DÍA 1. EL TRIUNVIRATO.
Hay algo de Epifanía en la emoción que llega con el paso de lo humano. Si uno se detiene a fingir que observa el mundo, no podrá jamás captar su ritmo. “No imagines que podrás ver crecer el árbol, abrirse a la flor, o al zorro salir de la madriguera. Es difícil que te sorprenda la noche o llegues a poder ver amaneceres. Porque para todo eso, tendrás que detenerte. Quedarte. Y allí, ante ti, puesto en cuerda con el ritmo de los días, se te abrirán las puertas de los secretos invisibles. Los secretos del verde y del crecer. El ciclo de los días y de las noches, de los apareceres y desapareceres. Y sólo entonces, cuando ya no esperes otra de esas cosas absurdas en las que te has dejado mucho más de media vida, toda la belleza del mundo borrará sus líneas. Y, por fin libre, te mezclarás con la tierra de esos senderos, con los verdes de estos valles. Serás senda, prado, bosque (ser senda, ser prado, ser bosque, ser nado en el guijarro del arroyo). Y abierto el cielo como en los poemas de Zurita, no te quedará más remedio que elevar tus brazos; dejar a tu azul irse con el azul”. De ti sólo quedará un recuerdo, te verás sorprendido de una emoción serena y te vendrá a la cabeza el sueño de los hombres del triunvirato. Eso que se dio en llamar Locus Amoenus. Hecho carne en ese Lugar llamado Ribagorza, en el collado de Cullivert, en el Alto de Biadós, en el Valle de Saúnc, el Congosto de Ventamillo, el valle de Benasque…
DÍA 2. EL RIESGO.
Rodeado por el tesoro del último collado (el collado de Marradeta). Monika me habla del concepto de “flow” de Mihaly Csikszentmihalyi, ese estado mental de total presencia. ¿Por qué, nos preguntamos, nos atrapa (nos envuelve en el “flow”) la acción (a veces riesgosa) de determinadas actividades? . Me lo pregunto bajando la trialera del bosque, antes de dejarnos caer por el verde de la ladera, entre piedras escondidas, golpes de escalón y una pendiente de mil demonios. Y lo hago con el antebrazo maltrecho por la bajada conjunta de la resbaladiza bajada del triunvirato (Miguel, Jorge y Pablo) del día anterior. Y entonces el río; el cortado, las piedras escondidas, el bosque estrechando el mundo. Y ese inmenso pedregal como un regalo para sacar las mejores habilidades de uno, para entrar en la única opción posible: “el flow”, flow que a veces se confunde con Dios cuando centésimas después de lo que pudo ser el final uno sigue sobre la bici. Se me vienen a la cabeza constantemente frases como aquella que me vino en ala trialera de Occitania en la que le iba removiendo las piedras a Jorge a una velocidad de otros mil demonios: ¿haría esto si tuviera hijos? Pero hay otras, como una de Galeano que dice: “no puede mirar a una mujer sin calcular el riesgo”. Pero ¿se puede calcular el riesgo? Rebotando entre las piedras con una bici rígida, más me parece que exista una mano amiga; un Dios que conduce las cosas por un destino milagroso. Mi cerebro queda en blanco; no oigo, no veo (apenas trazadas; líneas de paso)- No siento el balanceo del terreno. No concibo el desequilibrio- Soy presencia. Estoy presente como pocas veces. ¡¡Eso es el flow!! Y me compensa hasta el punto de no poder calcular el riesgo, de no saber aceptar sumandos. Sólo concentración, disfrute. Grito. Presencia. Sano y salvo, satisfecho hasta la entraña en el sol de la tarde, como un lagarto, recuerdo cada uno de los valles, de las sendas, de los bosques, y de los cielos. Y todo me parece tan cotidiano que me asusto.
DIA 3. BETULA ALBA. EL ABEDUL.
