jueves, 16 de agosto de 2012

VILLAVICIOSA - CASI GIJÓN



  Villaviciosa. Nos levantamos como peregrinos antiperegrinos (Pepe me pregunta desde casi Santiago que si aún sigo así, caminando todo el día) y nos vamos a desyunar a la cafetería Colón, que abre a las nueve y media. Ayer por la noche habíamos tapeado en la única zona peatonal de Villaviciosa una tablita de quesos gallegos, con rosado prieto picudo. Esos quesos son sorprendentes, aún a estas alturas. Antes habíamos pasado por el Café Colón, a probar crujientitos de chocolate y esa maravillita del plato de arriba; la Florentina. Lamentamos no poder venir aquí a dasayunar, porque abría tarde para un peregrino; las nueve y media. Pero siempre en el envés de lo práctico, el antiperegrino disfruta de estos manjares al amanecer, junto a una palmera mejor aún que las de Italnova, precisamente por su pereza matutina. Y así, ese sentimiento con el que uno convive, de ir siempre tarde, imaginando ya a todo el mundo (el grupo de italianos, americanos y españoles que también durmieron en el Gobernador) en Gijón, se acrecienta aún más cuando al pasar por un taller de reparación de zapatos, pedimos permiso para entrar a hacer fotos, permiso concedido, e historia, porque entonces nos enteramos de que es la tercera generación de reparadores de calzados, y, de dos cosas más: una, que no somos tan ricos para gastarnos 15 euros en zapatos que se rompen y que tenemos que cambiar con frecuencia, y de que siempre hay trabajo si uno es bueno y quiere trabajar. Así nos dicen padre e hijo, sonrientes, con la placidez del que trabaja sin prisa y cree en lo bueno y lo viejo y no en el cambio por el cambio.Una especie de filosofía sustancial de lo no efímero. Sale uno de allí de nuevo con la conciencia de que hay que salvar estos pequeños rincones para poder salvar el mundo, que como el Borges del Amanecer, si no se sueña un mundo así, podrían desvanecerse para siempre, atropellados por la "loca locomotora de la Historia" de la que hablaba Benjamin. 


Después tiramos ya de verdad camino arriba,  con la alegría de los caracoles; esas criaturas que como nosotros viajan con la casa arriba. Nos dirigimos rumbo a Gijón, soñando en llegar. Enseguida, un poco entretenidos con la llegada de Serge y de Mateo, un inglés de Cardiff y un italiano de sabe Dios dónde, perdemos el camino de la Costa y nos dirigimos hacia el Primitivo. Hay un buen hombre que nos saca del error y nos propone una ruta para enlazar, pegados a un arroyo y a un río. No sin dificultad enlazamos, aunque no tardaremos en perdernos de nuevo, cogiendo rumbo a Covadonga, con una polaca que también se pierde. Obcecados en el error, sacamos, como siempre, ventaja, porque al parar a un todo terreno para que nos explique, le pedimos que nos acerque de nuevo al punto. y aprovecha para subirnos todo el puerto, donde casi nos alcanzan los italianos que llevan los trolleys. Son una pareja, él trabaja inventándose modelos de carrito para viajar andando, a modo de pulka, con arnés y rueda. Llevan una farmacia a bordo, los tíos. Corremos un poco para que no nos vean bajar del coche, porque estas cosas no son de peregrinos. Nos alacanzan y nos superan en la bajada, esos artilugios vuelan. En la bajada, pasamos por Peón, para pedir agua a esta mujer,




en cuyo rostro parece estar escrita una vida, y para que Getse se moje las heridas (ha aprovechado un agujerito en el suelo para intentar sollar el asfalto con las rodillas) Llegamos abajo a un merendero, donde coincidimos todos; Mateo, Alice, los italianos, y Alberto y Laura, una pareja de médicos con la que compartimos el buen humor de hoy (sin contar lo del coche, claro) y un menú de impresión: puré de legumbres, patatas con costillas, y carne guisada, con tarta de platano, café y sidrina. 8 euros. Esto existe. Después tiramos camino arriba, con animo, hacia Gijón, pero nos quedamos en Deva, a cinco kilómetros, en el albergue, con todos; los italianos, Eric, un fotógrafo irlandés que está haciendo un reportaje que parece interesantísimo, sobre viajes andando, de largo recorrido. Viaja con una EOS 5D mark II y un trípode manfrotto firme, además de con baterías, grabadores de sonido, etc... Habla quedito y cerrado, como muchos irlandeses, y muchas veces duerme en la Playa, como un verdadero viajero. La tarde nos anochece en un bosque, después de un pinchito de guarrerías, y después de un poquito de lectura sobre el Arte egipcio, lo que impide pensar que la única locura posible es está del Camino de Santiago. Las cabañas son maravillosas, de a seis, y nos esperará una verdadera noche de descanso.


   

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