sábado, 27 de agosto de 2011
CATEDRAL DE BURGOS-HONTANAS
Muy de mañana, la Catedral de Burgos me da una lección de Arte. La Catedral es lo máximo de este gótico nuestro, pero es mucho más que eso, representa la definición de lo que buscamos en Arte. A estas alturas, estamos más que entrenados en los elementos constructivos de nuestros estilos arquitectónicos, en descubrir en las construcciones la superposición de los tiempos, los orígenes, las adicciones. Incluso conseguimos situar dichas criaturas en el tiempo de los hombres. ¿Pero algo más? ¿Entendemos acaso la emoción que sintió Welles al colocar ese magnífico plano fijo de "Fake" frente a Chartres, mientras se despedía del mundo? Creo que sí. Aventurarme a esto es casi un ejercicio de impudor, pero lo acepto. Lo sentí en esta Catedral, la de Burgos, al sentirme perdido entre sus naves, al intentar explicar racionalmente lo que estaba percibiendo. Mi imposibilidad me produjo la emoción. La Catedral esconde sus secretos constructivos, te engaña, juega con tus sentidos. Es, en definitiva, mucho más rápida que tu razón. La emoción que te provoca es más grande que la explicación que a duras penas intento ensayar. Soy vencido, abducido. Y me dejo ir. Eso es el Arte. Luego el cimborrio sobre el crucero y sobre un Cid que es altar propio, luego la cúpula sobre la capillas de Condestables. La última puntilla, no queda más remedio que arrodillarse y pensar seriamente si es la belleza capaz de hacernos llorar. Me pasó en Sta Sofía en Estámbul, y con la Misa en Sí de Bach. Desde entonces en contadas ocasiones. Ayer me volvió a pasar. Por la tarde, atravesando la llanura, tuve la suerte de que la naturaleza me envolviera de nuevo, como pocas veces. La luz de última hora de la tarde comenzó el juego con la mies y la paja restante de la última siega. Quedaba el color, la luz, la sombra, la magia. Durante unos instantes supe que pasaba algo. Intenté percibirlo, sabiendo que la batalla estab más bien perdida. Me dejé llevar por la emoción como con aquellas luces y aquellas sombras de la Tundra y la taiga lapona, como con los hielos relucientes de Groenlandia, como con los reflejos del Malecón de L. Este mundo de secano y horizontes no desmerece para nada aquellos paisajes. Es ya parte de la historia propia. Y cuando el último sol apura su caida, escondido bajo la línea del horizonte, aparece Hontanas, escondida en la trémula luz del contraluz, como un inmenso regalo a un día que representa de alguna forma el abrazo de los abrazos.
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