miércoles, 17 de agosto de 2011
FILIPIDES EN PUENTE LA REINA (Zubiri - Puente la Reina)
Contaban que cuando los atenienses vencieron a Sparta en Marathon, Filipides arrancó hacia Atenas. Lo hizo muy de mañana, porque desde el maravilloso Puente de Zubiri hasta Puente la Reina habia cincuenta kilómetros, si se pasaba por la basilica de Villava o y si se rodeaba Pamplona por el río, para entrar de largo por la Puerta de la muralla tras atravesar la Magdalena. Cuentan que madrugó como nunca antes, que no hizo ni un pequeño ruido para no despertar a los soldados de su camarote, y que salió por los caminos de la noche, mezclándose con la brisa de los pájaros de la mañana, con el silencio del transcurrir del río junto al camino por un entorno que su fé militar le hizo confundir con la Amazonia, y que, una vez escuchado en el puente de Larrasoaña el gallo de la mañana, una vez que el dia empezaba a querer despertarse, soñó con que llegaría a Atenas. Los bosques de Arre, las vistas desde el acantilado y las propias cantinelas le acompañaron como si de una alegría corporal se tratara, hasta que el inmenso sol de la media tarde lo detuvo en Pamplona como si de un vendaval se tratara. Pero cuentan también que sus pies marchitos y la inmensa ilusión del jardín de olivos que imaginaba en su destino se consumieron como si de uno se tratara, una vez alimentado el cuerpo de carnes y aguas, y apaciguadas las negativas del paso a seguir el paso. Cuentan que ni el viento embravecido en las alturas del Perdón, ni las piedras ni los remolinos de arena bajando hacia ese Puente mágico, el de la Reina, pudieron con su paso que ya marchitaba. Ni siquiera pudo con él la soledad con la que el sol deja al caminante sobrepasado levemente el mediodía, al que sólo resiste vagamente el saltamontes. Y dicen que la palabra amiga de Ibi lo codujo en volandas hacia el Puente, y que allí se encontró con el Jardín soñado, donde entregó una concha en señal de mano, y su esfuerzo y sus kilómetros a sus secretos. Y dicen, que, aunque en la leyenda original, Filipides entregó la palabra y abandonó el mundo, la realidad fue diferente. Que esta vez, en Puente la Reina, sobre un colchón en el suelo, se abandonó a un sueño que más parecía el abrazo del mundo.
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