Dicen que el Abedul tiene una sustancia llamada betulina que es muy inflamable, así que es muy probable que en aquellas reuniones alrededor del fuego en las que se jugaba la conjunción de la tribu, hubiera corteza de Abedul. Claro, no en todas, porque es un árbol muy especial que crece sólo en sitios muy especiales. Hay mucho abedul en esta Ribagorza. Escondido entre el Boj, con el que Monika sueña para hacer flautas (una vez quitado el centro, repite), y el roble, aparece ese tronco blanco. Me lo señala Pepe por uno y otro lado, con la respiración entrecortada de coger altura, en nuestras paradas de prados y brazos en alto. La apertura; el valle. Y es entonces, como sucede siempre con un pequeño empujón, cuando la imaginación se dispara. Alrededor de esa corteza esta la base de la vida; el fuego. Y en torno a ese Prometeo está lo más humano; el ritmo. Porque en torno al fuego nace la música ( Y, de pronto, hay un gesto/ de paloma en el aire: / sus hombros se estremecen / bajo un manto de música ), desde el ritual. Somos música y venimos de ella, o devenimos en ella. Pero de nuevo el medio es el paso, nuestro paso, firme y rodeado de los árboles del Paraíso, porque dicen, cuentan, que el Abedul estaba justo en la entrada del Edén, lo que entronca a aquel jardín con este jardín nuestro de Pirineos, de Ribagorza. Pero como en este San Juan que a punto está de dejarnos marchar y de llegar de nuevo, irse y aparecer, así el Abedul, según los celtas, era el símbolo de lo nuevo, de lo que vuelve a nacer. Como el Abedul del paraíso, que era en parte Juventud y maternidad. Ese Abedul que parece decirnos: “pasa, pasa, sólo estamos nosotros, Adán y Eva, dispuestos a una orgía de manzanas” Y es de nuevo la imaginación la que me lo dice: esa manzana que representa la inquietud por conocer me dice que el conocimiento es otra cosa; un tocar, un oler, un sentir; una forma de respirar, una forma de llevar al tiempo de manera que no sea él el que nos lleve. Y mientras, Pepe sigue hablando del Abedul, como si nada pasara. Rumiado por los cantos de los pájaros y por una brisa pirineaica, lleva al tiempo en el Camel, sin que pueda estorbarle mucho. Y mimetizándome con él me hago senda, me hago camino.
DÍA 4. LA LLUVIA
La lluvia es como el deseo. Es agua y es por tanto germen, es agua y es por tanto vida, es agua y es por tanto purificación. Acalla la sed y por tanto hace desaparecer la muerte, sosiega el calor y es por tanto capaz de detener el fuego, la herida, limpia la suciedad y nos devuelve por tanto al comienzo. Y sin embargo, es amenaza. La lluvia como amenaza es la otra verdad, el parásito, la toxicidad, el frío. De tanta pureza surgen enmohecidos gérmenes, como ángeles caídos, belcebúes de un dios de otro tiempo. El envés de la moneda de oro. El doble filo de un cuchillo que amenaza al contrario y mata a uno mismo. Un Martín Fierro. Un Borges. Un Lorca. Envueltos en el único Zoroastro posible, el de los contrarios. Pero es que no hay luz ni sombra, no hay noche y día, no hay infierno y paraíso, sino que ambos todos coinciden en un mismo punto. La felicidad es semilla de su propia desaparición. La infelicidad alberga la mayor cantidad de esperanza. La noche del Tao es infinita y clara. Potencia. Todas las cosas nos enamoran y nos amenazan. Somos agua y tememos a la lluvia, levantamos chubasqueros para defendernos de un agua que en el mismo grado adoramos y tememos. Y cuando al final el sol nos quema, agotándonos por una escala de Jakob que nos lleva demasiado directos al cielo de Cerler, desde Ampriu, y nos hacer descender por una ladera imposible, échamos de menos el mismo agua que muy de mañana temíamos.
DÍA 5. LA CRÓNICA.
Me ha dicho Raquel que tenga cuidado con lo que escribo. Sonrío, y como siempre me pasa en estos casos, me acuerdo de un rey asirio terrible, un hombre malo, pero gran estadista, gran mandatario: Sargón II. Puede que él fuera el primero en comprender que la historia la escriben los vencedores, o lo que es lo mismo, que vencedor es el que escribe la historia. Ninguno de los grandes historiadores griegos y ninguno de los grandes emperadores romanos (sobre todo Augusto, claro) se olvidó de esta idea. En el mundo de hoy, la prensa “libre” usa el mismo principio, y lo que pasó en la plaza de Cataluña pasará a la historia como lo que contaron los medios. La palabra es en realidad el poder. Salvando las distancias, esta crónica deja a mi grupo a merced de la pluma, del mismo modo que hace ya más de un año, Quique quedó a mi merced sometido a un accidente brutal, y a una actuación médica imprudente, del mismo modo que la Lorena de hace más de un año acabó enrollándose con quien menos lo merecía, según mi pluma, y del mismo modo que aquellos Natato y Paladín no pudieron evitar que Alba muriera, en las sequías de los últimos años del XIX. Nada de eso pasó, como en la última película de Welles, como nunca sabremos si existió Bin Laden y si fue realmente asesinado. Pero qué importa, lo que importa es esta pluma que puede sacarle los colores a más de uno, hablar de lo que el ojo ve sin parecer que ve. Y que, sin embargo, queda callada, muda, respetuosa con un grupo maravilloso que estuvo más que a la altura de este valle, y en el que sólo faltó esa pareja adorable; Alien Y Karina.
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Harpo, gracias por la crónica y por hacernos revivir momentos inolvidables.
ResponderEliminarLillo.
¡¡ Por fin la aventura tiene sentido ¡¡
ResponderEliminarGracias Druida
Pepe