lunes, 27 de agosto de 2012

EL CAMINO INGLÉS



  Dicen, cuentan, que mucho antes de esto que llaman las "grandes peregrinaciones"; esas que empezaron verdaderamente en el 93, como una creación múltiple de un "muchos" que va dando ya sus frutos de la forma en la que les gustan las cosas a los cristianos; por cantidad. A la cristiandad, oficial, vaya esto por delante, le interesa el número de feligreses mucho más que la intensidad o la calidad de sus obras o de su fé, la doctrina más que la palabra, y, en este caso, más el número de peregrinos que las motivaciones de estos. Digo 93, porque es el primer jacobeo multitudinario, y porque cuando Jaime y yo pasamos por Foncebadón en el 90 allí no había ninguno de los cuatro albergues y restaurantes que hay hoy. No había nada ni nadie. Porque cuando Pla empezó a investigar sobre el Camino y preguntó a aquella señora de Dios si por allí pasaban muchos peregrinos, aquella mujer le dijo que sí, que el año anterior había pasado otro. Era el año 53. Lo digo de memoria y sin fé en mi mismo. Pues eso, mucho antes, poquito después de que Carlomagno iniciara el viaje a Santiago, este camino, el Camino inglés, era tomado por los isleños y los escandinavos y los navegantes para llegar a Santiago.  Hoy es un Camino casi abandonado, el patito feo de los Caminos. Apenas tiene albergues, pocos sitios donde hacer pausas y refrescarse, y mala prensa. En definitiva, pocos peregrinos. Sale de Ferrol o de Coruña, según el gusto. Para nosotros, la mañana la ocupó la búsqueda de una feria de empanadas en Catabois, que suponíamos gratuita. Era una cata de diferentes versiones de empanadas de manzana y bacalao. Y nos sirvió, junto con un mencía de la Ribera Sacra, de mucho más que comida. Estábamos perezosos, así que, como nos había dicho Julio, nos cogimos un barco para pasear por la ría de Ferrol, y así ver los Castillos y las playas, y San Miguel, y Mugardos. Hacía muchísimo calor, así que supusimos que el viento nos refrescaría, y una vez terminada la vuelta, ya se habría ido. Todo mentira. Salimos más allá de las seis, como nos gusta a nosotros. Pepito, ya sabes, caminar todo el día, hasta la última luz de la tarde. Rodeamos la ría, por sitios que apestaban al lodo cianágoso de la ría.


Pasamos por playas de ciudad, por puentes de ría, y por pequeños senderos cortos soñando con alejarnos de Ferrol mientras los ferrolenses parecían buscar tesoros bajo la arena.




Una pareja nos esperó para guiarnos, otra caminó con nosotros para enseñarnos el camino. Teníamos, hoy, un dolor de pies increíble. A punto de llegar paramos. Frente a una ría casi sin agua que apuraba una luz suave.


En el albergue, un sevillano de esos que hacen el camino como profesión, hablaba a voz en grito por teléfono en la habitación. Allí estaban nuestros italianos de la mañana, Marco y Roberta, caminantes piano piano. Estábamos de nuevo en el curso de esas flechas amarillas que aparecen por todas partes.


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