viernes, 30 de agosto de 2013

EL CANAL DE CASTILLA CORRIENDO: UNA BÚSQUEDA DE LA ESCALA DEL MOVIMIENTO.


  



  Empezamos en Alar del Rey este intento de recorrer la vera del Canal, corriendo, como quien acompaña a un ser vivo, con una idea clara: no sólo viajamos a relacionarnos con el dibujo que otro tiempo deja en el Espacio (casi del mismo modo que cuando visitamos cualquier motivo histórico), sino que viajamos a relacionarnos con el dibujo que otro “tempo” deja en el Espacio. Cuando pensamos en la Idea inicial del Canal, mediado el siglo XVIII, nos resulta extraño imaginar ese modo de transporte; construir un canal para transportar mercancía (sobre todo cereal) desde la costa Cantábrica hasta casi la capital, en barcazas tiradas por mulas desde la parva, con esas cuerdas llamadas sirga que van conviertiendo a estos caminos en "caminos de sirga”, teniendo que superar esclusas y esclusas, es un “tempo” de otro “tiempo”. La experiencia, lejos de ser evaluativos y rígidos, consiste en tratar de convivir de alguna manera con ese “tempo”, alejados de la ayuda de los motores, y en relación directa con la velocidad de los materiales vivos; del agua, de la tierra, del viento, y de la capacidad mecánica y metabólica de los tejidos vivos, como el hueso, el músculo, y el tendón; del cuerpo, al fin. De algún modo, pretendemos experimentar con el sentimiento de las mulas, pero no sólo con la banalidad de una idea así, sino, sobre todo, con la escala del mundo en relación al cuerpo humano. Y cuando decimos cuerpo, decimos no sólo la dimensión de este, sino sus capacidades y límites. El proyecto es experimental, aunque lo grabaremos en vídeo para establecer reflexiones pretendidamente alejadas de un carácter evaluativo. No vamos a defender aquel ritmo, sino que vamos a tratar de experimentar sus límites en relación al espacio. Detrás de todo esto subyace la idea de “nido”, de casa, y, de algún modo, está relacionado con dos de mis proyectos fotográficos: “Paraíso perdido”, y “Habitar”. En el primero, se establece una reflexión icónica sobre la relación del nido y el entorno natural, el segundo analiza más los modos de construcción del nido. Esta idea, la de que el espacio natural es en cierta forma nuestra casa común, requiere premisas. La primera es la premisa del tamaño, de las escala. Lejos de los vaivenes de una naturaleza no siempre amiga (esta idea de naturaleza como espacio idílico está descartada de antemano), está la noción de tamaño. Y es esta la base del proyecto. El núcleo en torno al que gira todo. En un mundo tecnológico dominado por motores y virtualidades, que no criticamos, sino más al contrario, del que partimos y en el que vivimos, el precio del desplazamiento natural ha dejado de ser una cuestión. El desplazamiento, con la ayuda de los motores, ha sido prácticamente omitido como problema. Abolido. ¿Pero es este un pensamiento natural o una inercia de una sociedad que nos aleja de nuestro propio cuerpo?
 Para nuestro proyecto incurriremos en una contradicción, que ya adelantamos. Al final de cada etapa, seremos recogidos en coche, para ser llevados al campamento base: Amayuelas de abajo, un pueblo ecológico refundado en el año 98 (fecha discutible) que queda exactamente a medio camino entre Alar del Rey y Medina de Rioseco. Nuestro equipo lo forman Cirilo y Marisa, al volante, Getse, en la bici, como acuífero, apoyo, transporte en ruta, y cámara en vivo. Y yo, que me limitaré a la sencilla y primitiva operación de correr.
  En la pequeña alforja de la bici llevaremos textos de Kundera, de Herzog, de Le Breton, y reflexiones propias escritas o volátiles. Nunca he corrido más de 31 kilómetros seguidos (y lo hice sólo dos veces, en la Kosta Trail y en la Zumaia Flysch Trail), y aunque he preparado esta carrera con entrenamientos largos, y con altos desniveles (que no tendremos en el Canal) seis días semanales, carezco por completo de dos experiencias: una, la del ritmo necesario para completar tantos kilómetros tantos días seguidos, la otra, la experiencia de una recuperación día a día de tal cantidad de volumen. Desde mi última subida a Grosín, en Jaca, mi pie se queja lamentablemente. Eso me preocupa, pero aviva uno de los puntos del proyecto: el precio de la distancia y su relación con el dolor. Con estas premisas y estas incertidumbre nos plantamos en Alar del Rey, con tiempo fresco, y empezamos a correr sin otro objetivo que ir avanzando…    





