domingo, 11 de septiembre de 2011

SANTIAGO - NEGREIRA


 Hoy me acordé de Cela. Son cosas que uno tiene que admitirse a sí mismo. Esos deslices. Pedro de Mezouzo(?), que dirigía el cotarro religioso de esta zona en el siglo XIV, y del que se piensa que fue el autor del texto del Salve regina (según nos dijo ayer el cura de la Catedral, en la Vigilia), tenía algo en común con Camilo: ambos vivieron en Iria Flavia. Pero, aunque quizá en eso me traicionó la memoria, durante todo el día de hoy recordé el principio de una novela que para mi fue enorme hasta que la intenté leer por segunda vez: "Mazurca para dos muertos". Aquel comienzo, aquella borrada línea del horizonte del orbaio continuo, es lo que nos dejó hoy esta verdadera Galicia. Y bajo ese Orbaio continuo fui saliendo de Santiago, con visiones de la Catedral entre el hinojo que lo cubre todo, y el roble, y ese eucalipto que no nos muestra más que la estupidez y la prisa humana por dejar la tierra yerma. El espíritu original del Camino volvió, y pude entrevistar a tres americanos, a dos checas, y a un italiano. Creo que en un rato podré entrevistar a una pianista alemana de Hamburgo. Hay también una sudafricana a la que posiblemente engañe. En todo caso, no estoy seguro de que el tema dé para más. En busca del secreto de la comunión de la que hablaba en la entrada anterior, quedan más dudas que certezas. Veremos. Al final, saliendo tarde de Obradoiro despidiéndome de los que llegaban; Paolo, Steffano, Manuel Pena, la chica de Albacete...me sentí de nuevo como si paseara tranquilamente, como el Rousseau de "Les revèries...", despreocupado definitivamente de los grandes asuntos ilustrados, para caminar tranquilamente hacia el mar. Me pregunto si no será esa la verdadera luz; el caminar tranquilamente. Me pregunto si no será ese el mejor y más auténtico libro de Rousseau...

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