martes, 15 de junio de 2010

CUANDO EL CÁNTARO NO VA A LA FUENTE

Es un secreto a voces que sin la neurociencia moderna, mi capacidad de ilusionarme por mi trabajo decaería hasta los límites del desdén. Hay, con respecto a lo que hoy quiero contar, desde este pueblo maqueta que los franceses llaman Bertrand, que es como un tenderete que rodea a lo que en su día fue una catedral gótica, esbelta sin más, dos encuentros que merece la pena traer. Hace dos días, en uno de los descansos del curso de Rolf Hoogland, comentamos uno de los “Kernpunkt” de todos los mundos. ¿Y eso cómo se lo explicas a los pacientes?, le pregunté. “Yo apenas explico a los pacientes”, dijo. Eran las palabras de un viejo, de un sabio. En mi propuesta, convencido, dije: “Yo cada vez explico más, sin embargo, y creo en ello”. Aunque la conversación parece banal, apela a la antropología, a la evolución, a la neurociencia, y al comportamiento humano; a la psicología. Me explico: en el curso de la evolución, los sistemas de los seres menos evolucionados sobre los que nosostros cimentamos nuestra evolución, permanecen en nosotros como un “cerebro viejo, inconsciente, autónomo” (aquí el segundo encuentro, con el Ramachandran de la blindsight en "a brief tour on human conscioussnes"), encima, los sistemas más complejos, la motricidad más evolucionada, y más allá, el Hipocampo; el lenguaje, el simbolismo. Eso determina el estudio del hombre, y cada una de las ramas de la antropología. Y esos sistemas determinan, en último término, el comportamiento del hombre. Sin embargo, la pregunta es retórica: “¿Conviven los sistemas, o compiten?” En mi postura, hay convivencia, en la de Rolf, competencia. Y creo que él tienen razón. “Yo siempre trabajo sobre el sistema nervioso viejo”, añade.
En este Martes, el día no apareció mal, había una lluvia fina y una niebla o nubosidad mañanera, que no asustaba. Asustaba el día de ayer, el perfil, y la posibilidad de verse emboscado en medio del monte, subiendo kilómetros y kilómetros por una pendiente infernal, pero tampoco. Lo que había en el grupo era una voz (cerebro viejo); no un argumento (cerebro nuevo; la razón). Tato había decidido ir en taxi, y en su convencimiento no había un argumento suficiente, había una forma, casi un tono, una intensidad, un deje, una traza, una textura, un movimiento. La razón busca argumentos, el reptil busca formas. Nuestro reptil, nuestro sistema viejo, decidió seguir esa traza, aunque algunos (aquellos en los que el reptil se siente aprisionado en el hombre) nos mordiéramos los labios. El devenir de un grupo no busca razones, sino voces arcaicas, la forma en la que esas voces se dicen a sí mismas es más poderosa en nuestro cerebro que los contenidos de esta. Y así vagamos como góndolas, por el mundo, dejándonos llevar por lo que no reconocemos con la vista. En Bertrand las maquetas no nos llenan, no nos encaprichamos de habitaciones con retretes sobre las camas, y nos volvemos a vestir de corto, para hacer un descenso gozoso desde Mauloise, senderos rápidos y resbaladizos que traen en el mismo vagón alegrías y llantos. A unos ahoga y a otros les hace saltar sobre dos ruedas. En ambos es el reptil el que llora, el que salta. Es el primer tramo de lo que serán los senderos de Occitania, y ya da que hablar, ya aparece esa oscura y tenebrosa sombra interna; la del sendero del bosque. En el que se esconden las garrapatas del mañana.

3 comentarios:

  1. ¿Que reptil se rebeló?
    El reptil de mi ser duerme.

    Vaya dos días de crónica más intensos.
    Estoy deseando leer la tercera entrega.

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  2. Muy bueno Pablo. Has conseguido emocionarme, hacerme saltar y llorar como un reptil. ¿Que pasará cuando los reptiles se vean atrapados por el árbol caído? Espero pronta respuesta.

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  3. Yo no entiendo lo del reptil, pero voy aleerlo otra vez y verás como lo entinedo...

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