La naturaleza nos enseña con frecuencia el tiempo de las
cosas. A pesar de esa idea borgeana de “un valle son todos los valles”,
necesitamos el recuerdo de lo natural para entender "de nuevo" el devenir del mundo, e,
incluso, para apaciguarnos en cuanto a nuestra tarea artística. El Flysch es
una formación geológica formada por sedimentación y reposo, a partes iguales;
en este caso partes que duran miles de años. Una vez formado, en el fondo del
mar, la sacudida de la placa que da lugar a los Pirineos la expone al
exterior, la vuelca, la deja al descubierto convirtiéndola en acantilado. La
belleza queda expuesta. Así trabaja el escultor. Luego, recupera la imagen de
nuestra memoria ancestral; el oso en el hielo, imtándola con el perro blanco
sobre la piedra.
Como Tapies, contrasta los materiales. Ese es el escenario.
Fuera, la humedad es indescriptible. Uno no suda, destila. El calor, límite. Y
el paisaje tiene esa bondad de lo inalcanzable; exime a los perezosos. Los
desniveles son altísimos, las bajadas tramposas y resbaladizas, los bosques
demasiado húmedos en la piedra. Pero afuera, en ese paisaje que lo apacigua
todo, está el público guipuzcoano; ese público que entiende el deporte como sólo
él lo entiende. Un deporte en el que todo el que lo intenta, con la única
medida de sus fuerzas y con la única medida de sus objetivos personales, es
aclamado como un héroe. En la salida resuena el público hasta el escalofrío. En
el kilómetro 30, alcanzando la Ermita de Zumaia, cuando las piernas están ya
vacías, vuelve el escalofrío con el bramido del público, verdadero vencedor de
este Trail, organizado como los ángeles, duro y divertido y bello. Y mágico. En
cuanto a mi, la prudencia. Este Trail está, con mucho, por encima de mis
posibilidades. Por distancia, por dureza, y por técnica. Hasta el kilómetro 23
corrí con total prudencia para conservar fuerzas y estructura. Fuerzas por la distancia, el calor, la humedad, y la dureza de las subidas. Estructura por las bajadas, estrechas, y, como ya dije, resbaladizas y tramposas. Después, pude
correr. La meta fue un alivio y una llamada. Después, metí las zapatillas en
una caja de sidra y me fui al Txindurri Iturri a beber de la barrica esa sidra
que sale de la manzana que crece acariciando al Flysch…
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