domingo, 26 de agosto de 2012

CEDEIRA - FERROL

  Decía Goethe que si algo articuló lo que entonces conocían como Europa fue el camino de Santiago. Este tramo que nosotros hacemos, desde Ribadeo, no se considera Camino de Santiago. Pero esta costa, desde mucho antes, desde el País Vasco, está articulada por una criatura especial, que nos servía para hacer metáforas jocosas en los años de Conservatorio; alguien capaz de caminar a tu lado, pero por su propio camino, sin llegar a juntarse nunca contigo, sin cruzarse. Ir y venir, fingir acompañar pero inamovible en su caminar, en su camino y en su destino. Si algo forma parte de este paisaje es el FEVE: esa criatura un poco de otro tiempo que va atravesando los paisajes más bellos del norte, por donde no pasa ninguna carretera. El Feve es un poco como nuestra ruta, nuestra estrella polar, pero es también el ánima escondida de nuestro camino desde el comienzo, porque de forma constante nos hemos ido encontrando con él, y ese encuentro ha sido fructífero por dos razones; la primera es clara; estábamos en el buen camino. La segunda no lo es tanto. El Feve, en el Camino a Ferrol podría haber sido siempre tentación.

En un rato apenas hubiéramos llegado al destino. Pero las fuerzas han sido mayores que la tentación y hemos llegado por nuestro propio pie donde el FEVE ha llegado por su propia vía; firme, pero rígida, segura, pero carente de los pormenores deliciosos de la pequeña aventura del caminar. Ferrol queda lejos de Cedeira, a unos cuarenta kilómetros a pie. Al principio, pudimos costear; a pleno sol, y hasta Valdoviño. Y en ese costear las curvas se hablaban y nuestros duendes iban apareciendo.


 Pero entonces, frente a esa playa maravillosa, llegaron los longueiros, las zamburiñas, y el Casal de Armán.


 Y después, una vez rodeado el embalse, no nos quedó más remedio que irnos hacia el interior, poco a poco, buscando imágenes extrañas,












 con un casi cojeo inapreciable, hasta que los últimos pasos ya en Ferrol se nos hicieron interminables. Por suerte, Julio Tajuelo, que es de Ferrol, nos había dicho hacia donde ir, y allí llegamos. La Magdalena, un barrio que recuerda a La Habana, con esa belleza de lo que debió ser, más que de lo que es. Tal como dice este muro: "Ferroliño, quién te ha visto y quién te ve"

Como no podía ser de otra manera, aterrizamos en una pensión llamada "El Edén". Y lo era. Así hablan nuestros dioses; en los nombres y en las cosas. El propietario era encantador, y nos mandó al "Meiras", donde encontramos también gentes estupendas, pulpos estupendos, chipirones enternecedores, unas papas bravas con mucha chispa y unos mejillones abiertos que nos hicieron sentirnos en casa. Hoy el destino nos pudo más que el paso. Y, rotos, dejamos Ferrol para la mañana.

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