Acabo de correr
una de las mejores carreras del mundo. La popular San Antón de Jaén. Me
pregunto qué debe tener una carrera para ser “sentida”, “vivida”, como una de
las mejores carreras del mundo. Es
difícil describirlo porque es difícil comprenderlo, y es difícil comprenderlo
porque como todas las grandes cosas de este mundo, esta se ha hecho muy
lentamente. La carrera se corrió por primera vez en el 84 y en estos 31 años
los corredores han dibujado un circuito por el interior de la ciudad y los
jieenenses han visto a sus vecinos y a sus amigos en forma volar cuesta arriba
hacia el Escudero, o sufrir los excesos o las desventajas genéticas de sus
otros vecinos en pos del mismo punto. Andalucía aglutina las ventajas y las
desventajas del Gatopardo; un pasado glorioso, la generación de una
degeneración de aquello en vacuolas de poderes individualizados, y un clima con
muchos trucos. Un sitio para vivir y un sitio donde trabajar dignamente es hoy
el privilegio de muy pocos. San Antón no representa la fiesta del olvido, sino
una fiesta a la que parecen pertenecer todos esos mundos; una fiesta popular,
en el que los logros dependen del esfuerzo propio y no del favor ajeno, y una
fiesta al esfuerzo que posiblemente pertenezca, muy al contrario de lo que
parece, a la idiosincracia andaluza. Pero además es una fiesta “propia”; como
si los Dioses les permitieran por un instante, en esta fecha carnavalesca, poseer
algo de forma verdadera. La festividad de San Antón en Jaén se remonta a los
años de la reconquista, y son conocidos sus lumbres y sus melenchones, además
del “hasta San Antón pascuas son”, que es como predicar una pascua atea, fuegos
demoniacos, y vilancicos laicos. Hay algo en lo primero, en la fiesta popular,
en lo que esta carrera se acerca al movimiento de la San Silvestre Vallecana, y
hay algo en lo segundo, en lo histórico, en lo que Jaén se remonta a los ritos
más profundamente paganos para enlazar con las vibraciones de la tierra. Nunca
podremos saber exactamente cuáles son las razones verdaderas que llevan a que
cuando uno llega al Escudero, atraviesa la Catedral, baja por el empedrado que
lleva de nuevo hacia el gran Eje, o afronta esa última recta como en esas
imágenes de los Pirineos del Tour, en fila de a uno y arropado por varias filas
de gente que estrechan el paso, rodeado en todos los pasos por las antorchas, a
pesar del frío de las manos al sostenerlas, uno sienta que está corriendo una
de las mejores carreras del mundo, con esa sensación que sólo las grandes
carreras (y en eso es ejemplar el maratón de Nueva York y quizá ninguna otra
maratón o media maratón europea) poseen; que son héroes desde el primero al
último. Un ejemplo de verdadera democratización del sentimiento.
De mi
experiencia como corredor, hay otras dos carreras que formarían la triada
perfecta. La San Silvestre Vallecana, cuya historia, a pesar de haber sido
desgraciadamente comercializada, surge de un sentimiento más analizable que el
de San Antón. Es una fiesta a imagen de la de Sao Paulo que surge en el año 64
en plena depresión de un barrio que la dictadura había convertido en un foco de
absoluta exclusión, y que es hoy el orgullo de los que vieron pasar en los
primeros años a Mariano Haro victorioso, a Carlos Lopes, al mismo Jose Luis
González que inauguró la San Antón, y a la mejor generación de fondistas
españoles antes del abuso africano. Pero sobre todo, a cientos de miles de
vallecanos y madrileños soñando cada 31 de Diciembre un año mejor.
La otra es la
Behobia San Sebastián. En ella,
aunque para mi gusto de un recorrido menos atractivo, se junta que la carrera
llega ya casi al siglo, con un tradición por las carreras pedestres y
competiciones tradicionales que les hace ser únicos en el mundo, con,
posiblemente, un sentimiento muy fuerte de reivindicación de lo propio: correr
es un ejercicio de libertad, y la libertad, en todas sus vertientes, está en la
historia vasca, especialmente guipuzcoana, con la necesidad de ser uno mismo,
en lo social, en lo político, y en lo individual. Desde el año 79 la Behobia ha
sido la memoria de un pueblo, y cuando uno entra en Donosti y enfila frente a
la Kursaal hacia la meta, está viviendo sus mejores momentos como deportista,
vaya en el puesto que vaya, y vaya lo roto que vaya.
Hoy, las
carreras populares se han convertido en un mercado (San Antón es la excepción:
gratis en 30 ediciones, 3 euros para esta edición, y sin feria) y en eventos
masivos en los que se producen reivindicaciones individuales que la masa diluye
y domestica. Pero detrás de todo eso, en algunas carreras como estas tres que
menciono aquí, late una fuerza misteriosa que ensalza una de las actividades
que considero más esencialmente humanas: correr. El movimiento, el esfuerzo, el
destino, la búsqueda, la investigación de los límites y la sensación de
libertad y presente que produce el correr no son emociones ingenuas a pesar de
que una sociedad mercantil las haya intentado convertir en una actividad numerizable.
Son parte esencial de la persona, parte esencial del ciudadano. ¡Viva San
Antón!
qué bueno Pablo!! el año que viene me apunto a conocer la 3ª gran clasica!!
ResponderEliminarun abrazo