día 1. El ritmo

 Los primeros compases de la carrera son irregulares; es típico de la ignorancia, o mejor, de las trampas de la imaginación. Porque la imaginación nos habla de las cosas tal como nos gustaría recordarlas; de un deseo abstracto, literario, y emocional. Pero, “in situ”, está la mañana; el fresco, la pereza, la falta de paciencia, y deseos más banales. ¿En qué se convertirán con el tiempo dos ideas que teníamos de entrada; parar cada 10 km a leer textos, y correr a 6 minutos el kilómetro? En pasto para los gusanos. Correr a 6 minutos el kilómetro se me hace inmensamente difícil, vacilo con imprudencia sobre los cinco, y a veces no puedo contenerme a correr por debajo. Incluso esto es demasiado fácil. ¿Pero cómo será el día después? En Herrera nos perdemos, a pesar de haber sido avisados por Demetrio en Amayuelas, y damos una vuelta de mil demonios antes de volver a la vía del tren y al cruce de vuelta al Canal. La tranquilidad inicial se convierte en inquietud. Hemos perdido el ritmo, el rítmico devenir del avance. Y eso se convierte casi en prisa. Creo que hay un equilibrio necesario entre la tranquilidad y el avance. Busco, tras la vía, el agua, y me desvío hacia la acequia, corriendo a su vera, por un camino estrecho, a un ritmo que me devuelve la fuerza. Leemos a deshora, en uno de los puentes que cruza de derecha a izquierda, algunos fragmentos de Herzog, y unas líneas de Kundera. Nos excedemos en el plan con facilidad, y, en el puente de Carraquemada, justo después del alojamiento, llevamos ya 35km. Y entonces, por prudencia, decidimos parar. El pie ha molestado durante kilómetros, cediendo en los últimos diez, y resintiéndose especialmente después de las “paradas textuales”. A la llegada, estoy fresco pero prudente. El misterio del porvenir es lo que me aleja del convencimiento de la facilidad del logro. En todo caso, ha sido un día raro, falto de ritmo, en el que todo iba pareciendo retrasado. Y a pesar de acabar muy cerca de la hora de comer, no ha hecho calor, ni un viento excesivo (sólo al final, haciendo reverencias a las espigas más altas). Un día perfecto para correr, en el que el agua corrió a su ritmo, ajeno al nuestro, y en el que, tras un ligero descanso y la comida, siento una rigidez en las piernas que vaticina el precio de la distancia y los límites de la resistencia. Dice Herzog: “Meine Schritte gehen fest. Und jetzt zittert die Erde. Wenn Ich gehe, geht ein Bison. Wenn ich raste, reht ein Berg” (mis pasos avanzan firmes. Ahora tiembla la tierra, Cuando camino, avanza un bisonte, cuando descanso, descansa una montaña”.  






día 2. Meditación.

