lunes, 22 de agosto de 2011

NAVARRETE-AZOFRA

  Suena la quinta de Mahler en mis oídos abandonando Navarrete, y, subido en ese gran segundo movimiento en el que Vane me invita a la humanidad misma, abandono Navarrete como en un gran barco, ajeno a la fealdad del entorno, acompañado por las cuerdas y por los metales de esa maravillosa orquesta guiadas por el Leo Bernstein. Después, son las infinitas viñas las que acompañan el paso hasta Nájera, recordando sutilmente que este espacio en derredor se llama La Rioja. Viñas y viñas y viñas, como una maravilloso ejército de futuros elixires. El encuentro con un francés que lleva ya un mes de ruta desde la mitad de Francia, que llegará a Santiago, y que ni siquiera va durmiendo en albergues, sino que lleva su lona y su techo, modeliza de nuevo la verdadera diversidad y, a buen seguro, en su caso, por su expresión, la alegría de caminar.
 Después, Nájera. Un río, una sombra. Un Locus Amoenus en el que dejarse mecer por el sueño, pero también por el agua, por la sombra, por el almuerzo, y donde poder cuidar de sí mismo como de los reyes, con masajes, estiramientos, y pasos por la hierba. Después, reanudar el paso, pero como la noche anterior frente al frontal de la Iglesia de Navarrete, hacer imaginación del estilo, imaginar retablos, y poner fechas. En esta maravillosa Iglesia de Sta María el mismo rito, pero además aquí el plateresco de los arcos del claustro es un deleite; con sus personajes de los bosques, sus caricaturas, sus serpientes semianfibias, sus antorchas que iluminan las oscuridades nuestras, sus caballos que nos permiten cabalgar a otros mundos, sus querubines fingiendo, y así un largo etcétera de miles de historias que van de arco a arco. Después, la cueva de Sta María, la leyenda del rey que la encuentra junto a una campana y azucenas y decide erigir una capilla en el siglo XI. Tengo que aprender de azucenas, me digo. Y de campanas, me contesto yo mismo. Y el sarcófago de una reina esculpida casi carne, capaz de arrancar una emoción, y unas lágrimas, a aquellos ojos capaces de ver donde reside el secreto de lo bello. Y así, a destiempo como en la entrada anterior, un camino acompañado por entre las luces naranjas de última hora de la tarde, entre viñas anaranjadas, espigas que terminan en lindas casitas de duendes, calabazas de ochenta kilos que los azofreños nos regalan "si las llevamos hasta Santiago" y un horizonte recortado en negro sobre naranja; Azofra, ya a última hora, con un albergue aún con plazas, como queriéndose reir de la prisa, en cuyo patio saludo con efusividad a cada uno de los miembros de la gran familia santiaguera; los chipriotas, los holandeses de Los Arcos y del encuentro múltiple, la pareja de alemanes de hace dos días desayunando junto a una linda capilla románica, la rubia y dulce alemana de pies destrozados que se mojaba los pies en la casa de Austria, la enorme teutona de pasos lentos, la familia de Logroño... Llegar es reencontrarse. Un destino es un reencuetro.Mañana quizá los pasos nos encuentren con las primeras luces del día. Más allá, Santiago.

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