sábado, 21 de agosto de 2010

FUERTEVENTURA. 19 de Agosto


Betancuria, como Celama, como Comala, como Macondo. Un espacio mítico sagrado. Por cierto, he pensado en Rulfo. Creo que en Pedro Páramo hay una enorme verdad que me había sido velada hasta hoy (por no estar despierto, claro): los muertos están en la vida de los vivos, viven en ellos, conviven con ellos. La metáfora es de un acierto infinito en Rulfo. Cuando escribo esto he perdido la intuición primera, el sentimiento de por qué me vino Comala a la cabeza, por qué sentí a los muertos con nosotros. Siento que pudo ser mi abuelo paterno, o Guillermo Vidal, o Marcos. En todo caso fue la metáfora. Pedro Páramo por primera vez para mi como una metáfora. Quizá lo siento en Fuerteventura por el viento, por el color de la tierra yerma, o quizá lo siento porque voy dejando de ser yo para ser lo vivido con los otros. El viento y mi cojeo, como en “¿No oyes ladrar los perros?”. No es que madrugáramos para salir pronto hacia Betancuria, pero el desayuno se nos alargó hasta la una, como un desliz. Betancuria es como la base de un cierto Picasso, aquel de los veinte y treinta, el de las mujeres como piedras, como cárcabas. Es un desierto de montañas redondeadas y agrietadas; agrietadas por el agua, redondeadas por el viento. Un paraíso de luces y sombras. Desde los miradores, desde los tres miradores, compartimos con los cuervos las visiones, las alturas. Compartimos los suelos con las ardillas, y las palabras con esa familia austriaca de Salzburgo, que no para de fotografiar ardillas. Allá arriba nos sentamos, sin que el viento nos pueda, a buscar cuadros para la foto y a comer bocadillos de jamón. Yo me cuelgo del visor, con los pies, y quedo sujeto en el aire por el viento. Juanjo acierta en el disparo y me detiene en el aire, antes de que yo dispare con pocas posibilidades de éxito. Cuando ya Betancuria nos ha llenado, buscamos Aguas verdes como se hacen todas las cosas, por empatía. Juanjo y Cris conocieron el año pasado a una alemana linda, sensible (lloraba cuando hablaron con ella, porque alguien la había hablado mal) que venía a bañarse desnuda a Aguas verdes (si hubiera estado yo…). Así que nos dejamos caer en aquella playa de piedras que no prometía, pero alguien había hablado de unas piscinas naturales que sí prometían. Una familia alemana nos indicó. Trepamos por las piedras, avanzamos por estalactitas de Basalto, y allí estaban, grandes pozas de mar en la piedra. “El sitio más bello para bañarse”. Era una tentación para el cuerpo, así que le evité al bañador el absurdo trabajo de empaparse y secarse, y me metí en aquella poza tal y como Dios me trajo al mundo. Disfrutamos como enanos, bañándonos y experimentando con las posibilidades de la Canon acuática, que nos dio alguna de nuestras mejores fotos. Después volvimos a nuestro Cotillo, a nuestro restaurante de siempre, “el Roque de los Pescadores”, para dar cuenta de una barracuda. La barracuda es un depredador alargado, que se parece en lo físico a los pescados azules, pero que tiene el temple en la mesa de los pescados blancos, con la fuerza de los azules. Una mezcla perfecta, la de esta criatura de los mares, que, a la vera de un rosado, y de los dos inevitables platos de mejillones, nos despidió de nuestro rincón preferido de Fuerteventura.

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