  Es extraño arrancar desde el puente, “in media res”. Pero es que la travesía no va de puntos de inicio o puntos finales, sino de “navegar a pie”. Tenemos un pequeño altercado y nos perdemos de nuevo. Eso nos retrasa, no del mundo, no del plan, sino de un sentido del tiempo. Por inseguridad en mis fuerzas, empiezo a necesitar rutinas: es la forma de aferrarme a una tarea difícil: adquirir puntos de anclaje. Uno, el principal, es el ritmo. Encuentro con facilidad y una cierta certeza un ritmo que ronda el 5:30, que no provoca cansancio y que mira al futuro, a través de la reserva de fuerzas. El otro, clave, es disminuir la observación exterior, el entretenimiento (aunque teóricamente debiera servir), por una búsqueda de una resonancia interior. Necesito algo repetitivo, de una sencillez inaudita, que me provoque una sensación parecida al “Minimal”; un estado de meditación, al menos transitoria. Siento una distorsión en todo lo que me aleja de esa meditación, una especie de estado de contrariedad. Incluso leer, decir, me resulta contrario, exceptuando los momentos en los que el pensamiento repetitivo está a punto de estallar. En ese ritmo necesario para acometer grandes distancias en movimientos mucho más simples; en ese ritmo necesario para “el infinito hecho de miniaturas”, es donde radica uno de los primeros y verdaderos encuentros que hago en este recorrido. Existe una cadencia en las cosas naturales; en la llegada del día y del crepúsculo, en el lento y verde deshielo, en la llegada del verano, en el desaparecer de la niebla de la mañana, en la escarcha, en la lluvia, en la nieve. Existe esa misma cadencia en el interior. Los ritmos circadianos, los ritmos de varios días, el ahogo de las estaciones, el cansancio de un curso… Si quieres hacerlos coincidir, debes encontrar ritmos que permitan una resonancia equilibrada. En lo físico, resulta evidente. En la búsqueda metafórica de los ritmos que sobrepasan lo estrictamente rítmico, la transferencia dificulta el camino. En Frómista, los cuatro saltos de agua de la esclusa me hacen pensar en el leve desnivel del suelo, casi como si pudiera sentirlo.  



día 3. El Cansancio y el dolor.

 Desde el primer momento veo que será mi peor día, el pie está rígido y dolorido, las piernas apenas pueden salir de las redes que las apresan. Los diez primeros kilómetros se salvan, pero en la pausa del Puente de Amayuelas, sé que no puedo parar, que no puedo dejar a la red ceñirse. En la impresionante esclusa de Calahorra, en la que se siente más abandono que ninguna otra cosa, me falta de todo; azúcar, barritas, sales, pero la suerte está echada; hay que seguir sólo con agua. Dispongo un ritmo más suave que no puede ser, en todo caso, pastoso. Y aguanto el dolor, soñando en las engañosas distancias de la meseta. Si me paro lo mínimo, no puedo volver a empezar sin renquear. Siempre hacia delante. Es un sino vital, no volver, seguir el camino, la línea, el destino. No hay nada en las palabras externas que pueda ayudar, sólo la fe interior y una extremada paciencia. Vista desde el exterior, esa paciencia es ínfima. Desde el interior, es infinita. Si la mirada mira lo pequeño, si fragmenta la realidad, el espacio es manejable. Las estrategias aparecen casi de manera natural, en relación con el espacio verdadero.  En "contacto" con el espacio verdadero. La resistencia se debilita no por cuestiones metabólicas, sino por algo mucho más material; el agarrotamiento del músculo, y el dolor. He descubierto lo que significa hacer tres veces seguidas más de treinta kilómetros. Pero en ese día a día debe estar la realidad humana. Pienso en los corredores de Ultra Trail y me falla el entendimiento, y de repente, me viene Parménides. Yo siempre tuve de favorito a Heráclito, pero ¿no existe algo que permanece siempre, una memoria del lugar y del tiempo, en cada espacio? ¿No existe la debilidad de las mulas como un aura de mi dificultad para llegar al Serrón, como un Aura para lanzar al aire, como un grito, ya en el puente viejo de Villaumbrales, que “el reposo es, en sí mismo, la verdadera recompensa del guerrero”? 



día 4. El viento.

