Es este uno de los tramos más bellos del Camino. Apenas unos kilómetros después de abandonar Hontanas con el fresco de la mañana, parece el Hospital de San Antón; una auténtica maravilla del gótico, en la que las luces hacen de las ruinas su reino. Poco después, Castrojeriz no es sino la estampa de un feudalismo casi estético. Su pequeña iglesia gótica es deliciosa.
En ella se esconde una talla extraña, madre con niño y con abuela. Y otras como esta, sorprendente. Desde los alto, la pista entre las grandes masas de secano, dominadas sobre todo por los cernícalos, es una estampa bella que parece conducirnos al horizonte. Bajo haciendo el cabra entre los arbustos. Y en Ítero, me doy cuenta de que he perdido el polar. Intento que me presten una bici, pero Juan Ramón Mendaka me lleva en coche, casi hasta Castrojeriz. Allí, en medio del campo, está el polar. Es linda la mano amiga cuando es generosa. Por orgullo, me devuelve al punto inicial. Desde allí, salgo coriendo - andando en busca de dos de mis compañeros de viaje. En los lindísimos horizontes y sobre las piedras, imagino sus siluetas y hago saltar mis pasos. A punto de caer la noche, de nuevo como Filipides, llego a Boadilla del Camino, con tres minutos de retraso. Allí, donde se da uno de los más lamentables personajes que da el Camino, un tal Serafín, que regenta el primer albergue del pueblo, al que ningún peregrino acude, establecemos el campamento. Por lo que oímos contar a la gente del pueblo se mueve entre la locura y la estupidez. Un pequeño mito en Boadilla. Después, la cena, riquísima, y los secretos de un albergue municipal misterioso, antiguas escuelas, que parece esconder en las esquinas de sus paredes misterios íntimos.
domingo, 28 de agosto de 2011
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