El último día de Santiago fue un regalo. Como un extraño y maravilloso goteo, después de recoger a Andrea por la puerta de Platerías, esa que llamaban en verdad la Puerta del Perdón, la de la cara Sur, porque los peregrinos verdaderos, esos que venían por la parte Norte, sobre todo por el Camino francés, solían entrar por la llamada Puerta del Paraíso, metáfora del encuentro con la Catedral y con el Apóstol. Pero el Paraíso es duro, y sólo los que habían tenido una vida, vamos a llamar "elegante", salían por la otra, ya perdonados. De ahí su nombre; Puerta del Perdón, que da a la Quintanilla dos Mortos, curiosamente, aunque esa ya es otra historia. Recogí a Andrea y volvimos a la Plaza, donde llegaban muchos de los de "mi tramo". Llegó el segundo Martin, y allí estaba la linda y rubia, sonriente y enrojecida Lara, feliz, victoriosa. La alcé en hombros. Es la más linda sonrisa del Camino. Después llegó Ninette, por fin y quizá para siempre con Erich. Después fuimos a comer al sitio de las croquetas. Y allí, lo increíble: David y Paula, mis pacientes, los padres de David de Prado, como si nos esperaran!! Se tomaron un Godello con nosotros, nos hablaron del Camino con sabiduría, y nos dejaron comiendo. Después, subimos a las cubiertas de la Catedral, comprendiéndola por fin; a ella, y a la ciudad. Una ciudad construida en torno a una reliquia, enriquecida por una peregrinación. Crecida desde la piedra. Y luego, las mitologías, las metáforas, las alegorías, la evolución de un estilo, a medias entre románico y gótico; único, maravillosamente verdadero. Y luego ese altar barroco, ¿cómo se llama, badoquino? sujeto por esos ángeles gigantes... Después el abrazo al apóstol y después la última entrevista, a una Lara radiante, con un fondo insuperable; la Catedral, toda la plaza. Un fin perfecto con alguien significativo. Después vino "la última cena", con Andrea. Un aperitivo de pan de gamba con crema de manzana y micuit de paté de rape, un sashimi de jurel con huevas de trucha, caballa y sardinha, un choco con crema de perejil y papa arrugá con mojo picón con polvo de tinta, unos berberechos con verdinha y bacalao, una sardinha de San Juan, un bonito con nueces de macadamia y frambuesas, un carpaccio de vaca vieja con risotto de la tierra, y dos postres; un jardín de frutas y una tarta de queso invertida. Os dejo las fotos para que veais lo que se merece un peregrino, después de más de novecientos kilómetros. Preferible al perdón eterno. Al día siguiente desayuné Tarta de Santiago. Me despedí de Obradoiro, de Lara y de Andrea, y me cogí un tren que sin pena ni gloria me trajo a Madrid.
Aquí me esperaba Patricia para ofrecerme el último gran regalo, para mostrarme que en cada paso , estés donde estés, es posible convertirlo todo en belleza. Con esa capacidad con la que convierte la cotidianeidad en Arte, dijo: "Este viaje no puede acabar de otra manera. Vamos andando a tu casa". Así llegué a casa. A pie.
domingo, 18 de septiembre de 2011
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