martes, 28 de agosto de 2012

EL GALLO DE LA MAÑANA

 Como Ulises en la cena de los feacios, empezaré a "media res". Harto ya de intentar actualizar los días anteriores, hoy escribiré sobre hoy, desde Minho, después de una etapa sin grandes misterios, sin grandes bellezas, sin grandes ocurrires. Pero eso es un decir, porque hoy el Gallo de la mañana llegó tarde a su cita con el día. Hoy salimos temprano, como no suele ocurrir, quizá porque la ría ya declinaba o volvía a casa, alta y harta de madrugada. Y esa luz que la alumbra y que hace al humo ser claro, quizá entró por la ventana antes que el ruido mañanero del peregrino. Y en el stress matutino de una mujer que corriendo va a las "Caminatas", donde la fé de los lunes la lleva a pie a la Iglesia para rezar rápidamente una oración antes del mercado y antes de irse con prisa a prepararlo todo, cabría todo lo que cabe antes del primer café del día, sin que aún hubiera cantado el gallo la mañana. Por no contar no hablaré de mis dolores en el tibial derecho, porque hablar es hacer vivir, dar cuerpo. Así que paso a paso, nunca mejor dicho, porque en cada paso caben todos los pasos, atravesaba yo la mañana sin extrañarme, quizá por desatención o imprudencia, de que aún no había cantado el gallo de la mañana. De los pequeños senderos me sorprendieron atosigantes los anises, como esa larga fila doble de aficionados en las subidas del Tourmalet, encima de nosotros, como héroes de toures que ya no encuentran dueños y si una larga fila de desposeídos en la que para mi alegría ya esta Lance Armstrong. Es el sino de Rilke; siempre la pérdida. Y en una de esa hileras, entre alguna de aquellas casas desperdigadas de aldeas nombradas como todo lo gallego; cada piedra con su nombre, cada monte, cada pico, cada agua, cada gota. De eso ya hablé hace tiempo, pero es que al Anima Mundi está en cada cosa y en cada nombre. Digo que entre aquellas casas escuché por fin al gallo de la mañana, tarde a su cita con el día. Pero es que, me digo, a veces cuando canta el gallo va tarde el día y no es el gallo. Así que subo y bajo las góndolas del perfil hasta que se me abre la Playa de la Magdalena. Y allí me sienta el pie a refrescarse en la arena, sentado a la sombra del chiringo de chiringos; en ese momento comprendo por fin que Borges dijera: un valle son todos los valles. Hablaba de la infinitud de este descanso, como el paraíso de los paraísos; hablaba del concepto y no del nombre, hablaba de la eternidad fragmentaria del ahora. Todo provocado por la llegada tardía del día al canto del gallo de la mañana. Metáfora de uno mismo en un día que no era ni gris ni día. La perfección del caminar en la cojera de los malditos. Pienso en Tiresias; ciego y visionario. Así "escalamos" Puentedeume, con la pena de abandonarlo. Y perdidos entre pinares llegamos a Minho, aún confundidos por el tiempo, aún extrañados de que aquel gallo o este día llegaran tarde, aún sin saber si fue la cojera o el espacio alargado o el tiempo comprimido, el que marchita algunos días, sin que por ellos pase nada, sin que apenas el alba coincida con ese canto maravilloso del gallo, que sólo cuando falta es, y siendo falta.

1 comentario:

  1. Pablito, no me ha quedado mas remedio que avalanzarme sobre Borges y releer el poema "Instantes"... asi que.. que os vaya bien, yo me las piro a tomar unas birras. Abrazos

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