miércoles, 22 de agosto de 2012

VIVEIRO - BARQUEIRO

 Viveiro tiene algo sorprendente. No es la lluvia. En la mañana, todas las cafeterías no tienen otra cosa que churros. Churros y no otra cosa que churros en las cafeterías de la mañana de Viveiro. Llueve y llueve. Es la lluvia que es el germen de la gloria del peregrino. Capas, chubasqueros, bolsas de plástico por todos lados. Hay que protegerse y guardar la ropa seca para el futuro. Sólo hay una pregunta en la mañana. Salir o no salir, el equivalente a ser o no ser. Rodeamos la ría obviando el puente. Empapados, llegamos al principio del puente. Eso me recuerda a otro mundo, a ese mundo en que coinciden todas las cosas, como aquellos caminos de Polonia en que aquella vez Jaime y yo cogimos por todos lados. Pero el peregrino labra su gloria también bajo la lluvia. Soñando un atajo seguimos rumbo a O Vicedo, que es un puerto lindo que se esconde en la memoria. Así rodeamos la costa, después de atravesar entre lluvias y los eucaliptos que dice el Pieri que no hay en Galicia. Y así desembarcamos en O Vicedo, para seguir caminando por la costa, o pegados a la costa verde que nos lleva a esta playa,

por la que caminamos hasta encntrar la senda que nos lleva a O Barqueiro.


Un puerto pequeño que es más puerto que pueblo. Viento, frío y grisura desde la ventana protegida de la pensión. Una cristalera restaurante nos llama. Yo sólo tengo deseo de una cosa; vino. En esta zona los tintos son Mencías de la Ribera Sacra. Mientras lo bebemos, el mar brava. Hay dos camareros jóvenes que  nos invitan a quedarnos a cenar, así que nos duchamos y volvemos a por unas almejas con setas que aquí reproduzco,

y una lubina salvaje de kilo y medio. Por suerte, la cocina y el material es tan sumamente bueno, que la decepción casi irreparable de la cena de Viveiro se va perdiendo.

1 comentario:

  1. Esto ya esta deviniendo de la Astronomia a la Gastronomia, del Campus Stelae al Bulli

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