viernes, 17 de enero de 2014

LA NOCHE DE SAN ANTÓN. JAÉN, 16 DE ENERO.




 Acabo de correr una de las mejores carreras del mundo. La popular San Antón de Jaén. Me pregunto qué debe tener una carrera para ser “sentida”, “vivida”, como una de las mejores carreras del mundo.  Es difícil describirlo porque es difícil comprenderlo, y es difícil comprenderlo porque como todas las grandes cosas de este mundo, esta se ha hecho muy lentamente. La carrera se corrió por primera vez en el 84 y en estos 31 años los corredores han dibujado un circuito por el interior de la ciudad y los jieenenses han visto a sus vecinos y a sus amigos en forma volar cuesta arriba hacia el Escudero, o sufrir los excesos o las desventajas genéticas de sus otros vecinos en pos del mismo punto. Andalucía aglutina las ventajas y las desventajas del Gatopardo; un pasado glorioso, la generación de una degeneración de aquello en vacuolas de poderes individualizados, y un clima con muchos trucos. Un sitio para vivir y un sitio donde trabajar dignamente es hoy el privilegio de muy pocos. San Antón no representa la fiesta del olvido, sino una fiesta a la que parecen pertenecer todos esos mundos; una fiesta popular, en el que los logros dependen del esfuerzo propio y no del favor ajeno, y una fiesta al esfuerzo que posiblemente pertenezca, muy al contrario de lo que parece, a la idiosincracia andaluza. Pero además es una fiesta “propia”; como si los Dioses les permitieran por un instante, en esta fecha carnavalesca, poseer algo de forma verdadera. La festividad de San Antón en Jaén se remonta a los años de la reconquista, y son conocidos sus lumbres y sus melenchones, además del “hasta San Antón pascuas son”, que es como predicar una pascua atea, fuegos demoniacos, y vilancicos laicos. Hay algo en lo primero, en la fiesta popular, en lo que esta carrera se acerca al movimiento de la San Silvestre Vallecana, y hay algo en lo segundo, en lo histórico, en lo que Jaén se remonta a los ritos más profundamente paganos para enlazar con las vibraciones de la tierra. Nunca podremos saber exactamente cuáles son las razones verdaderas que llevan a que cuando uno llega al Escudero, atraviesa la Catedral, baja por el empedrado que lleva de nuevo hacia el gran Eje, o afronta esa última recta como en esas imágenes de los Pirineos del Tour, en fila de a uno y arropado por varias filas de gente que estrechan el paso, rodeado en todos los pasos por las antorchas, a pesar del frío de las manos al sostenerlas, uno sienta que está corriendo una de las mejores carreras del mundo, con esa sensación que sólo las grandes carreras (y en eso es ejemplar el maratón de Nueva York y quizá ninguna otra maratón o media maratón europea) poseen; que son héroes desde el primero al último. Un ejemplo de verdadera democratización del sentimiento.
 De mi experiencia como corredor, hay otras dos carreras que formarían la triada perfecta. La San Silvestre Vallecana, cuya historia, a pesar de haber sido desgraciadamente comercializada, surge de un sentimiento más analizable que el de San Antón. Es una fiesta a imagen de la de Sao Paulo que surge en el año 64 en plena depresión de un barrio que la dictadura había convertido en un foco de absoluta exclusión, y que es hoy el orgullo de los que vieron pasar en los primeros años a Mariano Haro victorioso, a Carlos Lopes, al mismo Jose Luis González que inauguró la San Antón, y a la mejor generación de fondistas españoles antes del abuso africano. Pero sobre todo, a cientos de miles de vallecanos y madrileños soñando cada 31 de Diciembre un año mejor.

 La otra es la Behobia San Sebastián.  En ella, aunque para mi gusto de un recorrido menos atractivo, se junta que la carrera llega ya casi al siglo, con un tradición por las carreras pedestres y competiciones tradicionales que les hace ser únicos en el mundo, con, posiblemente, un sentimiento muy fuerte de reivindicación de lo propio: correr es un ejercicio de libertad, y la libertad, en todas sus vertientes, está en la historia vasca, especialmente guipuzcoana, con la necesidad de ser uno mismo, en lo social, en lo político, y en lo individual. Desde el año 79 la Behobia ha sido la memoria de un pueblo, y cuando uno entra en Donosti y enfila frente a la Kursaal hacia la meta, está viviendo sus mejores momentos como deportista, vaya en el puesto que vaya, y vaya lo roto que vaya.
  Hoy, las carreras populares se han convertido en un mercado (San Antón es la excepción: gratis en 30 ediciones, 3 euros para esta edición, y sin feria) y en eventos masivos en los que se producen reivindicaciones individuales que la masa diluye y domestica. Pero detrás de todo eso, en algunas carreras como estas tres que menciono aquí, late una fuerza misteriosa que ensalza una de las actividades que considero más esencialmente humanas: correr. El movimiento, el esfuerzo, el destino, la búsqueda, la investigación de los límites y la sensación de libertad y presente que produce el correr no son emociones ingenuas a pesar de que una sociedad mercantil las haya intentado convertir en una actividad numerizable. Son parte esencial de la persona, parte esencial del ciudadano. ¡Viva San Antón!