÑA 15 POBLES. Viehla, 28-29 Agosto.





Aunque parezca una paradoja, voy a hablar de amor. Y no hablaré de un amor concreto, ni del mío, sino del Amor. Nos lo va a explicar Miguel, como una metáfora del carrerón que hizo por las enormes subidas del valle de Arán. Mi dedo roto me había impedido entrenar el último mes, pero aún así, quería acompañar a Miguel. Lo hice hasta donde pude. Luego, reventé. Amaneció amenazante, como lo hacen los días del Pirineo, con el cielo cubierto y gris. Ya lo decía Miguel en el desayuno: “En el amor las cosas no son como empiezan, sino como acaban…”. Desayunamos fuerte. “El amor se consolida o desaparece por las mañanas, cuando nada más despertar uno se enfrenta, nada más abrir los ojos, con lo que la noche hizo de ella…” En el bus hacia Es Bordes Miguel se sentó conmigo: “ya está bien de tanta tontería”, dijo, mientras mi hada reía, apartada, junto a la ventana. En Es Bordes, mientras calentábamos, vimos cómo las luces inundaban el valle, lo encendían: “el brillo de la mañana es como el del amor, reluce un instante en el fresco para luego achicharrarte en la tarde”. A las nueve en punto, después de calentar con Lobezno, que había ganado la subida de escaleras del día anterior, salimos, como locos. “Suave, suave”, dijo Miguel, “que una pareja es como la larga distancia, hay que saber dosificarla para que dure”. La subida era durísima, desde los primeros quinientos metros subía en picado, en dirección a Arro, y a Vilamós, en el kilómetro seis. Yo iba rotito, ya de salida, pero aguantaba por orgullo. A media subida me sentí recuperado y pasé a Miguel, muy levemente. “En el amor hay que ser escueto y claro, basta una palabra: quita”, y repitió: “quita, quita”. No supe si me lo decía a mi o a la montaña, pero no importó. Al llegar a Vilamós yo ya no podía más. Sin embargo la belleza del paisaje me maravilló. “Hay que subir muchas cuestas para disfrutar de una bien ganada vista”. Bajamos por una senda linda, por el bosque, disfrutando hasta el kilómetro diez. En algunos tramos había piedras sueltas: “hay que saber no resbalar, hay que intentar no cavar zanjas que lo sepulten a uno”, repetía, mientras bajábamos. En el avituallamiento del diez recibimos los primeros ánimos. Había un tío encantador que iba encandilando a los corredores, con sus palabras de ánimo, que te hacían volar: “muy suavito para arriba y ya es todo coser y cantar”, decía. Comimos una naranja y plátano, y bebimos agua. “O te refrescas, o aprovechará tu débil figura para convertirla en marioneta”. Nos encontramos la primera gran pared. “A veces es mejor desistir, coger un pasito corto, andar, parar”. Al llegar arriba, en Arrós, apenas había descanso. “No siempre un esfuerzo ve la recompensa de forma inmediata”. Desde allí, por la ladera, recorrimos, por una senda preciosa, que permitía ir abriéndose al valle, un tramo entre sombras, para disfrutar, hasta que antes de llegar a Vila apareció una nueva pared, por una pista senda que acabó con mis fuerzas. “A veces es mejor separarase”, dijo Miguel, “te espero en la meta”. Pensé que no me quedaban fuerzas, y así era. Antes de coger la senda hacia Betlán, tuve que pararme. Estaba mareado. Tardé mucho tiempo en recuperarme. Hubiera abandonado, pero tal como me dijo Miguel, luego “sólo hay que rendirse cuando uno esté convencido de que lo ha dado todo, de que ha hecho todo lo posible”. Así que continué, aún quedaba una inmensa subida, en dirección a Montcorbau. Tuve que hacerla a tramos. “El romanticismo ha hecho mucho daño”, dijo Miguel, “en esa última subida supe que hasta el último momento hay que mantenerse alerta, que en el amor no hay respiro, que no iba a dejar de encontrar escollos, y que había que ir de uno en uno, tirar el trazo de los ojos hacia el horizonte, en vez de soñar la luna”. Esa última frase me emocionó, cuando ya le hincábamos el diente al buey en La Lucana. Esa última subida era fea, el asfalto le quitaba belleza: “Pensé”, dijo Miguel, “que los pasos de Tamara sobre el asfalto harían al camino tornarse bello”. No dudé, cuando desde arriba, desde Montcorbau, pude ver Viehla, ver que ya sólo era dejarse caer, que también había un tiempo para dejarse llevar. Comprendí que Miguel tenía razón. “Ven aquí, bonita”, le dijo él, a Viehla, “que te voy a partir por la mitad” . Ella sonrió, de lejos. Y a pesar del cojeo de mi pie derecho, y del agotamiento que me hizo llegar con más de hora y media de retraso, toqué la meta y me abracé a mi hada, covencido de que algo había pasado.

2 comentarios:

  1. Milagro de la luz: la sombra nace,
    choca en silencio contra las montañas,
    se desploma sin peso sobre el suelo
    desvelando a las hierbas delicadas.
    Los eucaliptos dejan en la tierra
    la temblorosa piel de su alargada
    silueta, en la que vuelan fríos
    pájaros que no cantan.
    Una sombra más leve y más sencilla,
    que nace de tus piernas, se adelanta
    para anunciar el último, el más puro
    milagro de la luz: tú contra el alba.

    Espero que te guste este poema de Angel González que he buscado para ti y también para ese tipo encantador que encandilaba a corredores y hadas. Díselo cuando lo veas...

    Un beso fuerte, M.

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  2. Creo que el poema es tan luminoso que ensombrece cualquier cosa que yo haya podido escribir.
    Mil gracias.
    P

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