jueves, 7 de octubre de 2010

O´Zapft is!!! 200 años de Oktober Fest. Munich, 4 de Octubre de 2010.

Han pasado ya 200 años desde que Ludwig I y Therese celebraran, 5 días después de su boda, un 12 de octubre de 1810, aquella carrera de caballos que haría nacer la Oktober Fest y mitificar el Theresienwiese (el césped de Teresa, del que sólo queda el espacio en el que se celebra la fiesta). Después, siguieron los caballos y la fiesta de la agricultura, a la que poco a poco se iban añadiendo el desfile, desde 1835, y la estatua de bavaria, allí desde 1850. Después vinieron los juegos y las casetas (Tents), esos grandes espacios de los que ahora quedan 14, en los que se bebe y se baila. A la mayor fiesta del pueblo del mundo se sumó entonces el Hendl (pollo), el Schweinsbraten (cerdo asado) la Schweinhaxe (pata de cerdo). Steckerlfisch (pescado a la parrila, ensartado), los Brezn (panecillos con forma de o partida), los knödel, de pan o patata, los Kasspatzn, pasta de queso, los Sauerkraut (nabo de ese que pica y mata) y las famosas Weisswurst (salchichas blancas). Por todos lados corre la cerveza. Y aquella fiesta de los caballos, rodeada de bávaros en Lederhose y de bávaras en Dirndl, discurre ahora por dentro y por fuera de las casetas, con música suave hasta las 6 para que no se dispare el alcohol, y con música fuerte desde entonces para que los 5 millones de visitantes de todo el mundo den rienda suelta a su locura alcohólica. Allí los alemanes se desalemanizan, bailando enloquecidos, y la fiesta popular da paso a la bebida y a la música de los Beatles, a Queen, a Shakira… Desde arriba el Carrussel debe enseñar la ciudad a los que aún puedan verla, la montaña rusa con cuatro “lupings” parece un regalo sobre la ciudad. Heiko apura los cielos, Manuel se desata con Let it be. Sobre el andén del metro, la cruz roja, “la caseta número 15” despliega sus mantas metálicas y rodea a alguien que quizá vuelva en sí. Es el último día, el último lunes. Me pregunto que queda de aquella carrera de caballos, de aquel desfile, me pregunto por qué usarían los bávaros los lederhose, pero sé que de aquello queda sólo una fina capa visible, como ese hielo de la mañana, antes de partirse.

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