Dicen los que llegan a empezar está ruta por Occitania que hay subidas muy duras; se refieren a la subida del segundo día y al Col de Menthé. Uno les pone cara de “bueno”, como si en realidad no fueran para tanto. Y es que la primera la subimos en taxi, la segunda por carretera. Una subida larga, bella, en la que Tato y yo jugábamos al corre que te pillo, hasta que al Tato se le empezaba a hacer bola el correcorre… Pero una cosa es robarle a la ruta una subida, y otra bien distinta es robarle una bajada. A pesar de todo, como leíamos en la etapa dos, la voz es más fuerte que el argumento. “Yo bajo por la carretera”. No conviene luchar contra los reptiles. “Pues déjame la bomba, yo bajo por el track”. Pero, de repente, apareció un moro, un guía de VTT. “Est-ce que vous allez descendre par la route, avec ces vélos!!!!”, dijo, echándose las manos a la cabeza. Y, de repente: “qué piquito tienes, ya me has convencido”. Estamos siempre a milímetros de la opción contraria, sólo hay que esperar el acontecimiento que lo desencadene. El moro nos explicó una forma fácil de bajar, y así parecía, hasta que de nuevo una espigadas rampas casi nos cortaron el paso. Después, el bosque, la niebla, y un vagar hasta que los charcos, el barro, un ir poniéndose peor, nos invitó a volver. El track quedaba aún lejos, y, como luego supimos, no era el track que creíamos que era. Yo seguí, entré en un bosque en el que los árboles parecían un ejército alineado, silencioso, esperando mi muerte. La niebla parecía ir buscando los recovecos que dejaban los soldados. Había un silencio resbaladizo; una vida detenida. La montaña te tiraba abajo, era imposible mantenerse arriba, era como una fuerza interior, una arena movediza que te llevaba a un centro. Al salir a un claro sentí menos la presencia del oso, pero todavía había que salir, coger el arroyo hacia arriba que te salvara, de nuevo en el interior, que te hiciera salir a un claro definitivo, en donde los cencerros, desde lejos, ya relajaban. Una marcas rojas y blancas me daban la seguridad de lo no natural. Demasiada pureza en lo natural. Al final salí al claro, jadeante, saludé a las vacas con respeto y me tiré ladera abajo, en busca de la senda soñada. Y allí estaba: estrecha, resbaladiza, coqueteando con el barranco y con la niebla, revirada y pedregosa, embarrada y divertida como un sueño, como un regalo, que atrevesando Melles me llevó a Fos, bajando por una serpiente de asfalto. Llegué al hotel a la vez que los demás. El adelantao me repitió cinco veces que no daba un duro por mi. Y así nos adentramos en aquel extraño y solitario hotel de regencia inglesa que nos recordaba a los oscuros días de Manckievicz…
jueves, 17 de junio de 2010
EL MORO Y EL VTT
Dicen los que llegan a empezar está ruta por Occitania que hay subidas muy duras; se refieren a la subida del segundo día y al Col de Menthé. Uno les pone cara de “bueno”, como si en realidad no fueran para tanto. Y es que la primera la subimos en taxi, la segunda por carretera. Una subida larga, bella, en la que Tato y yo jugábamos al corre que te pillo, hasta que al Tato se le empezaba a hacer bola el correcorre… Pero una cosa es robarle a la ruta una subida, y otra bien distinta es robarle una bajada. A pesar de todo, como leíamos en la etapa dos, la voz es más fuerte que el argumento. “Yo bajo por la carretera”. No conviene luchar contra los reptiles. “Pues déjame la bomba, yo bajo por el track”. Pero, de repente, apareció un moro, un guía de VTT. “Est-ce que vous allez descendre par la route, avec ces vélos!!!!”, dijo, echándose las manos a la cabeza. Y, de repente: “qué piquito tienes, ya me has convencido”. Estamos siempre a milímetros de la opción contraria, sólo hay que esperar el acontecimiento que lo desencadene. El moro nos explicó una forma fácil de bajar, y así parecía, hasta que de nuevo una espigadas rampas casi nos cortaron el paso. Después, el bosque, la niebla, y un vagar hasta que los charcos, el barro, un ir poniéndose peor, nos invitó a volver. El track quedaba aún lejos, y, como luego supimos, no era el track que creíamos que era. Yo seguí, entré en un bosque en el que los árboles parecían un ejército alineado, silencioso, esperando mi muerte. La niebla parecía ir buscando los recovecos que dejaban los soldados. Había un silencio resbaladizo; una vida detenida. La montaña te tiraba abajo, era imposible mantenerse arriba, era como una fuerza interior, una arena movediza que te llevaba a un centro. Al salir a un claro sentí menos la presencia del oso, pero todavía había que salir, coger el arroyo hacia arriba que te salvara, de nuevo en el interior, que te hiciera salir a un claro definitivo, en donde los cencerros, desde lejos, ya relajaban. Una marcas rojas y blancas me daban la seguridad de lo no natural. Demasiada pureza en lo natural. Al final salí al claro, jadeante, saludé a las vacas con respeto y me tiré ladera abajo, en busca de la senda soñada. Y allí estaba: estrecha, resbaladiza, coqueteando con el barranco y con la niebla, revirada y pedregosa, embarrada y divertida como un sueño, como un regalo, que atrevesando Melles me llevó a Fos, bajando por una serpiente de asfalto. Llegué al hotel a la vez que los demás. El adelantao me repitió cinco veces que no daba un duro por mi. Y así nos adentramos en aquel extraño y solitario hotel de regencia inglesa que nos recordaba a los oscuros días de Manckievicz…
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Muy bien Harpo, solo nos queda la quinta, ya me gustaria a mi llevar tan avanzado el video, aun no lo he empezado, pero cuando me ponga, te aseguro que me pongo
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