Y así, tal como lo pintaba, continuó el día. En Melide obvié casa Ezequiel y compré pilas para el frontal, con muy buen criterio... Después me dejé caer, subiendo, por un bosque de Robles, una maravilla, mientras un sol frontal caía picando al cielo. Antes de Arzúa un Locus Amoenus, con río y todo, me llamó, de lejos. Hice caso omiso a la llamada, mi objetivo estaba en acercarme lo más posible a Santiago. Pasé Arzúa y entonces pregunté por el siguiente albergue. Hice bien, porque aunque no llevo guías y no soy como los alemanes, que lo llevan todo planificado, hay cosas que es mejor saber. Eran las 19:15. El siguiente es Sta Irene, está 16 kilómetros. Casi se me cae el alma. pero, investigando, conseguí uno a 11. En Salceda. Atravesé otro bosque hasta que los pìes dijeron basta. Entonces, en medio del bosque, en una casita, pedí queso de Arzúa y vino de Mencía, y la tomé con cuatro gallegos a los que no entendía ni una palabra. El regalo de ir a destiempo. Jamás en tiempos y en horas de peregrinos es posible algo así. había un hombre que no sabía que edad tenía su mujer cuando murió. La camarera, joven, se reía, pero lo hacía con una linda compasión. Dijeron que todo se pasaría en madrid cuando gobernara Rajoy. Después me explicaron que era en broma, y acabaron explicandome que allí todo era PP, pero que, por suerte, en este momento, no había ni un pepista. Después volví a salir. Casi no había luz. Me puse el frontal, y soñé con Salceda. Cuando llegué, con los pies doloridos después de sabe Dios que cantidad inmensa de kilómetros, sucedió el milagro: el albergue estaba vacío: ¡¡era todo para mí!! Me dijo el regente que era la primera vez que pasaba, que habían fallado ¡¡13 reservas!!. Había doce camas para mi, a elegir. Me duché en el baño de las mujeres, claro, y me pedí un Gin tonic para celebrarlo. Ahora he venido a escribirlo y en un minuto cuidaré de mis pies. Santiago está conmigo. Dios mediante, mañana yo estaré con él.
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