viernes, 31 de agosto de 2012

SANTIAGO

  Salimos temprano hacia Santiago. Aún cubiertos por el último bosque es cuando uno se encuentra con su realidad más íntima. El camino, todo el Camino, queda en la memoria conviviendo de forma parecida al Aleph; todos los tiempos y todos los espacios al mismo tiempo. Mientras uno se acerca de nuevo a la Plaza del Obradoiro, temeroso quizá de que las emociones le asalten, es cuando el camino se recrea como metáfora; no de un viaje ni de un destino, sino de una forma de hacer las cosas. Recuerdo de nuevo a Alfonso Vizán y a su "lo importante no es hacer cumbre, lo importante es "cómo" hacer cumbre". Es ese "Cómo" el que el camino te devuelve como metáfora, el que se muestra en la memoria íntima como un regalo; visible al fin. Ese "cómo" es, casi, una cuestión filosófica. Decía Foucault que la filosofía del siglo XX debía cambiar las preguntas; de la ontología del "qué", al funcionamiento del "Cómo". En ese "cómo" íntimo transcurren los últimos pasos. Es en él en el que uno se ve decidiendo cada uno de los pasos, cada una de las pausas, cada uno de los rumbos. Es ese "cómo" al fin, el que ha dado forma a esa criatura quimérica, hecha de muchas criaturas diferentes, que queda en nosotros; es ese cómo el que configura la imagen final que en la memoria queda de esa serpiente que llamamos Camino. Es ese "cómo" un demiurgo; la mano que esculpe el devenir.
 Y así, casi como de repente, Santiago, la Catedral, la plaza del Obradorio. Me pregunto si Santiago es punto de llegada o punto de partida, y con la inquietud que es enseña del carácter enseguida abandonamos la plaza. No quedarse nunca, llegar para salir. Un destino es un comienzo siempre. "Cuando algo ya lo sabes hacer, deja de hacerlo". Entonces me acuerdo de un fotógrafo chino de la Magnum, del que afortunadamente no recuerdo el nombre, que decía que en la tradición china, los artistas, una vez alcanzada la fama, se cambiaban el nombre. Lo hacían para demostrarse a sí mismos que seguían siendo buenos. Y si me acuerdo es porque uno de los paisajes de Santiago es el de los peregrinos por todos lados. Paseamos una victoria; una fama efímera. Con nuestra marca; rostro, ropaje, y andares. Esa marca es casi una seña de indentidad, de grupo, pero es también la imagen paseada de un orgullo. La pertenenecia y el orgullo paseada de forma visible, y, pienso, de alguna forma sin pudor. Así que a Geste se le ocurre una idea genial; ir a una tienda de segunda mano, en la que están liquidando, y cambiarnos de imagen.


Abandonar la familia, la protección, y el orgullo. Pasear por Santiago nuestra victoria íntima sin que nadie la reconozca, sin que nadie nos reconozca. Dejar al corazón, únicamente la difícil tarea de decidir si somos, en realidad, de verdad, peregrinos.   

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