 Hay una definición de novela que me es especialmente afín, ese "demorarse amorosamente". No por carácter, sino por deseo. A Marx, cuando leía a Balzac, le gustaba decir: "Cuando Balzac se mete en una habitación, yo me voy por el pasillo". Así somos con el espacio, como Marx. Nos gusta ir rápido y por el camino más corto. La última vez que fui a Gredos tardé casi tres horas, saliendo desde Cadalso de los vidrios. Fue un sueño. Cuando lo cuento, piensan que estoy loco, pero es una de las rutas más bellas que he hecho en coche. El Canal, como organismo vivo, comete esta imprudencia. El codo empieza en Becerril de Campos, a apenas quince kilómetros de nuestro destino en línea recta, que a nosotros nos costará 35. Pero lo barato a veces es caro, y decidimos seguir a la vera del canal, acompañarlo, dejarnos empujar por el viento, hoy fiero como ningún otro día, exponernos al tramo más expuesto y más seco, en donde un conjunto de diez árboles, mecidos por el viento fuerte, me recuerdan una de las imágenes de Cartier Bresson, y me emociona. Como si esa imagen real, detenida al lado de un pueblo casi ausente; Sahagún el Real, escondiera un misterio. Igual que ayer, cuando el viento del Serrón abría y cerraba ventanas de golpe, como un fantasma, asustándonos. El poder del viento y del agua, aglutinados, son poderes mucho más fuertes que los efímeros poderes humanos, y parecen querer mostrarnos las posibilidades de cualquier movimiento en función de su magnitud. Unos pasos te llevan adonde alcanza la vista; muchos miles de pasos te llevan mucho más allá de donde alcanza la vista. En la zozobra de una cierta calima, la torre de san Pedro, de Fuentes de Nava, la Estrella de campos, como el centro de un compás por el que nos movemos, rodeando, demorándonos amorosamente. Convivo mejor con mis males después del masaje reconstituyente de ayer, hecho del mismo material que el veneno que mata las piernas; de movimiento. Pero no sólo por eso. Está es una zona conocida. Mi parte del Canal. De pequeños nos bañábamos (a disgusto, eso sí), al lado del Puente viejo de Fuentes. Estas parvas las he recorrido muchas veces en bici, tanto desde Fuentes hasta paredes, como de Fuentes hasta Abarca. Y cuando el recorrido es conocido, los pasos caminan el doble. Saben por donde pisan, saben hacia dónde van, conocen el destino. ¿Es entonces el cansancio una interpretación? Sin duda, la neurología moderna nos lo enseña. Pero ¿es el espacio que nos queda una interpretación? Al menos la emoción, el sentido de longitud, es como el tiempo; una entidad percibida, independiente de la objetividad de los metros. Con ea emoción, leemos en el Puente nuevo de Fuentes, ese saco de hierros. Y charlando como si tal cosa, vamos acercándonos a la linda silueta de la Iglesia de Abarca (en cada pueblo, por pequeño y abandonado, su Iglesia; una marca del interesado poder de Dios). En esa esclusa terminamos. Luego nos vamos a Fuentes a celebrar los ochenta años de Félix, que está más que juvenil, y a comernos un cordero en Amayuelas. Es una de las recompensas merecidas del guerrero.



día 5. El Agua. 

 Desde Abarca en adelante no hay más que pueblo abandonado, Capillas. Después, veinte largos kilómetros, de nuevo marcados por la rigidez y el dolor, que, esta vez,a diez kilómetros de Medina, encuentra nuevas víctimas; justo debajo del escafoides derecho el dolor es incapacitante, y tengo que parar a vendarme, para salvar los últimos kilómetros. la vereda tiene una bella sombra. Y en la umbría, al levantarme, apenas me puedo mover. la repetición de un único movimiento te prepara para la supervivencia, pero te convierte en un Pinocchio. De nuevo hay que entrar en estado de meditación, imaginar historias inventadas para justificar la carrera, proyectar anclajes en el tiempo y en el espacio, volver a meditar. La cabeza sólo se libera en el último momento, cuando la suerte está echada y el espacio controlado, cuando uno sabe que está en Medina de Rioseco y que ha venido desde Alar del Rey. Cuando correo, cuento mi tiempo en años. Es lo que queda en el silencio de los textos escritos. Lo que no está, lo inefable, es lo verdadero. En estas aproximaciones he tenido que imaginar desde la memoria o entretenerme en imágenes, como recurso para mi incapacidad de contar lo que late detrás de cada pequeño paso hacia delante, que es donde está el sentido final de una cierta inmensidad hecha de ellos; no sólo espacial, sino metafórica, humana. Cuando el cuerpo se libera de lo corporal, corre de forma libre, como si no existiera el cansancio. Así pasan los dos últimos kilómetros, volando.
En Medina hacemos las maletas y nos vamos a Urueña, a conocer a una de las personas que con mayor claridad entienden el sentido del Arte. Alejado de galerías y de butacas académicas, Rafa de los navegantes nos devuelve el hálito del tiempo compartido, a través de su limpia y animosa conversación...

















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