martes, 13 de septiembre de 2011
ALVEIROA-FINISTERRE
Estoy en el fin del mundo. En mi última entrevista descubrí algo. Era un gallego de pura cepa. ¿Hay algo mágico en Finisterre?, le pregunté. "Nada de mágico, lo único que ha habido en Finisterre ha sido hambre. Es todo un cuento". Y es cierto, es un cuento, un cuento como la Odisea, como la Utopía de Moro, como los Viajes de Gulliver, como El espacio del Señor de los Anillos, como el de Alicia al otro lado del espejo. Un espacio mítico es también Finisterre; y una maravilla necesaria poder vivir en él. La llegada a Finisterre es mucho mejor que una alfombra roja; es una inmensa playa por la que los ya castigados pies parecen caminar sobre algodones. Terreno blando, terreno fresco. Todo como preparado para la catársis final, que esta vez si sucede: este es definitvamente mi Dios, un Dios pagano, que retumba silencioso, infinito, que es a la vez cuna y madre, potencia de vida y cobijo para una infinita cantidad de criaturas de agua. Sin trucos ni venganzas. Una inmensa potencia creativa, un gardián del silencio. Como el sol, es el mar nuestro Dios, como los campos de Castilla, como el bosque, como el verde, como la lluvia, el mar es nuestro Dios. Si algo te da el caminar es el contacto con el ritmo del día, con un amanecer y un atardecer verdadero.Los únicos que han tenido ese contacto han sido los esclavos del campo. Mi abuelo trabajaba de sol a sol, seguro vió amaneceres y los naranjas del atardecer, pero debió sufrirlos más que contemplarlos. El paraíso de los desheredados. La belleza de este lugar es de ensueño. Si te quedan fuerzas, puedes entrar en el faro por la parte de atrás, después de atravesar el monte, subir hasta el puerto, y bajar por la otra cara, mientras va bajando el sol. Después, una inmensa y casi insoportable subida te pone de cara al faro, y ya sólo tienes que dejarte caer. Allí, el sol desaparece. Y con él, el viaje llega al final, Mañana andaré hacia Muxía para hacer un conjuro secreto. Pero el fin de la tierra ya está aquí, y el homenaje tras más de novecientos kilómetros ha sido inolvidable: Zamburiñas, almejas, lubina, y tarta de queso. Y Ribeyro del bueno para acompañar. Menos el queso, todo salido de este mar que lo es todo, y más allá del que no hay nada...
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