domingo, 24 de octubre de 2010

La Puebla de Montalbán. 23-24 de Octubre.

Fernando de Rojas, el judío converso que apareció en el acróstico de la Celestina, y que nos mantuvo en vilo en nuestra primera lectura de esta, con las andanzas de Calixto y Melibea, nació en 1470 en una villa toledana llamada la Puebla de Montalbán, a unos treinta kilómetros de la gran Toledo. Por andanzas deportivas del destino (más que por argucias celestinescas); a saber, la noche del sábado 23 de Octubre Miguel Chispas y yo nos las vimos con nuestro primer Duatlón nocturno (http://www.youtube.com/watch?v=w01Q1eDHqSw) en un pequeño pueblito, cercano a Toledo, llamado Burguillos de Toledo, llegamos a la Puebla de Montalbán. Como la región toledana es de rica gastronomía y de gratos recuerdos literarios, elegimos una casa rural del siglo XVII, llamada Fernando de Rojas (como no podía ser de otra manera), con un patio maravilloso y una terraza de ensueño en la que por la mañana, bajo el aún soleado Octubre, volví a leer a Mercedes Roffé y a sus “Linternas flotantes”. Un patio es espacio sereno para la lectura compartida. Si a alguien le apetece visitar la casa, desde el patio hasta la terraza, que me siga (http://www.youtube.com/watch?v=1yUycvUajGI ). Aprovechando la estancia, elegimos el Restaurante Legazpi (925750032); un comedor popular, muy barato, para probar algunas de las especialidades de la región: en primer lugar el arroz con liebre, un plato exquisito en el que el arroz, caldoso y en su punto, coge el sabor fuerte de la caza, y en el que el buen cocinar respeta el sabor propio dejándolo bajo de sal, para que cada uno ajuste su punto. La paella es generosa, y donde comen dos podrían comer cuatro. La liebre tiene el sabor de la liebre. De carne más dura que el conejo, no queda en todo caso seca por cocinada en exceso, y conserva el sabor de la caza.
La ensalada lleva olivas amargas, seguramente terminadas por ellos, porque la región es rica en aceitunos. La morcilla de cebolla, casera, es exquisita, ni está grasienta ni esconde el sabor. Es equilibrada, jugosa, y crujiente en el exterior.
Para repetir en Domingo, sin duda, en que probamos además la otra especialidad del Legazpi; el conejo al ajillo. De sabor fuerte, mantiene la carne blanda, y el aceite no resulta aceitoso. Una delicia. De nuevo, donde comen dos comen cuatro.
Pero antes, nos proponen una sopa de cocido, que tiene el sabor y además la ligereza, y en la cuál, este comedor popular tiene el gusto de echar los fideos cinco minutos antes, de manera que da gusto y, como dice el camarero “aunque no alimenta calienta”.
Si alguna vez alguien pasa por la Puebla de Montalbán, que no deje de disfrutar de estos manjares, ni de darse un paseo por las Barrancas (www.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=355663 ), a unos tres kilómetros del pueblo, en dirección a Toledo. El entorno del embalse de Castrejón y las cárcavas rojizas de su vera, rodeadas de gran cantidad de aves que hacen su paso en invierno, son una regalo para los ojos del caminante, y, probablemente, muy probablemente, pueda ser un tesoro en los momentos en los que la luz abandona el día.

miércoles, 20 de octubre de 2010

EL PARQUE DEL CAPRICHO




He vuelto al Parque del Capricho. Este caprichito de la Duquesa de Osuna, del siglo XVIII, es también suerte y orgullo para Madrid. Pasear por el Parque es como viajar por los arrebatos de Maria Antonieta y Fernando VII, pero es también pasear por los deseos de aquella época del triunvirato romano, cuando ya los hombres buscaban en el Locus Amoenus una salida de la ciudad. Es además como bajar a las ensoñaciones de Kurosawa, cuando ya el Otoño deja en el huerto de juguete esas enormes calabazas, cuyos tamaños, reales, nos hacen confundir la realidad y el sueño. Pero es también como querer ser el Manckievicz de la huella, y un poco, casi, Werther, por entre los "salvajes" y espesos caminos del parque. Para eso está, además, Dioniso, el vigilante de la desmesura, el guardian de las pasiones, ese que borra la aburrida línea del orden de los hombres con los hombres. Hasta Goethe se había atrevido a dibujar brujas y noches y muertes y vidas en la frondosa maravilla del "unheimlich" bosque. Esa sombra es la que guarda Dioniso, esas sombras son las que mantiene el Capricho. Y, como tomando forma de todo eso, el cisne negro dibuja en el agua la sombra de Mefisto. Si no es el cisne el propio maravilloso demonio, que baje Dios y cierre el parque. Que baje Dios y cierre el Capricho, la sombra, el misterio, que baje Dios y ponga barrotes entre nosotros y nuestra imaginación.

lunes, 18 de octubre de 2010

La carrera de la ciencia. 16 de Octubre.

