sábado, 21 de agosto de 2010

FUERTEVENTURA. 16 de Agosto



Apéndice gastronómico: hoy probamos un gallo moruno fresco y un bocinegro. El gallo no parece serlo, es fuerte y jugoso, deliciosa carne blanca, el bocinegro es de carne más blanda, más jugosa también, menos musculoso que el rodaballo y que el gallo, parecía darle sombra, a este. Lo comimos por la noche, una vez de haber vuelto de Isla de Lobos. Isla de lobos es como un malpaís insular. Si subes a la Caldera, a esos 127 metros de altitud que allí parecen el Everest, puedes ver como las pequeñas dunas van formando una cordillera de unidades que desaparecen en la calima. Pero puedes ver también Corralejo, con ese gran y absurdo hotel en el medio del parque natural, rodeado de arena y dunas, que también van desapareciendo en la calima. Si te giras, verás Playa blanca, en Lanzarote, y si fuerzas la imaginación, podrás soñar la Graciosa. Allí arriba azota el viento que lo llena todo, esa ventura fuerte que da el nombre, la palabra, el hálito. Abajo, en el malpaís, sólo hay silencio; la cruda soledad del paisaje. Después, en el Puertito, que bien pudo haber construido Maria Antonieta, si hubiera vivido aquí, los pescadores limpian las viejas y los niños juegan, nadan, bucean, o se llenan de champú el pelo. Desde arriba del pedregal, las gaviotas miran de frente al viento, en grupo, como si observaran algo por suceder. Allí mismo, entre las calles a medio hacer, hay un chiringuito que hace unas paellas que de tan amarillas echan para atrás. Y si sigues la senda, llegas a la Caleta, la única playa utilizable de Isla de lobos, donde descubrimos a un gran grupo dormido, nuestra mejor foto del día. Después, el regalo. En el barco de vuelta a Fuerteventura, desde donde vemos los fondos llenos de peces medianos, y algunas mantas (Juanjo promete haber visto tortugas gigantes), nos dan un Ron-Cola de caña vieja. El primer sorbo me emborracha. Subo a cubierta y me dejo mecer por las olas y por el viento, que hacen moverse el ron en mi cerebro de izquierda a derecha. Renuncio a todo y me dejo llevar. Y es eso lo más parecido al gozo. Después vino el pescado blanco. También un modelo de felicidad. Ah!! Y olvidé hablar de Christine Schal!! Fue ella, la de baviera, la que nos vendió los billetes de Ferry.

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