miércoles, 8 de febrero de 2012

Baqueira. Un Tango triste.

Un Tango triste como el de Ánibal Troilo apela siempre a la pérdida, como la de aquella argentinita linda, Mariana, que apareció en segundo de primaria a fines de los setenta, cuando era raro encontrar gente de esa América en la península. ¿De dónde sós?, imaginé que le preguntaba. "De Buenos Aires", me hubiera respondido. Era del Palermo de antes, del verdadero. Llevaba ese pelo negro corto que gira a media voz cuando con frente al sol se entornan los ojos. Y llevaba también un silencio más orgulloso que triste. Su padre desapareció en el setenta y tres, seguramente en el mar. Yo tenía demasiados pocos años para entender aquello, y ella para contarlo. Así que ambos permanecimos en silencio durante los dos años que coincidimos en la primaria. Yo soñándola, ella soñando aquel Palermo de veras. Después se fue, como en todos los Tangos tristes...( "me torturé sin ti, y entonces te busqué por los caminos del recuerdo, y en el recodo más lejano te agitabas por volver..." ) De aquello hace ahora treinta años. En esta semana en esta Baqueira a la que no había vuelto desde hace mucho la recuerdo de nuevo. La montaña y el esquí tienen estas cosas. Una envuelve el silencio y la melancolía, se lleva lo más querido, como las arañas, sin hacer el más mínimo movimiento, esperando a sus víctimas. El otro te recuerda el baile, la disociación, la unión, el dibujo en la pista de baile, el extraño entendimiento que el abrazo permite. Cuando todo va bien, asemeja una Milonga. Mi cicerone Tato me ha descubierto esta semana los misterios de las palas de la Peúlla y de la nieve esponjosa que nos cubre hasta la cintura. Me ha obligado a desprenderme del miedo que nos atenaza en lo cotidiano enderezándome por otras palas ilustres de la Bonaigua  ("Y en el recodo más lejano me agitaba por volver..."), y a estar de pie por la umbría de Escornacabres. Me ha llevado también por el desgraciadamente inolvidable itinierario Marconi ("se desgarró la luz y enmudeció mi voz aquella noche sin palabras"). Han sido días de Tangos milongueros, de dibujar sobre la pendiente una trazada, de ser parte de la montaña, acople al caminar de su propuesta. Pero pertinaz el recuerdo, agudo el daño, la volví a ver ("Y fuiste tú la que alegró mi soledad, quien transformó en locura mi pasión y mi ternura, y en horror mis horas mansas"). La encontré en Palermo un amanecer y el amanecer nos encontró cada mañana junto al Fernet vacío. Vino a Madrid, y cuando la melancolía y el desamor la llenaron, como en el Tango de Anibal Troilo ("al ver que tu alma estaba ausente"), se hizo a un lado del camino ("te has hecho a un lado del camino") en una semana como esta de Cicerones y Escornacabres. Entonces yo era prudente (el amor le hace a uno prudente) y ella imprudente (el desamor le hace a uno imprudente). ¿Por qué querés bajar por ahí?, le debí haber preguntado. Había hecho calor el día anterior y aquel día hacía frío. Así se forma el hielo. "Espérame abajo", dijo, antes de dejarse caer por la entrada del Itinerario Marconi. Cuando volví, cuando volvimos, ya no estaba. En la ladera silecniosa sólo quedaba un tango triste.

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