A las nueve en punto de la mañana sonó el disparo de salida. Estábamos en segunda fila, después de trepar la valla. Estábamos a merced de las sombras de Serrano. ¡¡Pero adónde van esos!!, debimos pensar viendo a los primeros. Tú como la sombra de Carlos y ahí sin moverte, me digo. Pero hostia a qué hostia va, pensé. Lo pensé sin reloj, tanta pijadita y luego no le sé dar al botoncito de iniciar. Vaya mierda. Hay que ver lo que prona Carlos, es de libro, me digo. Pero a qué hostia va, a mi me va costar ir diez kilómetros a esta leche, me oigo. Oye perdona, le digo a la chica, ¿en cuánto hemos pasado el dos mil? En seis cincuenta, dice. ¿Cómo?, digo. En seis cincuenta, repite. Gracias, le digo. Haciendo amigas hasta en las carreras. Pero a lo que íbamos, eso es ir a 3:25, una leche que no es pa mi. Tú tira, si no vas mal, hombre. Si sigues así te plantas en treinta y cinco minutos. Así que tiro del carro, adelantando grupos, hasta el kilómetro cuatro, donde está mi Cla y mi desfallecer. A Carlos se le ocurre pasar delante y yo le sigo, pero forzado. Hay que decidir, o reventar o regular. Yo que no soy de sufrir... ¡¡pues regular!!, decido. Carlos se aleja en el horizonte. Yo a lo mío. Pensamientos deslabazados hasta el siete. Y luego a remontar, que ya es hora. Termino los dos últimos kilómetros con fuerza, seguro de mi derrota con el cuñado Carlos. Pues sí que ha elegido bien mi hermana; un tío que me gana corriendo, el cabrón. En 36:31. Aquí le tienen.

Así que entro y veo que he hecho 37:10. Aquí estoy yo, con mi alma gemela.

Pues no está tan mal, ya tenemos la mínima para la San Silvestre. Ese era el objetivo, ¿no?, me consuelo. Pues sí, ese era. Así que a disfrutar de la derrota familiar. Qué gozada. Y no veo mejor manera que irme a patinar por el Retiro por la mañana con mi Clá, y con mis sobrinas a montar en el pulpo por la tarde, para así evitarle así a mi cuñado que pase el miedo que pasa uno en esos cacharros. Se lo merece, coño, que me ha ganado de largo esta mañana. Al César, lo que es del César.

jueves, 7 de octubre de 2010

O´Zapft is!!! 200 años de Oktober Fest. Munich, 4 de Octubre de 2010.

Han pasado ya 200 años desde que Ludwig I y Therese celebraran, 5 días después de su boda, un 12 de octubre de 1810, aquella carrera de caballos que haría nacer la Oktober Fest y mitificar el Theresienwiese (el césped de Teresa, del que sólo queda el espacio en el que se celebra la fiesta). Después, siguieron los caballos y la fiesta de la agricultura, a la que poco a poco se iban añadiendo el desfile, desde 1835, y la estatua de bavaria, allí desde 1850. Después vinieron los juegos y las casetas (Tents), esos grandes espacios de los que ahora quedan 14, en los que se bebe y se baila. A la mayor fiesta del pueblo del mundo se sumó entonces el Hendl (pollo), el Schweinsbraten (cerdo asado) la Schweinhaxe (pata de cerdo). Steckerlfisch (pescado a la parrila, ensartado), los Brezn (panecillos con forma de o partida), los knödel, de pan o patata, los Kasspatzn, pasta de queso, los Sauerkraut (nabo de ese que pica y mata) y las famosas Weisswurst (salchichas blancas). Por todos lados corre la cerveza. Y aquella fiesta de los caballos, rodeada de bávaros en Lederhose y de bávaras en Dirndl, discurre ahora por dentro y por fuera de las casetas, con música suave hasta las 6 para que no se dispare el alcohol, y con música fuerte desde entonces para que los 5 millones de visitantes de todo el mundo den rienda suelta a su locura alcohólica. Allí los alemanes se desalemanizan, bailando enloquecidos, y la fiesta popular da paso a la bebida y a la música de los Beatles, a Queen, a Shakira… Desde arriba el Carrussel debe enseñar la ciudad a los que aún puedan verla, la montaña rusa con cuatro “lupings” parece un regalo sobre la ciudad. Heiko apura los cielos, Manuel se desata con Let it be. Sobre el andén del metro, la cruz roja, “la caseta número 15” despliega sus mantas metálicas y rodea a alguien que quizá vuelva en sí. Es el último día, el último lunes. Me pregunto que queda de aquella carrera de caballos, de aquel desfile, me pregunto por qué usarían los bávaros los lederhose, pero sé que de aquello queda sólo una fina capa visible, como ese hielo de la mañana, antes de partirse.